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Ahora mismo en La Pedanía no se habla de otra cosa. Y es natural: Nevenka y el ex alcalde vivían apenas a cinco kilómetros de aquí, en Ciudad Capital. Y ahora, con la película de Icíar Bollaín, se han reabierto las viejas tertulias. Iba a decir las viejas heridas, pero aquí la gente sólo sangra si se joden los pimientos o si reaparece Puigdemont. Tan cerca y tan lejos...
Por aquí hay vecinos que los conocieron -o que dicen que los conocieron- en plena movida judicial. Pero ya sabemos cómo son estas cosas. ¿Que el alcalde entre en el bar y salude a la concurrencia es “conocerle”? Porque muchos se dicen enterados de la trama por eso y poco más. El caso es fardar.
Para mi sorpresa, aún son muchos lo que le defienden y tiran de diccionario de sinónimos para hablar de Nevenka. Son esos hombres -casi todos son hombres- que cuando sale el tema simplemente se callan. La presión social les obliga a no cuestionar en público el dictamen de los tribunales. Pero si los pillas a solas van asomando la patita hasta que te haces el tonto y carraspeas. Casualmente todos votan al PP, o a VOX, o a cosas incluso peores. Defienden a Ismael porque es uno de los suyos y ya está. No se hacen más preguntas. Es un código del hampa.
Lo decente en este caso es estar con Nevenka Fernández. Sin embargo, mientras veía el documental, yo intentaba que ella me cayera bien al 100% y no lo conseguí. Creo en lo que dice, y alabo su valentía, pero no dejo de pensar que ella fue concejala de Hacienda en un ayuntamiento pepero y muy pepero. Esa mancha siempre la llevará. Que me expliquen qué diferencia hay entre llevar las cuentas de una corporación del PP y llevar las cuentas de una "famiglia" con negocios inmobiliarios. Apenas nada: enredos de leguleyos que te permiten robar dentro de la ley.
Cuando Nevenka llora algo se te revuelve en las tripas, pero no dejo de imaginármela en su despacho de concejala, trabajando en pro de los que más tienen, viendo y dejando pasar, compinchada con los de siempre, fascinada -al principio- por ese engominado con negocios nocturnos que al final le arruinó la vida por la santa voluntad de sus borsalinos.