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Fuera de temporada

🌟🌟🌟🌟


Hablando sobre los romances de madurez en “Ilustres ignorantes”, Eva Soriano sostenía que la pareja ideal siempre es un amante del pasado. No alguien recién caído del cielo o recién devuelto del infierno con el que empezar desde cero las conversaciones y los mecanismos en la cama. Una tarea que se vuelve aterradora a ciertas edades, pura pereza y vergüenza de uno mismo. 

Sostenía Eva que a los examores que merecen la pena -aquellos que fracasaron por pequeños detalles o por cosas tontas de la vida- hay que mantenerlos siempre vigilados. No perder nunca el contacto. Es conveniente guardar el número de teléfono y preguntar cada cierto tiempo qué tal estás, cómo te va la vida, cómo andas de lo tuyo... No mostrar demasiado interés (de momento) pero tampoco permitir que la amistad se derrita en el olvido. Es un equilibrio difícil. Todo un arte.

Sostenía Eva que la mayoría de las parejas fracasan por culpa de los “issues”, esas pequeñas manías personales que acaban pudriéndolo todo. No hay amor eterno que resista la insistencia de las termitas. Puede ser un olor corporal, un narcisismo conversacional, una dura pugna por las sábanas... Los “isssues” de los que habla Eva Soriano pueden pulirse con la edad y ya no ser obstáculos insalvables. Hay gente que con el tiempo aprende a cerrar la tapa del váter, a masticar con la boca cerrada y a compartir los gastos de las cenas y las copas. A veces pasa y es todo un triunfo de la voluntad.

“Fuera de temporada” nos cuenta el reencuentro de una pareja fracasada. Pero es un encuentro inesperado, no planificado, fuera de la teoría de los “issues”. Por las conversaciones entre  Mathieu y Alice se sobreentiende que hubo mucho amor entre ellos pero también mucho mal rollo. Dos personalidades incompatibles. Durante un par de días les entrarán las dudas y las ganas. ¿Y si rompieran sus respectivos matrimonios y volvieran a intentarlo? Pero la brecha es insalvable. Les separa un problema estructural. El problema no es que estén fuera de temporada (nunca se está del todo mientras el cuerpo aguante): es que lo que no puede ser no puede ser, y además es imposible. 




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La quimera

🌟🌟🌟


Empecé a ver “La quimera” justo cuando el tren arrancaba de la estación de Ponferrada, camino de León. No la iba a ver entera antes de llegar, pero me daba un poco igual. Era más bien una probatura, un meter el dedo gordo en el agua a ver si era verdad todo lo que contaban sobre ella los críticos y los estirados.  “La quimera” parecía una película tan personal, tan a contracorriente de la normalidad, que me podía una pereza paralizante y una cierta vergüenza de cinéfilo. En el peor de los casos, si no terminaba de engancharme, tenía el paisaje de los montes para entretenerme por el camino y divagar.

Todavía no había comenzado “La quimera” cuando un niño de unos cinco años empezó a dar por el culo -metafóricamente hablando, claro- un par de asientos más atrás. Detuve la reproducción y me coloqué unos tapones de gomaespuma para reforzar el “noise cancelling” de mis auriculares. La tercera capa de aislamiento que convertía sus gritos en un rumor era el traqueteo del vagón, el cha-ca-chá del tren, que transita muy lejos de las redes de alta velocidad de la España moderna y europeizada. 

Regresé a “La quimera” pensando que por estos lares la alta velocidad también es, a su modo, una quimera tecnológica, casi futurista. Y de pronto, en una conexión como de realismo mágico o de espejos interestelares, descubrí en la primera escena a un fulano que también viajaba en un cha-ca-chá del tren, esta vez italiano y de la época del neorrealismo. El viajero del ferrocarril que contempla al viajero del ferrocarril... Los antiguos augures de Roma tomarían esta coincidencia como un buen presagio para el resto de la película, pero no así los augures de Etruria -esos que yacen en ls tumbas que saquean los “tombaroli”- y que veían en estas casualidades la mano diabólica de las fuerzas negativas. Así que no supe si alegrarme o si alimentar aún más mis recelos por "La quimera". Me dejé llevar y descubrí que a la media hora ya estaba más pendiente de los paisajes que de la película... 

Horas después, ya en León, terminé de ver “La quimera” para coger rápidamente el sueño en la cama donde yo dormía de pequeñín, en una época que en el recuerdo ya es también un poco neorrealista y pobretona. 




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Lazzaro feliz

🌟🌟🌟

Sólo hay dos clases de personas que viven ajenas a la lucha de clases: los tontos y los enamorados. Y cualquiera, ay, puede caer en esos marasmos de la razón... Yo mismo, sin ir más lejos.

    Mientras las clases populares luchan por reconquistar sus derechos, y las clases pudientes urden mil planes para negárselos con las urnas o con los tanques, ellos, los simples de espíritu, y las víctimas de Cupido, transitan entre nosotros con el pensamiento puesto en otro lugar: en Babia, o en el cuerpo deseado. Son los no-beligerantes de esta guerra que nos ocupa desde que se inventó la agricultura, y un primer hijo de puta dijo “este sembrado es mío”, y tengo un primo de Zumosol dispuesto a partirte la cara si me tocas una espiga. 

    “Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el Reino de los Cielos”, dijo Jesús de Nazaret subido en la montaña, muy lejos de los Monty Python que apenas podían escucharle. Y Jesús se refería exactamente a ellos, a los lelos, a los arrobados, a los que no se enteran de la vaina y caminan entre las barricadas y las huelgas deshojando margaritas o comiéndoselas como Ralph el de Los Simpson. Son bienaventurados por no estar en la pelea, por no enervarse cada día al abrir el periódico o poner el telediario. La bienaventuranza predicada en los evangelios es ese estado de estulticia, de distanciamiento, de ajetreo puramente personal.

    Al principio de esta pelicula que nos ocupa, Lazzaro es un tonto de pueblo de manual, atento y servicial, con cara de ángel o de autista. Del mismo modo que en Amanece que no es poco había elecciones para elegir a los distintos cargos representativos -la puta y el cura, el alcalde y el pregonero- a Lazzaro, en el islote feudal, le tocó hacer de bobalicón que no entiende que su familia vive explotada, sometida como siervos de la gleba en pleno siglo XXI. Luego, en el transcurrir de la película, resucitado como el otro Lázaro de Betania, Lazzaro de la Doble Zeta sumará a su simpleza natural la profunda amistad que siente por el hijo de los terratenientes, que le hará, literalmente, navegar océanos de tiempo para encontrarle, como hizo el conde Drácula con Mina. Y si no óceanos, sí, al menos, un lago de dimensiones considerables...

Y así, doblemente alienado por la tontuna y por el amor, Lazzaro seguirá caminando entre los ricos y entre los pobres con la mirada perdida, que no sabe uno si abrazarlo como a un osito o soltarle un par de bofetones para que espabile.



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