🌟🌟
Me he dormido mientras veía las primeras escenas de First
Cow. Pero eso, en principio, no es malo. A la hora de la siesta me duermo
con cualquier película que ponga sobre las rodillas. Las necesito para conciliar
el sueño. Ahí fuera -al menos mientras no estoy en La Pedanía- todo son coches, golpes,
ruidos, rodamientos de los vecinos, que se les caen continuamente de los bolsillos,
o se los dejan a los chavales para que jueguen. Todavía no he conocido a ningún
vecino que no trabaje en algo relacionado con rodamientos -coches, o camiones,
o maquinaria industrial- y que no se los lleve a casa para pulirlos, o engrasarlos,
o hacerlos rodar, crrrrrraacccck, a ver si funcionan, incluso a altas horas de
la madrugada.
Me he quedado dormido a los diez minutos de empezar First Cow, con los auriculares anti-rodamientos puestos. Pero ya digo que me habría dormido igual con El Padrino, o con El hombre tranquilo, en irreverente deserción. He despertado a eso de la media hora de película, lo que deja un saldo de veinte minutos reparadores, canónicos, que si son un minuto menos se quedan cortos, y si son uno más producen cefalea. Así está bien. Medio dormido todavía, con el gustirrinín inconfundible que baña las vértebras del cuello, he rebobinado la película hasta el minuto diez y he empezado a verla otra vez. Luego, de corrido, he llegado hasta el minuto cuarenta y cinco, más allá del sueño y de mi paciencia, y he dicho basta, hasta aquí hemos llegado con la vaca. ¡Cuarenta y cinco minutos! para contar que un americano y un chino se conocen en el Far West. Sólo eso: que se conocen. Que uno busca oro y otro riquezas mercantiles, y que agradecen haberse conocido mientras recogen setas por el bosque, y avellanas, y cosicas así para ir matando el hambre.
Mientras tanto, en los Juegos Olímpicos,
que transcurrían en paralelo en el televisor, los americanos y los chinos se
conocían, se saludaban y rápidamente se lanzaban a la piscina, o al potro de
saltos, a competir, a establecer una épica y una narrativa. Aquí, en First
Cow, nada de eso: sólo un documental sobre caras sucias, desdentadas,
famélicas... Nada que ver con el Oeste del cine clásico, eso lo reconozco. Pero
poco más. Iban un chino, un americano y un español más bien adormilado y medo bobo que les veía en su
ordenador. Un chiste sin gracia.
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