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Carpetas azules

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Es difícil, muy difícil, escribir cualquier cosa sobre “Carpetas azules” con la Ley Mordaza todavía sin derogar. A fecha de hoy, 7 octubre del 2024, el Perro se sigue tocando la pirindola en este asunto capital. Va negociando, y tal, con sus sostenes parlamentarios, pero con una pachorra de mandamás tropical. No sé si tiene miedo de los sindicatos policiales o es que simplemente no le interesa. Después de las refriegas y los insultos ves a los diputados compadrear en la cafetería del Congreso -rojos con azules, centralistas con periféricos, íntegros con hijos de puta- y comprendes que son todos unos burgueses que necesitan a la policía para defender sus intereses. Les podemites también, ay, con todo lo que yo les quise... 

“¡Váyanse a la mierda!”, que dijo aquel único diputado ejemplar que vino de Aragón. Siempre se van los mejores o se los lleva Yahvé por puro cálculo electoral. No sé si ya estaré escribiendo en demasía: al peligro de una porra en la cabeza (en cualquier momento) se le suma el peligro de un rayo divino que me parta por la mitad.

“Carpetas azules” es un documental sobre las torturas que los “Fuerzos y Cuerpas de Seguridad del Estado” -que dijo una vez Irene Montero en plena guerra sucia contra la gramática- ejercieron en el País Vasco para combatir el terrorismo de ETA. Las torturas, por supuesto, no se detuvieron cuando llegó la bendita democracia, porque no hay que olvidar que esta democracia -ay, que me meo- sólo es franquismo atado y bien atado, vendido con celofán y parcialmente desgrasado.

Como uno ha vivido siempre en la Meseta y sólo estuvo una vez en San Sebastián -entregado al bacalao y al paseo marítimo- ha crecido con las informaciones unívocas y tendenciosas del telediario de La 1 o el que pasan por Antena 3. El declive de ETA coincidió con el afianzamiento de los periódicos digitales donde ya podías encontrar medios que entraban en la harina de otros costales. Pero hasta entonces, cautivo y desarmado el ejército de espectadores, sólo conocimos una versión, una trinchera, un frente de batalla. Los etarras fueron unos auténticos hijos de puta, pero es que los




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