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Casa en llamas

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Hace pocos meses vi otra película española que también se llamaba “La casa”, pero a secas, sin llamas. Y voto a Bríos que son la misma película con ligeras variaciones. No parece un caso de plagio ni un remake apresurado. Podría buscarlo en internet pero me puede la pereza. Las dos películas están bien y cuentan con elencos de mucho poderío, pero no justifican que yo mueva un solo dedo para desentrañar la misteriosa coincidencia. Sé que en el fondo da igual: dentro de unos meses las mezclaré, ya no sabré cuál era la hablada en castellano y cuál en catalán, y sólo recordaré que las dos iban de pijos y pijas con un casa muy bonita para vender.

(Lo que nunca se me olvidará -también lo voto a Bríos- es que en una de ellas salía Macarena García ya curada de sus traumas en “La Mesías”. Viendo una de estas películas yo era el espectador; en la otra, el espectador en llamas).

No sé qué pasa últimamente con los pijos de las películas, que se ponen a vender sus casas en lugares paradisíacos porque ya no las usan para veranear o para pasar las navidades. Si acaso para ir a follar con sus amantes, porque los pijos ya sabemos que nunca paran de triscar. Se han vuelto tan urbanitas que ya no les mola la contemplación del mar o la vista de las montañas. Justo estos días estaba leyendo una novela de Milena Busquets y la pobre mujer también anda en la misma problemática con su casa de Cadaqués. Es como leer el diario de un ricachón depresivo que no sabe cuál de sus jets privados poner a la venta. No sé que pensaría Georgina Ronaldo de todo esto. 

De hecho, porque justamente está rodada en Cadaqués, en los tramos más aburridos de “Casa en llamas” yo buscaba a Milena Busquets al fondo de las escenas por si hacía de extra o nos regalaba un cameo en el chiringuito de la playa, o en el aeródromo donde seguramente también la han llevado a volar sus muchos amantes escogidos. Como Meryl Streep en “Memorias de África, elegida, trascendente, contemplando a los pobretones y a la gente sin gusto desde las alturas de la burguesía que desprecia sus casoplones.





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Los días que vendrán

🌟🌟🌟

Vir y Lluis son dos treintañeros barceloneses que hablan catalán en la intimidad de su dormitorio. Ganan un buen dinero, viven en el downtown de la ciudad y se han arrejuntado para disfrutar a tope el resto de su juventud, antes de tomar las decisiones trascendentales sobre el trabajo o sobre los hijos. Ellos quieren viajar, salir de noche, ir al cine, experimentar con los mil y un alimentos que ofrece el Mercado de la Boquería. Y follar, claro, mucho… Vir y Lluis parecen una pareja muy moderna, profesionales liberales del teléfono móvil y del habla correctísima, pero en la primera conversación de la película descubrimos que utilizan la marcha atrás como método anticonceptivo, que es el remedio chapucero que usaban sus abueletes del Ampurdán en tiempos de la Guerra Civil. Vir y Lluis no saben -o no quieren saber- que en los pequeños chispazos pre-eyaculatorios viajan intrépidos espermatozoides que son la avanzadilla del ejército, zapadores que van abriendo caminos para que sus compañeros de armas pasen en feroz estampida o en pacífico desfilar, según la fuerza de la eyaculación. Y que a veces, con el grueso del ejército derrotado en el valle de un ombligo, estos zapadores se lanzan como guerrilleros heroicos a la misión de fecundar el óvulo que ya se creía a salvo del asedio.



    A partir de ahí, del encuentro clandestino entre el zapador y el óvulo, empiezan a contarse, o más bien, a descontarse, los días que vendrán... Nueve meses de embarazo que serán el tránsito agridulce de la pareja al trío, del “qué bien estábamos tú y yo solos” al “a ver qué coño hacemos ahora con un crío en casa”... Vir y Lluis saben -porque lo han visto en las películas, y ahora se lo recuerdan mucho las amistades- que la visión del recién nacido compensará todos los sinsabores y sacrificios. Pero hasta entonces aún faltan muchos meses de carrusel emocional, de discusiones agrias que medirán el compromiso, la paciencia, la madurez necesaria para afrontar el reto de ser una pareja progenitora. Muchos meses de sexo inapetente, de sexo denegado, de sexo recomendado por los médicos, que es casi el peor de todos, tan frío y maquinal. Nueve meses de pequeñas separaciones, de tristes reencuentros, de breves momentos para el humor… Nueve meses de mierda, en realidad, a la espera de que la cabecita  del bebé asome, la sonrisa se dibuje, y todo pase a ser la pesadilla de los días que pasaron.


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