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Slow Horses. Temporada 2

🌟🌟🌟

Me interesaba mucho el personaje de Jackson Lamb. Pero no tanto los demás, y por ahí se me ha ido el interés. Con dos temporadas ya he tenido suficiente. Cuando el capitán sale a comer, los marineros toman el barco y el rumbo se vuelve rutinario: músicas trepidantes, carreras por aquí, disparos por allá, bombas que no explotan y malos al final siempre chapuceros... Algún personaje interesante y mil estorbos secundarios metidos con calzador. “Slow Horses” llena la barriga pero no alimenta. Es más de lo mismo: puro algoritmo en la fábrica de chorizos.

Si no fuera por Jackson Lamb -cuya presencia era tan estimulante como cicatera- “Slow Horses” sería de una mediocridad risible y de unas aspiraciones alicortas. Un relleno para las plataformas. Acabo de ver en IMDB que van a rodar una sexta temporada y he decidido bajarme del caballo ahora mismo, en plena marcha. Pero como es un caballo lento, no corro demasiado peligro. La vida es corta y miserable, y las series inocuas y sempiternas acrecientan esa sensación de tiempo desperdiciado. Si no te enganchan, te matan poco a poco y acentúan la depresión. Killing me softly...

Y me jode, insisto, porque Jackson Lamb era un personaje que tenía secuestrada mi atención. Pero no por su inteligencia -que yo no llego a tanto- sino porque su facha, y su verbo, y su cinismo depravado, eran el aviso andante de mi propia tormenta. Jackson Lamb soy yo, pero ya extraviado del todo, ya perdido para la causa. Un Faroni con diez años más de uso repetido del mismo abrigo, de la misma maquinilla de afeitar inoperante. Un fantasma de las navidades futuras que venía a advertirme sobre el descuido personal que acompaña a la vida del misántropo. Y viceversa.




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Slow Horses. Temporada 1

🌟🌟🌟🌟

“Slow Horses” es la respuesta tardía, pero muy ilustrativa, a esa pregunta que siempre nos rondaba cuando veíamos las películas de James Bond: ¿y si un día la cagara? 

¿Qué pasaría si nuestro James disparara al tipo equivocado o llegara tarde a pulsar el botón que detiene el lanzamiento nuclear?  ¿Cómo le castigarían los del Servicio Secreto si una mala tarde se quedara acoplado a la chica Bond y se olvidara de acudir a la cita ineludible? ¿Qué cartilla le iban a leer sus superiores si descubrieran que el sexo y el alcohol ya entorpecen demasiado sus cometidos? ¿Y si un día nuestro James leyera un libro de Lenin y comprendiera que ha vivido toda su vida equivocado? ¿A qué catacumbas de la administración le enviaría M. si descubriera que ya no está para estos trotes de perseguir a los malvados? 

Es verdad que los cuerpos especiales podrían matarle sin más para que no se fuera de la lengua y luego borrar todo rastro de su existencia gracias a los ordenadores y a otros asesinatos selectivos. Sería más sangriento, sí, y más injusto con su larga trayectoria profesional, pero estos cuerpos especiales es precisamente a lo que se dedican: a asesinar sin hacerse preguntas.

Eliminar a 007 le saldría incluso más económico al gobierno británico. ¿Para qué seguir pagando una pensión a quien ya puede ofrecerle tan pocas cosas a la patria? Lo que pasa es que, como dice Isabel Natividad, el comunismo está más vivo que nunca y necesitas la ayuda de estos agentes veteranos que conocen al enemigo casi desde que nació.

La respuesta a esa pregunta que llevaba años quitándonos el sueño estaba en los Slow Horses, esta sección de agentes degradados que se encargan de los trabajos menos condecorables del MI5 o del MI6: rebuscar en las basuras, hacer seguimientos rutinarios y despejar el camino del Bien para que luego vengan los agentes del doble cero a llevarse la gloria y las chavalas. Porca miseria. 




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