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Viendo Los siete samuráis me acordaba todo el rato de
Paco Calavera, cuando contaba que a él, las películas japonesas, y más si eran precisamente
de samuráis, le producían una extrañeza inconsolable. Calavera, a su modo, imitaba
al guerrero que se declara a la dulce aldeana pero que más bien parece que la
esté insultando, gritándole a la cara con cara de enajenado, “¡Ojojuná!”, y “¡Konidimá!,
y “ ¡Uuuuuh... Korigató!”, cosas así, mientras el subtítulo en castellano reza:
“Te quiero. Eres la luz de mi vida. Te trataré como a una flor de la orquídea
en la mañana...”. Y al revés, claro, porque luego Calavera imitaba a esa
proto-gueisa de mirada clavada en el suelo, lánguida y virginal, que en voz
minimalista responde al guerrero con fonemas muy dulces mientras el subtítulo traduce:
“Eres un cacho de mierda. Si no te vas de aquí voy a avisar a mi padre, el
shogun, para que venga con su guardia y te corten los testículos para abonar
con ellos el arrozal...”
Quiero decir, sumándome a la tesis de Paco Calavera, que
estas películas de Akira Kurosawa siempre me dejan medio admirado y medio
empanado. Lo que se ve es exótico, sí, y a veces subyugante -¡esa batalla final
bajo la lluvia, por Dios!- pero en el
fondo es como ver una película de marcianos. Quiero decir, rodada por los marcianos.
Los siete samuráis tiene un magisterio, un saber hacer evidente, pero no
puedo evitar la comezón intelectual de estar perdiéndome las claves del asunto.
Me sacan de la historia algunos diálogos besuguiles, algunas reacciones
extemporáneas, algunas conductas de orates que corren bajo los rayos del sol
naciente. Es una minusvalía mía, o un abismo cultural insalvable.
Y además, es todo muy lento, lentísimo, 205 minutos de
metraje que se podían haber quedado en dos horas como mucho, pongamos dos horas
y cuarto, para incluir alguna escena de costumbrismo en el arrozal. De hecho,
los americanos, una década después, contaron exactamente lo mismo en casi la
mitad de tiempo, cuando hicieron su propia versión. Me gustaría volver a verla,
Los siete magníficos, pero ya tengo asociada su tonadilla inmortal al
facha de los bigotes que la pone cada mañana en la radio, como preludio de su
hablar venenoso. Un puto asco, con lo bonita que es.
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