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“Quien roba a otro ladrón
tiene cien años de perdón”. Sí, lo suscribo. Todos los mandamientos tienen su
excepción y su mesa de debate. Solo faltaba. Pero en esto de robarle al
prójimo, la absolución, y hasta el aplauso, dependen del uso que le
des a lo robado.... Robin Hood robaba a los mercaderes para luego repartir las
monedas entre los desheredados. Y yo a muerte con él, claro. Toda incautación
que sirva para redistribuir la riqueza -por las buenas, si te dejan, o por las
malas, si no hay otro remedio- encaja con mi pensar de viejo bolchevique.
Pero por eso mismo,
porque soy un viejo bolchevique, y no un simple delincuente deslumbrado por el
dinero, o ensoberbecido por el ego, solo atracaría un banco para hacer justicia
social con las sacas de dinero. Tiraría las monedas por ahí, al tuntún de las
chabolas, o construiría un cine con entrada gratis para el solaz del
proletariado. Ni podrido a dinero llegaría a interesarme yo por los Ferraris, o los
yates, o los pelucos de oro. Solo el amor, ay, el amor.
Los famosos atracadores
del Banco Río no tienen nada de justicieros sociales. Pero tampoco robaron para
envolverse en sábanas de seda y trajes de Armani. Ellos robaron por el simple orgullo
de robar. Unos profesionales como la copa de un pino. Así que no sé qué pensar de todo
esto... A veces les admiro y a veces me
caen gordos. A veces su atraco parece una venganza contra el corralito y a
veces parece el ejercicio ególatra de unos delincuentes barriobajeros.
Qué quieren que les
diga... A mí, puestos a robar, me caía mucho mejor el Dioni, que parecía un
currante como todos nosotros. Uno de los nuestros, afectado por la ventolera. Y
aunque es verdad que sólo distribuyó el dinero entre las prostitutas de
Copacabana y los crupieres de los casinos, a mí su gesto de currante que está
hasta las pelotas me sigue conmoviendo. Tuvo un par, sí, como
le cantaba Sabina.
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