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La crónica oficial del noviazgo entre el príncipe Felipe y Leticia Ortiz dice, más o menos, que Felipe la vio un día presentando el
telediario de La 1 -y que conste que yo me enamoré de ella primero, cuando
presentaba el informativo de la CNN- y que se dijo a sí mismo: “Majestad, esa
mujer, para usted”. Lo demás fue coser y cantar: llamó a Pedro Erquicia,
organizaron un sarao en su apartamento y allí, entre las risas y las copas, mientras
sonaba la música y se repartían los canapés, Felipe se acercó a Leticia para
preguntarle si algún día le molaría ser la reina de España.
Las crónicas del Reino no cuentan si Leticia tuvo dudas, si
se vio abrumada por tan alto ofrecimiento. Es como si nos insinuaran que
ninguna mujer podría resistirse. ¿Qué mujer iba a decirle que no a un tío tan
guapo, tan alto, con los ojos azules, con el futuro resuelto, dueño de un
chalet incomparable en las afueras de Madrid? Decía Jerry Seinfeld que a los
hombres no nos importa el trabajo de las mujeres siempre que sean guapas, y
estén predispuestas, pero que a las
mujeres sí les importa mucho el nuestro, y que por eso nos inventamos nombres
rimbombantes para adornarlo, tecnicismos y polladas. Y Felipe -que en la
versión corta ya era el príncipe de España- con la versión larga de títulos y
soberanías las dejaba patidifusas.
En la película de hoy se produce un hecho parecido: el
presidente Shepherd es un hombre encantador, guapo y progresista, con unas
canas la mar de interesantes, muy parecido -pero mucho- al actor Michael
Douglas, y cuando conoce a Annette Bening en una reunión de trabajo tarda dos
segundos en decirse a sí mismo, como el príncipe Felipe: “Ésta, señor
presidente, para usted”. Finalizada la reunión llama al FBI, averigua su número
de teléfono y le basta con soltar un par de gracietas para conquistarla. El
proceso es tan fulminante que apenas ocupa diez minutos en el metraje. El resto
son líos y recursos dramáticos. Pero yo me pregunto, todo el rato, si Annette
se enamora del hombre o del presidente. Si se enamoraría del señor Shepherd si
éste, con las mismas cualidades, y la misma bonhomía, fuera el kiosquero de su
barrio.
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