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En la película de John Huston, Fat City no es la ciudad de
los gordos, sino la ciudad de los fracasados. Una película de losers, tan
americanos, a los que aquí llamaríamos gente normal: tipos que en su juventud alimentaron
sueños de arte o de deporte, pero que luego, en el momento decisivo, no tuvieron
el talento, o la suerte, o la compañía, o ninguna de las tres cosas.
Los protagonistas de Fat City son boxeadores del montón,
lumpen de gimnasio, carne de cañón en los certámenes de pueblo. Los soldados
del gran ejército de los fracasados, sobre los que luego se erige el triunfador
que alza los brazos mientras suena “The eye of the tiger”. La montaña de
cadáveres tras la batalla. Los espermatozoides fallidos de la vida. El cine ha
contado muchas historias de espermatozoides con pegada de mulos que alcanzaron
la gloria en el ring y luego cayeron al vacío derrumbados por los vicios. Casi
siempre arrastrados por su propio carácter, voluble e irascible. Como les pasa
también a estos boxeadores de Fat City, que se enredan en el alcohol, en
la inconstancia, en la falda de la mujer inadecuada…, solo que ellos se pierden
sin remedio antes de catar cualquier gloria.
En las películas sobre el triunfo, los boxeadores que salen
en Fat City apenas ocupan unos segundos de metraje. Son esos tipejos
medio fofos y torpes que alimentan la esperanza temprana de quien luego será
campeón del mundo. Tipos anónimos que en esas películas siempre salen en una
escena de montaje frenético, casi atropellándose en las derrotas y en las caídas
a la lona, mientras giran los carteles
que anuncian el próximo combate del protagonista, en letras cada vez más
grandes.
De todos modos, el boxeo, en Fat City, sólo es la
metáfora de cualquier lucha por destacar y salir del anonimato. De labrarse una
pequeña gloria, aunque sea provinciana, para presumir un poco en el bar ante
las amistades: “Yo estuve una vez allí…” Yo mismo lo intenté una vez, con la literatura,
cuando estaba fat de verdad -Fat Village en todo caso-, y me quedé en eso: en
el escritor derrotado que sirvió para contrastar la verdadera calidad de los que saben narrar. Ahora, en el bar, como Stacy Keach en Fat City, cuento batallitas
para rebajar la amargura de aquel fracaso.
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