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Banda sonora para un golpe de estado

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Cualquier guerra o conflicto colonial puede resumirse con una sola palabra. Y casi siempre es un mineral. A veces son otras cosas las que justifican un golpe de estado o el apoyo a una dictadura: una ruta comercial, unos casinos con prostitutas, unos cojones puestos sobre la mesa... Pero casi siempre es el subsuelo lo que late bajo las grandes palabras de Occidente. Algún tesoro escondido entre las piedras. La Historia es la historia de los grandes negocios y todo lo demás es el decorado anterior y posterior al latrocinio. Pura palabrería. La democracia y la libertad sólo son buenas si dejan paso libre a los recursos. Si no, se sustituyen por otra democracia y por otra libertad gracias a los marines. O al ejército belga, como en el Congo.

El petróleo explica la caída de Mosaddeq en Irán; las tierras raras, la futura invasión de Groenlandia por los americanos; el agua, el eterno conflicto de árabes e israelíes; el oro, la conquista de América a golpe de espada y arcabuz. ¿Qué buscaban los romanos en Hispania?: el oro también. Ucrania es un territorio demasiado goloso para dejárselo a los ucranianos, todo carbón, y gaseoductos, y elementos necesarios para el funcionamiento de nuestros teléfonos.

El golpe de estado del Congo, el que derribó a Patrice Lumumba y luego lo asesinó por atreverse a nacionalizar las minas de Katanga, se resume en otro mineral indispensable para el funcionamiento de nuestro mundo: el uranio. En plena Guerra Fría, los americanos armaban sus misiles nucleares con el uranio que extraían los bwanas belgas a cambio de un plato de sopa para los nativos. Un negocio redondo, sin apenas gastos en mano de obra. Un chollo. Una fuente de ingresos que no podía quedar en manos de cuatro negros comunistas. El racismo siempre ha sido un disfraz del clasismo y de la explotación. Una justificación del espíritu. Se trataba, se sigue tratando, simplemente, de robar. 





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