Siempre nos quedará mañana

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El sufragio universal se aprobó en Italia en 1945, al terminar la II Guerra Mundial. Ayer se lo comentaba a mi hijo mientras hablábamos de la vida y de las ficciones y casi no me creía.

- Pero eso fue hace nada... -me respondió. 

A las nuevas generaciones -que pasaron por la ESO sin aprender nada sustancial, que apenas leen y se pasan la vida en sus nichos cognitivos- estos datos siempre les sorprenden. Ellos piensan que el mundo moderno está inventado desde hace mucho tiempo, casi desde los versículos del Génesis, cuando en realidad es una cosa muy reciente, casi del tiempo de nuestras abuelas. Que las mujeres puedan votar o que los trabajadores podamos irnos de vacaciones pagadas son logros alcanzados hace apenas un rato, concesiones arrancadas a hostias a los poderosos o a los maridos de antaño.

Entre las mujeres de mi generación y el mundo de nuestras madres media un abismo que es difícil de creer si no lo has vivido o no lo has aprendido en las películas. Es como si la evolución humana hubiera recorrido cientos de años en apenas un par de zancadas. La queja actual del feminismo es guerrillera y continua, a veces razonable y a veces insidiosa, pero no hay más que ver películas como ésta para entender del mundo inconcebible del que veníamos.

En la película, la vida cotidiana de Delia no se diferencia mucho de la vida de nuestras madres, todo el día rascando ofertas con el carrito de la compra, incapacitadas para tomar decisiones económicas, atadas a la cocina y a la fregona, víctimas de algún bofetón que caía de vez en cuando como un recordatorio de supremacía. Yo he visto a todas mis tías florecer cuando se quedaron viudas con cincuenta y tantos años. Lloraron lo (poco) que había que llorar y de pronto le sonrieron a la vida. Eran víctimas atrapadas en la carencia de estudios y de habilidades laborales. El maltrato tiene menos que ver con la testosterona que con la pobreza, que es la podredumbre universal.

“Siempre nos quedará mañana” parece que transcurre en otro planeta y en realidad es nuestra Tierra, pocos años antes de los vuelos espaciales, como en un viaje inverso al planeta de los simios. 





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