Yo capitán

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Para desempeñar los trabajos que los europeos ya no queremos desempeñar -eso que los fascistas llaman “robarnos el empleo”- los subsaharianos, que como su mismo nombre indica viven por debajo del desierto del Sáhara según la orientación eurocentrista de los mapas- tienen que atravesar dicho desierto y luego el mar Mediterráneo para desembarcar en nuestras playas y exigir ser tratados como señoritos. Es decir: nada de pelotas de goma en la jeta y asistencia sanitaria a los enfermos. Unos caraduras.

Para venir a restregar grasa, limpiar culos, fregar platos y barrer las calles (y eso cuando hay suerte), los subsaharianos -que yo me empeño todo el rato en describir como “sudsaharianos” a pesar de lo que recomienda la Fundéu- tienen que atravesar no sólo el gran desierto y el ancho mar, sino vérselas también con muchos hijos de puta que les sangran el dinero o se lo roban directamente. En el Sáhara, por lo visto, aprovechando que no hay leyes promulgadas por los rojos, el empresariado se ha quitado las caretas y dispone a su antojo de las haciendas y de las vidas. La Escuela de Chicago en la Universidad Desértica de Las Arenas...

El touroperador que se encarga de organizar estos viajes desde Senegal hasta las costas de Sicilia no tiene oficina de reclamaciones ni ofrece un servicio de acompañamiento diplomado. Nada de resorts en los oasis ni de camellos engalanados. No hay todoterrenos último modelo ni servicio de ferry para cruzar el Mediterráneo. El viaje se hace en autobuses destartalados y en zapatillas deportivas. No se espera por nadie. Maricón el último, que dirían los barones del PP. Y las baronesas. Y luego, llegados a la orilla del mar, después de haber pasado las de Caín, todos a la mar y a rezar al dios Poseidón a bordo de un barco que tiene más planchas con herrumbre que planchas sin herrumbrar. 

Para venir a quitarnos el pan y a colapsar las citas en la Seguridad Social, esta gente arriesga su vida como no lo haríamos ningunos de nosotros si algún día, los dioses no lo quieran, tuviéramos que coger la maleta para regresar a Cuba, o a Alemania, donde vivía Pepe el de la otra película. 





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