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1. Hace unos meses encontré en Movistar + un documental titulado “Friedkin sin censuras”. En él, William Friedkin, ya fallecido a este lado de la pantalla, se paseaba por los festivales de medio mundo y recibía numerosos homenajes gracias a esas dos obras maestras que seguirán viéndose dentro de cien años: “French Connection” y “El exorcista”.
2. Mientras veçia el documental, me di cuenta de que el resto de su filmografía -y son la hostia de películas- la tenía cogida con alfileres. Sin consultar el teléfono recordé “Jade” porque era un vehículo erótico de Linda Fiorentino, “A la caza” porque salía Al Pacino en extrañas circunstancias y “El diablo y el padre Amorth” porque llegamos a pensar que William Friedkin había perdido por completo la chaveta.
3. Pero resultó que no, que Friedkin había sobrevivido al exorcismo del padre Amorth y estaba muy lúcido a sus ochenta y pico tacos. En sus charletas descubrí dos películas que quizá merecían una oportunidad en mi televisor: la primera, “Carga maldita“; la segunda, “Killer Joe”. Así es como paso yo las noches del invierno...
4. “Killer Joe” cuenta la historia de una familia disfuncional -disfuncional al estilo red neck, puro “As bestas” de los texanos- que contrata a un asesino para liquidar a la matriarca del clan y cobrar un seguro de vida sustancioso. ¿Qué podía salir mal?: pues todo, si al escaso cociente intelectual le sumamos el índice de alcoholismo y la locura todavía por diagnosticar.
El único listo de toda la función es justamente el asesino profesional, el tal Joe, un chuleta 100% carne de vacuno que sin embargo, para completar el cuadro, resulta ser un depravado como sacado de una película de David Lynch. Como Bobby Perú, pero más guapo.
5. A la media hora ya estaba arrepentido del experimento, pero no podía dejar de mirar. Es una especie de fascinación inversa, de morbo que siempre pide unos minutos más. No sé hasta qué punto la película estaba planificada o salió así por casualidad. “Killer Joe” hay que verla para creérsela. Contada pierde mucho. Lo que está claro es que a William Friedkin le interesaba mucho la miseria moral de los humanos. Hay muchas formas de ser poseído por el demonio.
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