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Taylor Swift: La voz de una generación

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Juro, ante cualquiera que quiera creerme, que hace tres meses yo no sabía quién era Taylor Swift. Una cantante, sí, de las modernas que llenan estadios, pero nada más. Si me hubieran dicho que era una estrella británica surgida del Got Talent me lo hubiera creído sin dudar. Hace muchos años que no pongo las televisiones generalistas. Es un apagón informativo como de monje en Katmandú. Sólo sintonizo La 1 cuando comienza una guerra de las importantes o se celebra algún acontecimiento deportivo. Para algunas cosas es como si viviera en la caverna de Platón: sólo veo sombras, siluetas, nombres sueltos sin cuerpo.

Cuando supe que Taylor Swift iba a llenar dos estadios Bernabéus consecutivos -y que por tanto nos iba a dejar una pasta gansa para pagar las facturas del estadio y emprender más fichajes de relumbrón- me pudo la curiosidad y la busqué en internet. Y casi me caigo para atrás... Taylor es la anglosajona ideal, el fenotipo soñado. Es el maíz, y el yogur desnatado, y la hamburguesa, y la Coca-Cola, y el pavo trinchado, y el puré de patatas servido con los guisantes, todo ello desmenuzado en aminoácidos esenciales y vuelto a reconstruir como en un milagro de la carne. No voy a hacer anatomía chacinera con Mrs. Taylor porque estoy perdidamente enamorado. Pero soy uno más en la cola, ay, y con escasas posibilidades. Taylor es la chica que siempre se acuesta con el quarterback del equipo universitario, y en eso, cachis la mar, la realidad se parecía dos huevos y medio a la ficción. 

Lo siguiente que hice -el segundo paso en nuestra platónica relación- fue buscar sus grijís en Spotify. Apenas me sonaba una canción: algo de los haters o no sé qué. Ya digo que vivo en la caverna de Platón. Un día, de paseo por el monte, me puse sus grijís en cadena y todos me sonaban igual. ¿Las letras?: incomprensibles. Como de ciencia-ficción. Es imposible que esta mujer llore por los hombres que la dejaron. ¿Qué puto majadero iba a dejar a una mujer como ésta? Porque además, según nos cuentan en el documental, Taylor es compositora, letrista, se lo guisa y se lo come. No es ningún producto artificial. Esa es mi niña.




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