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Larry David. Temporada 12

🌟🌟🌟🌟🌟


Por las mañanas tomo mi café en una taza “Latte Larry’s” que compré por internet. Lleva el sello “No defecators”, por supuesto. Una aspiración de pureza. 

La taza idolátrica es el primer pensamiento del día que le dedico a mi amigo Larry David. Luego vienen muchos más. En mis contactos sociales - o asociales- siempre me pregunto qué habría hecho él en mi lugar. ¿Un “parar y charlar”? ¿Un “pretty, pretty, pretty good”? ¿Qué hacer cuando un maleducado no respeta la madera? ¿Cómo reaccionar cuando alguien miente mirándote a los ojitos? ¿Se puede usar un WC para minusválidos si no hay nadie ocupándolo? Dudas y más dudas... En estos asuntos cruciales Larry es mi personal coach, mi influencer viejales. Mi amigo imaginario salido de la tele. Su presencia espiritual es tan importante para mí como la de Obi-Wan Kenobi para Luke Skywalker. 

Ayer terminé de ver el último episodio de “Larry David” y al echar cuentas descubrí que llevaba 25 años hablando con su fantasma y riéndome con sus ocurrencias. Llevo media vida viendo “Larry David” y otra media repasando “Seinfeld”, donde salía su alter ego llamado George Costanza. Larry David y Luke Skywalker han sido las dos referencias más duraderas de mi vida. Mi próximo hijo se llamará Kylian David Skywalker.

Cuando enciendo el teléfono para leer las noticias del día me encuentro a Larry David en la pantalla protectora, repanchigado en un sofá y desapegado de los imbéciles. Otros ponen en su teléfono a Jesucristo, o a Irene Montero, o a un nazi de confianza. Yo pongo a Larry para subrayar que mi teléfono, aunque muy modesto, también podría ser el suyo. Si Larry fuera funcionario y viviera en La Pedanía sería un poco como yo. Y al revés: si yo fuera millonario y viviera en Los Ángeles sería un poco como él. Los dos respetamos la madera y nos enfada que nos rechacen por nuestra fealdad. Pero también hay diferencias notables, por supuesto. No somos hermanos gemelos. Larry, por ejemplo, es un follador de suelo y yo no. Él huye de los arrumacos poscoitales y yo sin embargo los disfruto cuando me dejan.




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Larry David. Temporada 11

🌟🌟🌟🌟🌟

Solo conozco a una persona -in person, quiero decir- que se haya reído alguna vez con las ocurrencias de “Larry David”. Es mi amigo de La Pedanía, y quizá por eso, entre otras cosas menos importantes, sigue siendo mi amigo. Él no es un entusiasta como yo,  pero a veces se asoma a la serie porque le doy mucho la matraca y porque sé que tiene una suscripción a HBO Max -o como demonios se llame ahora. 

Yo sería capaz hasta de tomarme un café con un facha ayusista, sólo si me dijera que también se descojona con Larry David. Alrededor de nuestro gurú se admiten todo tipo de especímenes. Yo mismo, que soy un bolchevique durmiente, un soldado del Ejército Rojo que espera la orden de encaramarse a la Moncloa con una bandera tan roja como mi sangre, me parto el culo con las andanzas de este millonario cuyas máximas preocupaciones en la vida son pillar hora en los restaurantes de moda, jugar al golf con los amigotes y encontrar su jersey preferido en la boutique más cara de Los Ángeles. 

El camarada Lenin, hace cien años, hubiera deportado a Larry David a Siberia, o lo hubiera hecho ejecutar en la cheka de Moscú. Pero ahora que los comunistas nos hemos vuelto gente civilizada, podemos empatizar con algunos cerdos burgueses y no sentirnos culpables por la desviación. Hasta el camarada Lenin hubiese entendido que Larry David no se ha hecho millonario, sino que hemos sido nosotros, los proletarios, los que le hemos hecho millonario a cambio de hacernos reír y de regalarnos la mejor serie de nuestra vida. 

Una vez, hace años, mi madre vino de visita por La Pedanía y vimos juntos un episodio de “Larry David”. Me dijo que el personaje le daba tanta vergüenza ajena que no lo podía soportar. Otra vez le puse un par de episodios a una amante que tuve y no se rio ni una sola vez. Es más: arrugaba el morro todo el rato. Yo pensé: "Esta chica no me conviene". Y ella pensó: "Estos dos son gilipollas".

¿Y mi hijo, por ejemplo, de Larry David?: nada, ni por el forro. ¿Y las otras amantes que vinieron después?: tampoco nada, pero ya por decisión propia, porque Larry y yo tenemos algunos parecidos inquietantes que dicen muy poco a nuestro favor.



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Larry David. Temporada 10

🌟🌟🌟🌟🌟


El episodio 10x7 de “Larry David” se titula “The ugly section”. Puede que sea la mejor ocurrencia de toda la serie. Y eso es mucho decir. La pera limonera. Es tanto como afirmar que un gol es el gol más bonito en la carrera de Maradona, o que Menganita es la chica más guapa en un desfile de Victoria’s Secret. La crème de la crème.

La acción transcurre en un restaurante de Beverly Hills donde los clientes son asignados al ventanal o al interior del local en función de su belleza física. Los guapos y las guapas disfrutan de vistas a la calle y del sol radiante de California; los feos, como nuestro querido Larry y su panda de amigotes, son relegados a mesas interiores donde la iluminación se regatea y el camarero atiende con su sonrisa menos verosímil.

La primera vez que Larry entra en el restaurante apenas tarda dos minutos en darse cuenta de este apartheid fenotípico. No es racismo, ni clasismo: es aspectismo y también escuece lo suyo.

A medias enfadado y perplejo, Larry se lo hace ver al maître, pero éste niega seguir cualquier política empresarial:

- Es solo casualidad -le responde-. No me fijo en esas cosas.

Larry, obviamente, no se lo traga, y al día siguiente regresa en compañía de una mujer hermosísima para hacer dudar al mentiroso. El castigo a su tocapelotez será un nuevo destierro a las zonas interiores del local, donde Larry se quejará amargamente y prometerá justa vendetta. Así son, más o menos, todos los episodios de esta serie inobjetable.

Viendo el episodio por tercera o cuarta vez empecé a pensar que las aplicaciones del amor -la vida misma, en general- también son restaurantes de Beverly Hills donde nos acaban sentando en nuestro sitio por las pintas. La diferencia es que aquí no hay ningún maitre al que hacer responsable de la marginación -Dios, si acaso. Aquí todos somos como somos y hay que asumir nuestro destino. Es la ley del mercado. El aspectismo puro y duro. Relegas y te relegan. El liberalismo económico es un invento del diablo, pero el liberalismo erótico es de una justicia inapelable.







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Larry David. Temporada 9

🌟🌟🌟🌟🌟

Cuando el “Homo sapiens” dejó de vagar por los bosques y se aposentó cerca de los ríos para cultivar el cereal, surgió una cosa llamada "convivencia ciudadana" que ha evolucionado con el paso de los siglos adquiriendo cuerpo legislativo y jurisprudencia callejera.

Con el invento de la agricultura, los seres humanos se multiplicaron exponencialmente siguiendo el mandato de la Biblia y abandonaron una tradición errante de cuatro millones de años para crear plazas públicas y circos romanos donde aplaudir. En apenas un suspiro evolutivo hubo que sentarse junto a los miembros de otros clanes in agredirse con las cachiporras. Ahora el desconocido estaba ahí a todas horas, invadiendo nuestro espacio, haciendo cola en la panadería o pegando gritos a las cuatro de la mañana. O mirando de reojo a nuestras mujeres de la tribu... Un salto cultural que iba muy por delante de nuestra biología siempre recelosa.

Diez mil años después de haber abandonado el paraíso cazador y recolector, el ser humano se está volviendo medio loco en este mundo tan complejo y exigente, globalizado hasta reventar y vigilado por esos dioses rectangulares llamados teléfonos móviles. Porque somos muchos, y estamos todo el día en movimiento, yendo a trabajar o haciendo turismo, o pelando la pava en los restaurantes. Chocamos de continuo, nos incomodamos o nos peleamos, y los guardias de tráfico elegidos por el pueblo no dan abasto con sus silbatos.

Sobre esta neurosis moderna ha construido Larry David la sinagoga de su humor. Su serie es la disección descojonante de las mil reglas cotidianas que rigen nuestra convivencia problemática. “Larry David", en el fondo, es un Talmud andante que trata de hacer exégesis de las normas no escritas relacionadas con la buena educación. Larry -que se interpreta a sí mismo y pone carne propia en el asador- parece un plasta recalcitrante, un metepatas que no ve más allá de sus gafitas de intelectual, pero en realidad es un rabino muy sabio que trata de poner luz en este lío que se forma cada vez que salimos de casa y saludamos al primer vecino en la escalera.




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Larry David. Temporada 8

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Los amigos y enemigos de Larry David no pertenecen a mi ecosistema funcionarial. Ellos, por ejemplo, no miran el precio de los artículos cuando bajan al supermercado. Compran lo que les apetece y ya está. Supongo que la mayoría, en su juventud, cuando soñaban con triunfar en el show business o con emparentar con alguien que triunfara, sí sabían lo que era una oferta o una marca blanca de confianza; pero ya llevan tanto tiempo despreocupados de las etiquetas que han olvidado incluso los conceptos. 

Y quien dice una tarrina de helado o unas lonchas de jamón dice un Mercedes último modelo o un hotelazo en las Bermudas. De entre las muchas definiciones que distinguen a los ricos yo creo que ésta es la más simple y funcional: no mirar el precio de las cosas cuando a uno le apetecen. (Y sí, ya sé que también hay proletarios del mundo que se comportan como manirrotos. Pero ellos, que no son ricos de cartera, si son, al menos, millonarios de espíritu).

Quiero decir que yo, como bolchevique que soy, siempre votando al ala más dura de las candidaturas electorales, debería de sentir repelús por esta gente que lo tiene todo y se queja por naderías. Las tramas de “Larry David” siempre son gilipolleces que alteran por minutos o por horas la vida de estos fulanos y de estas menganas. Casi nunca es nada trascendental o definitivo. En el mundo de Larry no existe el subsidio de paro, la Seguridad Social, el colegio cochambroso, el restaurante sin recepcionista.. Y sin embargo, no sé por qué, me siento uno más de la pandilla. Podría ser la envidia cochina, pero no. Son... algunos gestos. Larry, por ejemplo, que vive podrido a millones gracias a los royalties de “Seinfeld”, siente que le apuñalan el alma cuando le sacan 200 dólares para apoyar una causa benéfica o para reponer una camisa manchada de vino. Y no es tacañería: es el recuerdo vivo de sus años de postulante. Larry tiene mucho dinero, pero no ha olvidado su valor. Yo creo que en el fondo es un buen hombre además de un genio de la comedia. 

En la serie hay más hombres justos como él, pero Lenin Yahvé, con su solo ejemplo, ya había decidido no arrasar Beverly Hills desde los cimientos. 





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Larry David. Temporada 7

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Yo también respeto la madera. Do you respect the wood? Desde que vi ese episodio de “Larry David” ya no poso las tazas o los vasos sin mirar. Soy un posador muy responsable. En mi casa da igual porque tengo una mesa de aglomerado peleón, pero en las ajenas, cuando me invitan, o en casa de mi madre, que tiene unos muebles de nogal valiosísimos, ya siempre coloco un posavasos improvisado: un libro, un cenicero, un trozo de papel. Larry David me ha influido. A veces para bien y muchas veces para mal. Se ha introducido en mi vida como el líder de una secta descojonante. Su ejemplo, su opinión, su torpeza social, me vienen una y otra vez a la cabeza. La serie vive en mí y yo vivo dentro de la serie.

Y no sólo por los cercos en la madera. Ayer, por ejemplo, en La Pedanía, me crucé con una persona con la que no me apetecía parar a charlar. Hace tiempo ya tal, pero ahora ya no. Hemos perdido el vínculo y en realidad no nos caíamos demasiado bien. Recordé -como hago siempre- que Larry David llama a estas situaciones incómodas un “parar y charlar”, y que hagas lo que hagas, detenerte o proseguir, la has cagado sin remedio. O fuerzas la conversación o quedas como un maleducado. Un lost-lost de manual. Larry nos enseñó que hay que dejarse guiar por el instinto y que salga el sol por Antequera, o por Hollywood. Que hay situaciones sociales irresolubles, trampas circulares de la civilización. 

Y más cosas: yo, como Larry, también pienso que llevar gafas de sol en interiores es una costumbre de gilipollas. Y que mirar fijamente al océano no produce ninguna revelación sustancial sobre la vida. También creo que hay hombres injustamente acusados de tener el pene pequeño cuando en realidad la culpa es de sus mujeres, que tienen la vagina demasiado grande. A veces pasa y conviene denunciarlo. Yo también prefiero que me roben cosas a que me roben tiempo, y también he conocido a mujeres yo-yó que he eliminado de la lista de la compra.

Si mi mujer acabara de llegar de un largo viaje pero sólo faltaran cuatro minutos para que terminara el partido del Madrid, yo también tendría serias dudas de a quién dirigir primero mi atención. Y así nos va, claro, a Larry y a mí.





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Larry David. Temporada 6

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Es verdad que hay episodios de “Larry David” que lo fían todo a unas casualidades prácticamente inverosímiles. A encuentros con Fulano o a tropezones con Mengana que tienen una probabilidad ínfima de suceder. Si Larry David viviera en La Pedanía sería todo más verosímil. De hecho, estas cosas a veces pasan por aquí... Pero él vive en Los Ángeles, que tiene como cuatro millones y pico de habitantes, y sin embargo, en la serie, parece un vecindario de aldea donde todo el mundo coincide con todo quisqui en los restaurantes o en las colas de las lavanderías.

También es verdad que hay algunos episodios mal rematados, que terminan porque el reloj de la HBO marca 29 minutos y ya es hora de ir cerrando el chiringuito. A veces se nota mucho que los diálogos se improvisan: aunque el actor o la actriz sepan de qué va la vaina de la trama, no encuentran las palabras justas para arrancar y se produce un silencio que ellos rompen con sonrisas de amiguetes. A veces se atrancan en la misma línea de diálogo y se producen conversaciones como de besugos de cómics de Bruguera, del estilo: 

- Tienes que salir de casa, tío.

- Sí, lo haré.

- Salir de casa es la decisión correcta, colega.

- Estoy decidido: sí.

- Vamos, Larry, tienes que salir de casa.

Quiero decir que “Larry David” no es una serie perfecta. No es un diamante sin defectos. En realidad ninguna serie lo es. “Seinfeld” tenía episodios para olvidar, “Los Soprano” concedía mucho tiempo a los secundarios, “The Wire” tenía una temporada que se podrían haber ahorrado y “Breaking Bad”... bueno, algo malo también tendría "Breaking Bad". Incluso “Mad Men” se cargó a January Jones convirtiéndola en una arpía con 20 kilos de sobrepeso y mil maldades en la cabeza. 

Las mejores series de nuestra vida lo son porque hacemos un balance general, porque nos llegan al alma, porque hablan de nosotros mismos o de alguien que nos gustaría ser en un mundo ideal. Porque ratifican una filosofía personal y nos las creemos a pesar de las incongruencias y los vaivenes. Porque siendo disparatadas poseen un poso de verdad que es casi como una revelación divina, amén de ser un puro descojone.




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