Mostrando entradas con la etiqueta Cailee Spaeny. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Cailee Spaeny. Mostrar todas las entradas

Alien: Romulus

🌟🌟🌟

Cualquier película que empiece con una nave espacial ya tiene ganada mi atención. Y mi infinita paciencia. En eso soy tan simple como cualquier vecino de La Pedanía. Ellos, a la hora de la siesta, encuentran un vaquero con pistola y un indio descabalgado en 13 TV, y ya se creen ante una obra maestra de la cinematografía universal, mientras que yo, a las diez de la noche, me quedo turulato si enciendo la tele y descubro destructores del Imperio o lanzaderas exploratorias de la corporación Weyland-Yutani.

(En realidad, tras mi postureo cinéfilo y mis críticas a veces cáusticas e incluso vengativas, se esconde un espectador infantil muy fácil de contentar. Uno más en el mainstream. Y lo mismo digo cuando ejerzo de amante, de comensal en la mesa o de aficionado impenitente del Real Madrid: con que me den un poco de intención y de cariño ya me basta para sonreír, dar las gracias y tirar para adelante hasta la próxima aventura).  

“Alien: Romulus” comienza con una sonda espacial de la corporación Weyland-Yutani que se reactiva tras un largo viaje por la galaxia, y yo, más feliz que un pirulí, de pronto optimista cuando ya daba el día por perdido, aparté con desdén el teléfono móvil convencido de que en las próximas dos horas nada más entretenido que la película iba a surgir de sus entrañas. Por mala que fuera la aventura  -y había leído auténticas barbaridades sobre esta enésima resurrección de los xenoformos- la nave en misión sospechosa me garantizaba volver a ser un niño sonriente con pantalones cortos y palomitas en el regazo

Luego la película tiene sus pros y sus contras; sus hallazgos meritorios y sus gilipolleces estelares. Es, por resumirlo mucho, el remake posmoderno de “Alien: el octavo pasajero”, que es la reina extraterrestre que puso todos estos huevos eclosionados. En “Alien: Romulus” hay jóvenes explotados que buscan alquileres más baratos en otro planeta, y también mucho prota racializado, e incluso un proletario replicante al que de pronto le meten un chip con discursos de Díaz Ayuso para convertirlo en un quintacolumnista de los empresarios. 





Leer más...

Priscilla

🌟🌟🌟🌟


Hay hombres a los que simplemente no se les puede decir que no. El príncipe Felipe, por ejemplo, cuando se le puso en sus reales cojones que quería tirarse a la chica del telediario. 

(¿Y si el Palacio de la Zarzuela fuera para Leticia Ortiz como Graceland para Priscilla Presley? ¿Una jaula de oro, una cárcel de lujo, un campo de concentración con lacayos y perretes? No sé, no creo: yo a la asturiana la veo encantada de la vida, cada día más buenorra -dada su edad- y más arpía en sus desprecios al populacho. Un proyecto muy viable de María Antonieta, ahora que estábamos hablando de películas de Sofía Coppola).

En esa categoría de hombres que no conocen un no por respuesta también viven los príncipes de Gales de cualquier época, y Brad Pitt, y Don Draper, y un conocido mío de La Pedanía que donde pone el ojo pone la bala porque todos los objetivos se acercan lo suficiente para que el cabronazo nunca se equivoque. Hay tipos con suerte... Y por supuesto, allá por los años 50 y 60, estaba Elvis Presley meneando sus caderas. Quizá hemos perdido la perspectiva de lo que significó Elvis para el éxtasis sexual de las mujeres y de los hombres que le deseaban en secreto. Es como si ahora un cantante guapísimo y molón se meneara la polla ante la audiencia televisiva, con mucho flow y mucho sentimiento. Las caderas de Elvis fueron porno duro y venganza del diablo. No me extraña que los curas le persiguieran y le excomulgaran, aunque algunos se pajearan frente a la tele con la mente dividida: Jesucristo sobre el hombro derecho y Belcebú engominado en el izquierdo.

Priscilla conoció a Elvis cuando ella tenía 14 años y él ya era el ídolo veinteañero de la nenas de Norteamérica. La tentación de ser La Elegida, The Chosen One, descendió sobre su cabecita adolescente como aquellas llamas de Pentecostés sobre los apóstoles. Para ser justos, la madurez que entonces no tenía tampoco la hubiera alejado de la tentación. Todas hubiesen hecho lo mismo. Priscilla tuvo la mala suerte de salir chamuscada de la experiencia. Otras aguantaron incluso menos a sus príncipes convertidos en ranas. Otras aguantaron más y algunas llegaron incluso hasta el final. Depende mucho de la suerte, y del carácter. Y de los millones.





Leer más...

Civil War

🌟🌟🌟


Hay gente en el blog -es un decir- que me pregunta si realmente veo todas las películas que comento. Y lo entiendo, porque lo más normal es que me vaya por peteneras o que aproveche para soltar la bilis bolchevique que llevo dentro. He convertido estas mierdas cinéfilas en una suerte de autobiografía más o menos encriptada, en la que muestro cosas, insinúo otras y exagero más o menos en la mitad. En Filmaffinity casi nunca admiten estos escritos porque me dicen -con razón- que nunca señalo las virtudes y los  defectos de las películas, y que por tanto no sirvo para hacer de guía en esta selva ubérrima de las ficciones. Y es verdad: no tengo alma de apóstol ni de influencer.

Juro por lo más sagrado -lo más sagrado para mí, claro- que sí veo todas las películas antes de comentarlas, pero dudo mucho que gran parte de la crítica que vive de esto, que cobra un dinero por predicar su palabra como si procediera del Espíritu Santo, pueda jurar lo mismo poniendo su mano sobre la Biblia o sobre un cómic de Mortadelo. De “Civil War”, por ejemplo, nos habían dicho que era una película sobre la tragedia estadounidense que está por venir: una radiografía de la violencia, de la polarización social, del majaretismo peligroso que puede provocar un tarado marsupial como Donald Trump. Uno esperaba, por tanto, un film político, sesudo, apaciblemente antiyanqui, en el que se analizaran derivas sociales, insidias mediáticas, mareas estratégicas... (escribo todo esto justo un día antes del autoatentado del marsupial). 

Pero no es así. Nos han engañado como a chinos comunistas. “Civil War” es una película sobre reporteros de guerra que se juegan el pellejo por obtener la foto más sangrienta en los combates. Ahora bien, ¿qué combates? Ni puta idea. Ni al espectador se lo explican ni a ellos les importa. Ellos no toman partido. Tampoco sabemos si los reporteros son unos cínicos o unos auténticos profesionales. Por lo visto me da más que lo primero. Monopolizan la película pero no me caen demasiado bien. No me interesan sus chácharas ni sus procedimientos. Yo -creo que la mayoría de los espectadores también- venía a ver otra película. 





Leer más...