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El caso del Sambre

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Al finalizar cada episodio se nos recuerda que la serie, además de ser un “true crime” con licencias narrativas, es un homenaje a todas las mujeres violadas a orillas del río Sambre, a lo largo de tres décadas de vergonzosa impunidad. Nada que objetar. Habría que ser otro sociópata con gorro para no empatizar.

El problema, como siempre, está en la cara B del disco: la causa general contra los hombres. Ahí es donde yo siempre patino y, en parte, me desentiendo. Y no es que yo, en la vida civil, hable precisamente bien de los hombres: soy uno más de la cuadrilla y me conozco el percal. Llevar unos huevos colgando no ayuda precisamente a elevarse en cuerpo y en espíritu.

Pero joder... 

Hay que esperar al episodio 4 para que aparezca el primer personaje masculino que aporta algo positivo a la sociedad: es el geomático (sic) que ayuda a su listísima discípula a encontrar el punto geográfico donde podría vivir el violador. Hasta entonces, “El caso del Sambre” responde punto por punto a la visión apocalíptica que tienen las podemitas sobre el mundo. Es decir, que salvo mi padre, mi hermano (y no siempre), mi pareja (cuando la hay) y los presentadores y entrevistados que aparecen en Canal Red, todos los hombres son unos cerdos machistas que se dedican a violar o se empeñan en reírle la gracia al violador y a ampararle en sus delitos. 

Hasta ese cuarto episodio, las orillas del Sambre eran el desierto misándrico casi sacado de "Mad Max" donde las podemitas predican su evangelio. A saber: que en el mundo sólo existen tres clases de personas: las mujeres agredidas, las mujeres que se preocupan por ayudarlas y los hombres -con las excepciones antes mencionadas- que pasan de todo, se rascan los huevos, beben cerveza y compadrean en bares donde ponen furvo a todas horas.

A última hora alguien decidió romper este desequilibrio genérico y en el episodio 5 metieron un comisario competente y un policía medio arrepentido. Irene Montero ya había apagado la tele cuando yo empecé a ver la luz a través de la oscuridad: sí, existen algunos hombres buenos, como en aquella película de Jack Nicholson y Tom Cruise. 



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