🌟🌟🌟
Los pueblos civilizados ya no se hacen la guerra a cañonazos.
Clausewitz -que lo he buscado en la Wikipedia y es un militar prusiano de las
guerras napoleónicas- afirmaba, en sus tiempos sanguinarios, que la guerra era
la continuación de la guerra por otros medios. Cuando los diplomáticos no
llegaban a un acuerdo para repartirse el mundo, ellos les tomaban el
relevo con mucho gusto para llenar los campos de muertos. Éste fue el consenso de las naciones hasta
que finalizó la II Guerra Mundial y los mandatarios del mundo empezaron a cuestionar
la sociopatía de Clausewitz. Matar
extranjeros a bayoneta calada era una
cosa, y liquidarlos con un misil nuclear otra muy distinta, porque eso también
garantizaba la autodestrucción de quien lo lanzaba, así que hubo que poner freno
a la guerra caliente, inventarse la guerra fría, y darle la vuelta al dicho prusiano
para afirmar que la política debía ser la continuación de la guerra por otros
medios. Esto lo dijo Foucault, concretamente, que también lo he mirado en la
Wikipedia y es un filósofo francés de discurso muy complejo para los no
iniciados como yo.
Desde los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936, el deporte también
ha sido la continuación de la política -y de la guerra- por otros medios. Hitler
quiso que la raza aria dominara los Juegos Olímpicos saltando más alto, golpeando
más fuerte y corriendo más rápido. Y aunque esas imágenes suyas en el palco del
Estadio Olímpico producen grima y espanto, uno piensa que ojalá hubiera quedado
ahí su racismo, y su locura: en unas medallas colgadas del cuello y en unos
himnos acompañando las banderas. En unas cuantas puyas maliciosas dedicadas a
Jesse Owens, celebradas por los gerifaltes del nazismo que rodeaban al Führer.
Del mismo modo, uno, cuando ve a Vladimir Putin en el documental
Ícaro, tapando el escándalo del dopaje en el deporte ruso, también se
indigna y se pregunta cómo es posible tanta jeta y tanta impunidad. Pero al
mismo tiempo piensa que ojalá, todo su daño se quedara en eso: en unos frascos
abiertos, en unas orinas adulteradas, en unos tipos que ganan medallas injustas
descendiendo por una pista de bobsleigh. Que a quién narices, le importa el bobsleigh.
No hay comentarios:
Publicar un comentario