Slow Horses. Temporada 1

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“Slow Horses” es la respuesta tardía, pero muy ilustrativa, a esa pregunta que siempre nos rondaba cuando veíamos las películas de James Bond: ¿y si un día la cagara? 

¿Qué pasaría si nuestro James disparara al tipo equivocado o llegara tarde a pulsar el botón que detiene el lanzamiento nuclear?  ¿Cómo le castigarían los del Servicio Secreto si una mala tarde se quedara acoplado a la chica Bond y se olvidara de acudir a la cita ineludible? ¿Qué cartilla le iban a leer sus superiores si descubrieran que el sexo y el alcohol ya entorpecen demasiado sus cometidos? ¿Y si un día nuestro James leyera un libro de Lenin y comprendiera que ha vivido toda su vida equivocado? ¿A qué catacumbas de la administración le enviaría M. si descubriera que ya no está para estos trotes de perseguir a los malvados? 

Es verdad que los cuerpos especiales podrían matarle sin más para que no se fuera de la lengua y luego borrar todo rastro de su existencia gracias a los ordenadores y a otros asesinatos selectivos. Sería más sangriento, sí, y más injusto con su larga trayectoria profesional, pero estos cuerpos especiales es precisamente a lo que se dedican: a asesinar sin hacerse preguntas.

Eliminar a 007 le saldría incluso más económico al gobierno británico. ¿Para qué seguir pagando una pensión a quien ya puede ofrecerle tan pocas cosas a la patria? Lo que pasa es que, como dice Isabel Natividad, el comunismo está más vivo que nunca y necesitas la ayuda de estos agentes veteranos que conocen al enemigo casi desde que nació.

La respuesta a esa pregunta que llevaba años quitándonos el sueño estaba en los Slow Horses, esta sección de agentes degradados que se encargan de los trabajos menos condecorables del MI5 o del MI6: rebuscar en las basuras, hacer seguimientos rutinarios y despejar el camino del Bien para que luego vengan los agentes del doble cero a llevarse la gloria y las chavalas. Porca miseria. 




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