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Vida y muertes de Christopher Lee

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Repasar la filmografía de Christopher Lee es como leer el genoma completo de una cebolla o de un “Homo sapiens”: la mayor parte es ADN basura y no codifica nada sustancial. 

La web de Filmaffinity eleva la cifra de sus películas -o lo que sean- a 228. Es inabarcable. Y casi todo, ya digo, es olvidable, o deleznable, o carne de cutreteca. El mismo Cristopher Lee se sentía avergonzado en las entrevistas y quizá por eso nunca dejó de buscar un papel estelar y un reconocimiento dentro del gremio. O quizá, simplemente, es que se aburría en casa, o que sufría un trastorno muy japonésico por trabajar. O que, como les sucede a algunos entrenadores de fútbol que tornan y retornan a los banquillos, acumulaba deudas con una periodicidad fatídica y preocupante. 

Y así, por pura insistencia, en la lista interminable de bases nitrogenadas puestas por el ayuntamiento (casi todo terror cutre y experimentos de fantasía bochornosa), a veces aparecía un codón que codificaba una proteína luminosa o un papel maravilloso. 

El sueño de Cristopher Lee siempre fue participar en una adaptación de “El señor de los anillos”, del que era devoto lector y casi un erudito universitario, y lo logró con ochenta años muy bien llevados en el macuto. Ahí es cuando mi hijo, por poner un ejemplo, conoció a Christopher Lee, que gracias a Saruman ya es un mito del cine transgeneracional. Mi hijo no tiene ni puta idea de quién es Cary Grant o John Wayne, pero del mago malvado te podría contar hasta los pelos de las cejas.

Pero antes de Saruman estuvo Drácula, y Sherlock Holmes, y el hombre de la pistola de oro, que no es una película porno sino una aventura de James Bond. Y después de Saruman, ya en la cresta de la ola, vino el conde Dooku, ahí es nada, para asaltar los cielos definitivos con una espada láser en la mano. Qué hijo de puta, el Christopher Lee, qué suerte después de todo, porque aparecer en la saga galáctica sí que te garantiza la inmortalidad y una hornacina en la catedral. De hecho, ése es justamente el sueño de mi vida: aparecer de extra o de actor terciario en el universo expandido de George Lucas, formando parte de esa familia tan galáctica como entrañable.  




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Entre pillos anda el juego

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La película es una tontería. Una memez pasada de rosca. Javier Ocaña, en su libro sobre cinefilias, dice que es un clásico de la comedia que él disfrutó mucho con sus chavales. Po bueno, po fale, po m’alegro, como decía el Makinavaja. Pobres chavales... Las historietas del Maki que dibujaba Ivá sí que son un clásico de la comedia, y no esta astracanada de John Landis que tiene gracia al principio y luego ya nada: solo el cuerpazo de Jamie Lee Curtis -y que me perdonen las inquisidoras-, y la voz de Eddie Murphy si ves la película en VOS. Detalles anatómicos, que no humorísticos.

Y digo que al principio tiene cierta gracia porque los hermanos Duke -estos hijos de putero que venderían a su madre por ganar un dólar en la Bolsa- se apuestan ese dólar para ver qué influye más en las conductas de los seres humanos: si la herencia recibida o el medio ambiente que nos baña. Y ése problema, y no otro, es el cogollo central de la filosofía. Todo lo demás -la metafísica, el dualismo, el fundamento último de la ética- no son más que zarandajas y verborreas. Yo, al menos, llevo media vida planteándome la cuestión, comprando libros y analizando al personal, y cuanto más viejo me hago más pellejo me vuelvo. Cada vez creo más en el dios Gen y menos en el dios Ambiente. Somos pirámides de piedra que necesitarían milenios para pulirse y erosionarse.

De John Landis ya no se sostiene ni “Granujas a todo ritmo”, que empecé a verla el otro día y se ha quedado en una gamberrada con exceso de metraje. Así que la gran contribución de Landis a la cultura sigue siendo el vídeo de "Thriller": el de Michael Jackson bailando con los zombis y luego convertido en hombre lobo. Una obra de arte que también se remonta al año 1983, y que los más dormilones nos perdimos en la Nochevieja del "Viva 84" porque nadie nos avisó de la primicia. Al día siguiente no se hablaba de otra cosa en el corrillo de los amigos. Que fuera Año Nuevo ya no era novedad para chavales que llevábamos 12 años en el mundo. Lo del vídeo de don Michael sí.



 


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