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Los amigos y enemigos de Larry David no pertenecen a mi ecosistema funcionarial. Ellos, por ejemplo, no miran el precio de los artículos cuando bajan al supermercado. Compran lo que les apetece y ya está. Supongo que la mayoría, en su juventud, cuando soñaban con triunfar en el show business o con emparentar con alguien que triunfara, sí sabían lo que era una oferta o una marca blanca de confianza; pero ya llevan tanto tiempo despreocupados de las etiquetas que han olvidado incluso los conceptos.
Y quien dice una tarrina de helado o unas lonchas de jamón dice un Mercedes último modelo o un hotelazo en las Bermudas. De entre las muchas definiciones que distinguen a los ricos yo creo que ésta es la más simple y funcional: no mirar el precio de las cosas cuando a uno le apetecen. (Y sí, ya sé que también hay proletarios del mundo que se comportan como manirrotos. Pero ellos, que no son ricos de cartera, si son, al menos, millonarios de espíritu).
Quiero decir que yo, como bolchevique que soy, siempre votando al ala más dura de las candidaturas electorales, debería de sentir repelús por esta gente que lo tiene todo y se queja por naderías. Las tramas de “Larry David” siempre son gilipolleces que alteran por minutos o por horas la vida de estos fulanos y de estas menganas. Casi nunca es nada trascendental o definitivo. En el mundo de Larry no existe el subsidio de paro, la Seguridad Social, el colegio cochambroso, el restaurante sin recepcionista.. Y sin embargo, no sé por qué, me siento uno más de la pandilla. Podría ser la envidia cochina, pero no. Son... algunos gestos. Larry, por ejemplo, que vive podrido a millones gracias a los royalties de “Seinfeld”, siente que le apuñalan el alma cuando le sacan 200 dólares para apoyar una causa benéfica o para reponer una camisa manchada de vino. Y no es tacañería: es el recuerdo vivo de sus años de postulante. Larry tiene mucho dinero, pero no ha olvidado su valor. Yo creo que en el fondo es un buen hombre además de un genio de la comedia.
En la serie hay más hombres justos como él, pero Lenin Yahvé, con su solo ejemplo, ya había decidido no arrasar Beverly Hills desde los cimientos.
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