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The White Lotus. Temporada 3

🌟🌟🌟🌟


Nueve de cada diez seriéfilos encuestados aseguran que esta tercera temporada les parece un chicle estirado y una completa decepción. “¡Nada que ver con la segunda!”, gritan a coro en las tertulias del asunto. 

La mayoría, curiosamente, asegura haber llegado hasta las playas del tercer episodio y allí ya tumbarse a la bartola. Lo que aconteciese tierra adentro, en los bungalows de lujo o en los putiferios del alto standing, de pronto les traía sin cuidado. “La vida es corta y las series son infinitas”, aseguraban imitando a los monjes budistas que viven apartados de la vorágine turística.

Otros espectadores, los que a pesar de todo perseveran porque se sienten en deuda con las temporadas anteriores, reconocen que  la tercera entrega carece de un desarrollo ágil y de unos personajes carismáticos. Y que Tailandia, además, tan bonita y tan variopinta, queda reducida a una playa y a unas palmeras como las que puede haber en Lanzarote. Sólo los muy pacientes conocerán las calles de Bangkok en los últimos episodios porque de ellos es el reino de los Cielos.

Yo estoy en esa minoría silenciosa que ha llegado al último episodio altamente interesado.  Quizá es porque los ricos siempre me han resultado fascinantes, al mismo tiempo despreciables y dignos de estudio. En “The White Lotus” -como en “Succession” o en “Larry David”- yo les observo y me hago preguntas de índole muy comunista. Es una pedrada que -lo reconozco- proviene del rencor de clase y también de la envidia cochina. Viendo la tercera entrega de la serie yo me preguntaba cuánta pasta hay que tener para coger un avión en Wisconsin, plantarte en Tailandia y no salir durante toda la semana de un chiringuito de la playa. El despilfarro y la vagancia. 

Nadie que tire así el dinero puede ser una buena persona. Si es verdad aquello que dijo Jesús sobre el camello y el ojo de la aguja, las playas de Tailandia, como las de Hawai o las de Sicilia en temporadas anteriores, deberían ser alegorías del infierno: almas avariciosas quemadas por soles de justicia. 






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Perdida

🌟🌟🌟🌟🌟

1. “Perdida” es una película estrenada en 2014. El movimiento #MeToo nació en octubre del 2017. David Fincher, por tanto, tan listo como es, se adelantó tres años a la imposibilidad de rodar una película como ésta. Bueno, rodarla sí; otra cosa hubiera sido el éxito comercial, o la crítica comprensiva en las webs muy concienciadas. A saber qué hubieran escrito sobre “Perdida” les crítices del diario “Público” o de “elDiario.es”. ¿El motivo?: según Irene, Ione & Pam, las mujeres como Amy Dunne no existen. Es más: no pueden existir. Son un imposible metafísico. Sólo la mente perversa y podrida de un machirulo es capaz de imaginar y plasmar a semejante demonio psicopático.

2. En el año 2000, 17 años antes del #MeToo, Arturo Pérez Pelo en Pecho escribió lo siguiente en su novela “La carta esférica”. Lo de los "martillazos" -soy consciente- suena muy feo, aunque sea como metáfora, pero yo creo que explica perfectamente la relación que une al matrimonio Dunne en “Perdida”:

- Imagínate un reloj... Un reloj que sea preciso detener. Tú y yo lo pararíamos como cualquier hombre: dándole martillazos. La mujer no. Cuando tiene la oportunidad, lo que hace es desmontarte pieza a pieza. Sacarlo todo a la luz, de modo que nadie vuelva a ser capaz de recomponerlo. Que no vuelva a dar la hora jamás... Por Dios. Las he visto... Sí. Desmontan para siempre el mecanismo de hombres hechos y derechos con un gesto, una mirada o una simple palabra [...] Ellas te matan y sigues andando y no sabes que estás muerto.

3. Tengo un amigo al que he estado a punto de dejar varias veces porque siempre está rajando de las películas de David Fincher. Cada vez que se mete con “El club de la lucha” o con “El curioso caso de Benjamin Button” me dan ganas de levantarme, bloquearle y negarle el saludo para siempre. Pero sé que si le fuerzo un poco, si le desgrano muy despacio los argumentos, acaba confesando su -parcial- admiración por don David. 

Acabo de darme cuenta de que nunca hemos hablado sobre “Perdida”. El próximo día la sacaré a colación. Puede que sea el principio de una gran amistad o la traca final de esta relación sin solución. 



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Fargo. Temporada 3

🌟🌟🌟🌟🌟

La realidad supera la ficción. Siempre. Incluso las ficciones de Fargo palidecen en la comparación, aunque a veces, descolocados con sus ocurrencias, pensemos que el telediario posterior nos va a devolver a una realidad predecible, de andar por casa. Y luego, de pronto, aparece un platillo volante en las breakings news, o algo parecido…

    Hay capítulos de mi vida -y ya ves tú, qué vida la mía, de anonimato absoluto en el Noroeste- que los trasladas a la pantalla y parecen sacados de una mente calenturienta y retorcida, de guionista malo, o de guionista genial, que son los que suelen salirse de las carreteras generales. Qué decir, entonces, de la gente interesante que uno conoce, con vidas pintorescas, y aventureras, que te las cuentan frente a una cerveza en la terraza y te quedas alelado, muerto de envidia, o reconfortado de ser tú, mientras piensas que Noah Hawley encontraría materia para añadirle unos matones, y unos paisajes nevados, y montar un Fargo a la ibérica en los parajes de Soria o de Teruel, que serían casi como los de Minnesota, con la Guardia Civil saliendo a patrullar con gorros con orejeras.



    Fargo no está en Minnesota, pero Minneapolis sí, y allí, hace unos días, en la ciudad de los hermanos Coen, el pobre George Floyd salió a comprar con un billete falso de 20 dólares y encontró la muerte por asfixia -a rodillas, no a manos- de un australopitecus con placa que había salido a cazar. Alguien lo grabó, el vídeo se hizo viral, y comenzaron los disturbios que a veces provocan afroamericanos encolerizados y a veces supremacistas blancos que le echan más leña al fuego, porque así, con tanto incendio y tanto escaparate roto, la clase media se acojona, se pertrecha, y el próximo noviembre votará a quien más tanques saque a la calle para defender los negocios. Los discursos de V. M. Varga todavía resuenan en mis oídos…

    Ayer terminé de ver la tercera temporada de Fargo, y justo después de ese final demoledor que nada dilucida -porque la vida es exactamente así, una tensa espera para ver quién es el siguiente que abre la puerta para traer el regalo o la desgracia-  apareció en los telediarios de la realidad un presidente de Estados Unidos con el pelo naranja que se enfrentaba a una multitud armado con una Biblia.



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