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El hundimiento

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Esta gentuza no se extinguió en el búnker de la Cancillería, ni tampoco en el cadalso habilitado en Nuremberg por los aliados. No hablo de los descendientes que portan sus genes más o menos desleídos, ni tampoco de los bulos que situaron a Hitler y sus cortesanos viviendo como reyezuelos en las selvas de Sudamérica. Hablo, por ejemplo, de los fascistas que ahora mismo aspiran a instaurar el IV Reich en Alemania, o de los patriotas con uniforme que hace cuatro años soñaron con fusilar a 26 millones de españoles.

Los fascistas ya existían mucho antes del fascismo, de igual modo que los franquistas ya existían mucho antes de la llegada del Generalísimo. Porque el fascista, en puridad, no es más que un matón, un psicópata buscando alguien a quien zurrar o asesinar, y esa estirpe ha coexistido con nosotros desde las cuevas de Altamira. Cuando no tienen claro el objetivo, alguien se lo proporciona a cambio de dinero o de favores. Estas tendencias asociales estarían condenadas a desaparecer en el acervo genético si no fuera porque la patronal lss necesita continuamente para poner orden en sus negocios.

Los fascistas que aguardan la llegada del Ejército Rojo en “El hundimiento" no son más que una variante de la estirpe, fuerzas de choque que los empresarios alemanes utilizaron dos décadas antes para poner freno a los sindicatos. Hubiera sido ridículo -y además temerario- que el dueño de la siderurgia o de la fábrica de calzones saliera a darse de hostias contra sus propios obreros. Pero como las fuerzas del orden no daban abasto apaleando a quienes pedían más dignidad y mejores sueldos, hubo que contratar a esta pandilla liderada por un histriónico que predicaba futuros de sangre y fuego por las cervecerías. 

Hitler, Bormann, Goebbels, Göring... en realidad nunca se vieron en una más gorda. Tras cada golpe de genio perpetraron una cagada monumental; tras cada demostración de inteligencia, una demostración equivalente de chapucería. Porque ellos no habían nacido para mandar, sino para meter miedo asesinando. Cuando los burgueses se confiaron, ellos, los seguratas, se convirtieron en los putos amos y crearon un precedente.






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