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Marisol, llámame Pepa

🌟🌟🌟


De chaval yo veía las películas de Marisol que daban por la tele y me parecía inconcebible que esa niña fuera la misma mujer que en las revistas de la peluquería lucía una belleza turbadora y levantaba el puño para solidarizarse con los obreros. Yo... la amaba. Al principio con ternura y luego ya con una lascivia incontenible. 

Marisol era una mujer singular, una belleza escandinava que ejercía de comunista malagueña. Y además, cuando hablaba, temblaba el misterio. Marisol era la mujer perfecta. La cuadratura del círculo. Viendo el documental pienso que hubiera sido la madre ideal para mis hijos si los calendarios hubiesen colaborado un poquitín. Y mi fenotipo, claro.

Así fue, en efecto, la belleza de Marisol cuando salió del capullo y cambió los capullos franquistas por los capullos democráticos: una verdad fenotípica que no admite discusión. Hasta mi amigo -ese desnortado con más dioptrías que Mr. Magoo- está de acuerdo conmigo. Quede como testimonio la famosa portada de Marisol en la revista Interviú, que hoy en día se vende a 100 euros por internet y que en el documental se nos hurta por aquello de la lucha feminista y de que todos los hombres somos unos cerdos deleznables. Ay.

Del último amor de su vida no se dice nada en el documental, pero del resto de hombres sí se habla largo y tendido. Y no hay quien se salve. Por eso decía yo lo de los capullos... Incluso con Antonio Gades la cosa terminó como el rosario de la Aurora. Los fuckers comunistas, como los otros, nunca paran de nadar. Son tiburones sexuales que no pueden detenerse. Y es una pena, porque Antonio y Marisol hacían la pareja perfecta: un íbero de raza y una princesa de Estocolmo. Sigrid y el Capitán Trueno. 

Yo les recuerdo con cariño porque fueron los iconos del comunismo español una vez que Víctor Manuel y Ana Belén replegaron velas y se fueron a navegar por aguas más calmadas. En mi casa, al menos, Antonio y Marisol eran aplaudidos en cada comparecencia provocadora por la tele. ¡Abajo el capital! De ahí -y no de aquellas películas ridículas con valores casposos- me viene la nostalgia de unos tiempos que casi no viví.





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La Mesías

🌟🌟🌟🌟


“La Mesías” habla de tantas cosas que es complicado concretar. Lo más llamativo, por supuesto, es la chotadura religiosa de la tal Mesías, conocida en su vida pecadora como Montserrat. Pero eso solo es la carnaza, el cebo para el espectador más impresionable. A mí no me inquieta su locura, ni me sorprende para nada, porque yo he convivido con gente real que se creería a pies juntillas a la Mesías, en todas sus iluminaciones y chorradas. De hecho todavía convivo con gente así en el entorno laboral... Esta gente me persigue desde que a los seis años me matricularon en los Maristas de León y comprendí, poco a poco, hasta qué punto puede camuflarse una esquizofrenia, una paranoia, una demencia muy severa, bajo el mantra de los evangelios y del sacrificio de un profeta palestino del siglo I.

(Hay muchos mesías en potencia por ahí y solo otra sinapsis defectuosa les separa de chascar los dedos como Montserrat, sintonizando Radio Yaveh en la FM).

Pero la serie, aunque a veces lo parezca, no va de sectas cristianas ni de visitas extraterrestres, sino de la infancia perdida de sus dos protagonistas: esos dos hermanos que Montserrat parió y arrastró por el mundo antes de ser poseída por el espíritu -y quién sabe si también por la carne- del mismísimo Jesucristo redivivo. Quizá la escena más bonita de toda la serie -la que explica el meollo de la cuestión- es esa en la que ambos hermanos, ya adultos, se montan por primera vez en una atracción de feria y disfrutan como niños primerizos. Como los niños que casi nunca les dejaron ser.

“La Mesías” es una serie imperfecta, con chorradas de bulto y ocurrencias maravillosas. Pero reconozco que me ha tocado. Será que yo, a mi modo, también tuve una edad perdida que luego no pude recuperar. O que recuperé a medias y a destiempo, gestionándola muy mal. En mi caso no me fue la infancia, sino la adolescencia, que de una manera más sutil también me robaron estos chalados del crucifijo. Ellos quisieron convertirnos en eunucos, en amargados, en muertos en vida. Y casi lo consiguieron. Su Puta Madre. 




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