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Muertos S. L. Temporada 2

🌟🌟🌟🌟


A veces, en el colegio, alrededor de la máquina del café, las maestras más veteranas me animan a escribir una novela -o un guion para la tele, ya puestos- que cuente las mil movidas verdaderas pero inverosímiles que aquí, como en “Muertos S. L.”, son el pan nuestro de cada día. 

- Esto es un filón -me dicen para convencerme.

Y tienen razón. Por este colegio de educación especial pululan los funcionarios más excéntricos, los abraza-árboles más singulares, los católicos más ultramontanos de la comarca... Lo pongo todo en masculino para que nadie se ofenda. Es como si un extraño magnetismo atrajera al profesorado más descarriado de nuestro mundillo: el que se quedó con las teorías más locas de la psicología y las curaciones más milagrosas de Santa Toribia de la Sobarriba. 

Si rascas un poco, no hay nadie normal en esta plantilla. Ni yo mismo, para empezar. El mero hecho de trabajar aquí ya te señala  como un elemento sospechoso. La gente sana, cuando viene trasladada por azares del destino o por desconocimiento de la causa, apenas tarda un curso o dos en levantar el vuelo para emigrar a tierras donde la locura es más rara y no se vuelve contagiosa.

Aunque yo fuera un escritor de verdad, capaz de reunir todo esto en un todo coherente y descojonante, el tema de nuestros alumnos -no de ellos exactamente, pobrecitos, sino de lo que se mueve a su alrededor- es prácticamente inabordable. Se pueden hacer chistes sobre el negocio de los muertos pero no sobre el negocio de las minusvalías que ahora se llaman “capacidades diferentes”. La película “Campeones” es la frontera exacta de lo permitido. En este asunto tan delicado sólo cabe la comedia amable, la historia de superación, la dedicación sacrosanta de los profesionales. El buen rollo y el mensaje optimista. La taza de Mr. Wonderful y la cara amable de la realidad. La poesía cargada de futuro. La ñoñería y el autoengaño. La voluntad que lo puede todo y el "coaching" como mantra para desnortados.

Una comedia que nos dejara desnudos a los emperadores sólo nos haría gracia a los veteranos que conocemos el percal. El contraste con la realidad nos mataría de la risa, pero fuera de aquí sería muy difícil de digerir. Es un proyecto inviable. Carne de cancelación.  




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Muertos S. L. Temporada 1

🌟🌟🌟🌟

“Muertos S. L.” es la serie ideal que nunca pudieron rodar Azcona y Berlanga. Es una pena que se nos hayan ido antes del boom de las plataformas. Que nadie les diera de beber a tiempo de la Fuente de la Edad.

En la Funeraria Torregrosa se hubieran sentido como peces en el agua. O como ranas en la charca. En un tanatorio se mezclan las clases sociales, se miente a destajo sobre los sentimientos y se producen situaciones fronterizas con el esperpento, y con todo eso, bien mezclado y envenenado, ellos nos hubieran regalado la serie perfecta del momento.

Yo me acordaba de ellos porque en “Muertos S. L.”, al igual que en sus películas inolvidables, todo el mundo va a lo suyo y no deja de dar por culo con sus problemas. Funeraria Torregrosa, como el vestuario del Madrid, como este mismo colegio donde yo trabajo –como cualquier amalgama de currantes en realidad- no es más que la colectivización transitoria de un sinfín de mezquindades y egoísmos. Azcona y Berlanga habrían mejorado el producto porque ellos tenían más mala baba que nadie, un alma más negra que el fondo de los pozos, y además sabían meter dos o tres conversaciones en cada plano: la cacofonía absoluta de los intereses humanos. El zoco donde todo el mundo vende y casi nadie compra. La verborrea como instrumento para hablar de mi libro y nada más que de mi libro. El lenguaje como punto de desencuentro y manipulación. Hacer que escuchas como gesto inútil pero necesario para convivir.

Aunque lo parezca, mi añoranza por Azcona y Berlanga no desmerece el humor negro y afilado que destila “Muertos S. L.”. Es una comedia muy recomendable a la que he tardado en llegar porque tengo mil prejuicios enraizados en la sesera. La había descartado por completo hasta que el otro día, en el bar, mi amigo me insistió una y otra vez para que le diera una oportunidad.

- A ti te van esos personajes como el de Carlos Areces, que provocan más vergüenza ajena que ganas de reír.

Y añadió:

- Y además sale mucho la Torrebejano. Adriana, se llama, ¿ no?

Y él sabe que por ahí muere mi pez y duda mucho el pecador de la pradera. 




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El 47

🌟🌟🌟


En La Pedanía no podemos quejarnos porque aquí llegan cuatro autobuses que nos unen con la civilización: el 2, el 5, el 6 y el 7. El servicio municipal llega justo hasta el número 7 y además hay una línea circular que recorre el perímetro de Ciudad Capital y que siempre transita vacía de viajeros. Son esos misterios de la administración competente, que lo mismo deniega líneas necesarias que pone otras donde nadie las pidió.

(Para llegar a tener un autobús con el número 47 estos territorios tendrían que multiplicar por siete su población, un objetivo utópico dado el cierre de las industrias y el tren de Mínima Velocidad que todavía nos une con la Meseta).

Los autobuses no llegan a La Pedanía porque aquí viva mucha gente, sino porque hace treinta años edificaron el Hospital Comarcal sobre una laguna donde vivían felices las ranas y las cigüeñas. Desconozco si antes de 1994 llegaban los autobuses municipales hasta aquí. Yo vine a vivir en el año 99 y me da pereza averiguarlo. Sea como sea, esto, desde luego, no es Torre Baró, con sus cuestas empinadas y su lejanía en la montaña, sino una planicie cortada a cuchillo por una línea recta y asfaltada. La logística, en el caso de La Pedanía, era prácticamente nula, pero tampoco creo que estas gentes hayan necesitado jamás el servicio municipal. No me imagino a ningún pedáneo autóctono secuestrando un autobús al grito de “¡A tomar por el culo!”.  

Aquí todo el mundo siempre ha tenido un coche -e incluso dos- y una moto, y un tractor, y una furgoneta, y hasta un quad para el hijo que nació medio tonto, y jamás he visto a uno de mis vecinos -los oriundos, digo, los que hablan esa mezcla de gallego y castellano que es el idioma de la tierra- coger un autobús para hacer nada en la capital. Los usuarios de los autobuses -dejando aparte a los que vienen y van del Hospital– somos los charnegos del lugar, los chavales semiautónomos, las viudas que nunca aprendieron a conducir y los tolais que dejamos la bici aparcada en el invierno porque aquí ir en bici -ni siquiera para recorrer 5 kms. escasos – es jugarse el pellejo en cada rotonda y en cada adelantamiento de los Fitipaldis.





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