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No digas nada

🌟🌟🌟


Antes de retirarnos a dormir el guía nos citó para las ocho de la mañana . 

- Ocho o’clock- insistió, haciendo un chiste con las palabras pero no con la mirada. 

(Al día siguiente, por la noche, ya de nuevo en la República de Irlanda, el guía nos dejó caer que la prisa no había sido por ir justos con el programa previsto, sino porque no estaba muy claro el asunto de los pasaportes al haber abandonado la Unión Europea un poco alegremente y habernos adentrado en el Territorio Comanche de Irlanda del Norte). 

Esa noche en Belfast iba a ser la última -y también la primera- así que me quedaban muchas cosas por visitar. Sobre todo una, irrenunciable, después de haber leído el libro monumental de Patrick Radden Keefe que inspira esta serie del mismo título. Ya tumbado en la cama del hotel planeé: 

- Me levanto a las 7:00, desayuno en el buffet (porque los buffets en Irlanda son irrenunciables), salgo a toda hostia, recorro los dos kilómetros que me separan de la Divis Tower, le saco una fotografía para la posteridad, regreso a toda hostia, recojo la maleta, aparezco en el aparcamiento con cara de inocente y luego, si acaso, si alguien me pregunta por el sofocón, presumo de que le ha sacado una foto contrapicada a ese rascacieloss que ya es un símbolo de los Troubles que convirtieron Belfast en un campo de batalla hasta 1999, justo un cuarto de siglo antes de que paseáramos por allí sin temor a que una bomba del IRA o un disparo del ejército nos cancelara el viaje de sopetón.

Y lo hice, lo hice, pero dejándome casi la vida en el intento, porque el lío de callejuelas era monumental, y había viejas alambradas cortando calles decisivas, y el buffet super calórico me pesaba en la barriga, y la torre es tan grande que siempre parece más cercana de lo que está. Lo hice, lo hice, y llegué a tiempo a embarcar en el autobús, pero durante veinte minutos fui incapaz de respirar con normalidad y de apostar dos dólares por mi vida. Todo por una foto inocua, de turista más bien obsesivo, pero una foto que he recordado con cierto orgullo viendo esta serie donde la Divis Tower es el epicentro del crimen y del conflicto.




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Manhunt

🌟🌟🌟🌟


Nunca he entendido la idolatría que sienten los estadounidenses por Abraham Lincoln. O la entiendo de sobra, no sé... Basta con leer un par de libros de Howard Zinn para comprender que a Lincoln los negros básicamente se la sudaban. Lo que pasa es que los necesitaba para ganar la guerra contra el Sur y luego la otra gran guerra contra los rojos. Lincoln acabó con la esclavitud de los negros sólo para convertirlos en mano de obra esclava en el Norte. Apenas un hilo de dignidad separa ambos estatus de subsistencia y humillación.

Lincoln, como cualquier presidente de los Estados Unidos -como cualquier presidente de cualquier lugar civilizado- se debía a las élites burguesas y empresariales. Ellas son las que quitan y ponen gobiernos utilizando la propaganda, los manejos judiciales o los golpes de estado. Olvidar esto es obviar el meollo de la historia. Sólo hay que prestar un poco de atención a los telediarios: mirar por debajo, y a los lados, nunca de frente, a los muñecos que parlotean. 

Cuando comprenden que no están ganando la pasta que podrían ganar, las élites se cepillan a su muñeco de guiñol y ponen a otro. No sienten lástima por nadie. Is not personal, just business. Es el lenguaje de la Mafia, pero también el de la Bolsa, y el tal Lincoln, por mucha música de violines que acompañe sus apariciones en “Manhunt”, no era más que otro lamedor de culos de las clases adineradas. Otro siervo sin moral. Cuando sus empresarios comprendieron que quizá estaban pagando demasiado a los obreros venidos de Europa, utilizaron a los negros para bajar aún más los salarios y romper las huelgas con esquiroles. El fantasma del comunismo ya ululaba por Europa y no estaban dispuestos a que cruzara el charco escondido en algún camarote. 

¿Cómo llamar, entonces, al lamedor del culo del lamedor de culos? ¿Relamedor anal? Ardua cuestión... Porque el protagonista real de “Manhunt” no es Lincoln, ni siquiera su asesino, John Wilkes Booth, sino este político tan idealista como tenaz al que Tobias Menzies dota de la misma saña persecutoria que tenía Tommy Lee Jones en “El fugitivo”.




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Los amos del aire

🌟🌟🌟

No es solo que sean valientes, compasivos, americanos de pura cepa... Es que además son muy guapos, los jodidos. Ellos, a diferencia de los malos, no bombardean sin mirar, no fusilan al tuntún, no violan a las aldeanas. Los aviadores del 100ª Grupo son los ángeles de la guerra. Solo con eso, y con jugarse la vida a los mandos del aparato, ya serían los reyes del folleteo en la base militar. Pero es que además tienen planta, maneras, sex appeal... Caminan como cowboys y sonríen como estrellas de Hollywood. Esa mezcla de olores entre el Varon Dandy y el residuo de queroseno tiene que ser irresistible. Son los Don Draper del aire. Los putos amos del aire. 

Digo los actores, claro, porque al final del último capítulo, cuando comparan la foto del actor con la persona real que luchó en la guerra, te das cuenta de que aquellos pilotos pertenecieron a otra generación menos afortunada. En lo fenotípico, digo. La Gran Depresión los crio medio raquíticos o cabezones, sin yogures desnatados ni cereales enriquecidos. Algunos son guapetes, sí, pero con un deje de mustiedad. Podrían pasar el casting para una película que hablara de nuestra propia posguerra. Salen fotos de cuando se casaron con sus mujeres -casi todas conquistadas en Europa en plena fiebre del combate- y ves que ellas tampoco son muy guapas, chicas del montón aunque con un brillo inteligente en la mirada. Fue una generación muy doliente y resabiada.

Quiero decir que en “Los amos del aire” se han pasado cantidubi con el casting y eso inhibe mucho las emociones. Empatizas, pero no simpatizas (¿o es al revés?). Te chirrían las neuronas espejo. Se te van los ojos en los combates aéreos y en la resolución final de los destinos en suspenso. Apple TV se ha gastado una pasta gansa en un producto que no sé cuántas personas verán en realidad. Creo que en España tienen cuatro abonados y medio y yo no soy uno de ellos. Pero entre medias, digo, todo te da un poco igual: conversaciones inanes y machirulas entre fuckers con uniforme. El mundo ajeno e inalcanzable de las hombrías verdaderas. 




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