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Supermán II

🌟🌟🌟


1. Yo estoy con Carlo Padial -que a su modo es otro extraterrestre - cuando dijo que su adolescencia, prorrogada mucho más allá de lo conveniente, terminó justo el día que vio el documental sobre la desgracia y muerte de Christopher Reeve. Ya lo sabíamos, por supuesto, pero verlo en HBO Max fue algo así como un certificado de defunción. Los actores que vinieron después -decía Padial- no son más que unos mindundis para nada creíbles. Unos héroes de pacotilla que fingen haber nacido en el planeta Krypton o en sus cercanías. 

La terrible certeza que conmocionó a Carlo Padial es que Supermán ya nunca más vendrá a rescatarnos cuando nos caigamos por las cataratas del Niágara o nos amenacen tres tarados venidos del espacio exterior. Estamos definitivamente solos. Es -ahora ya sí- el tiempo de la adultez. 

2. La historia romántica que anima ”Supermán II” no se entiende demasiado bien. ¿Por qué Supermán necesita despojarse de sus poderes para acostarse con Lois Lane? ¿Es por aquello que decían en una película guarra cuyo título ahora no recuerdo: que el esperma de Supermán, eyaculado con la superfuerza de sus contracciones, rasgaría cualquier tejido orgánico dispuesto a recibirlo? 

3. “Supermán II”, con su argumento tontorrón, ya nos estaba contando lo que iba a pasar cuarenta y tantos años después con la DANA de Valencia: mientras el mundo entra en caos geológico y se suceden las muertes y las desgracias, el responsable de prevenirlas -en este caso el propio Supermán- se encuentra desaparecido durante las horas más críticas perdido en otros gozosos menesteres. 

4. Recuerdo que de niño tuve muchas pesadillas con la Zona Fantasma: ese romboide como de plexiglás donde viven apresados los tres malvados del planeta Krypton. A veces me despertaba con el recuerdo de una claustrofobia insoportable, encerrado en aquella prisión y vagando por el espacio como castigo a mis pecadillos inocentes. Pecadillos de niño normal, del mainstream de los chavales, en el planeta de León.




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Superman

🌟🌟🌟🌟


No había vuelto a ver “Supermán” desde que mi hijo era chiquitín y se la puse para iniciarle en los mitos peliculeros. Veinte años después él se habría descojonado con este producto analógico que solo divierte a los carrozas sin princesa.

Viendo otra vez “Supermán”– porque no es una gran película, pero forma parte de mi educación sentimental- también recordé estas cosas:

- Mi boca abierta y mis ojos como ensaladeras. Mis pies de siete años -que no todavía de siete leguas- colgando de una butaca del cine Pasaje la primera vez que Supermán echó a volar con esa fanfarria de John Williams que todavía me pone los pelos -ya canos, ay- de punta.

- Mi amigo del barrio, el muy jeta, que siempre se pedía Supermán en nuestras aventuras callejeras porque era mayor que yo y me relegaba un día sí y otro también a ser Batman, un superhéroe terrenal que peleaba con gadgets y mierdas que podían fallar en cualquier momento. 

- Lex Luthor, el malo por antonomasia, que después de todo no era más que un especulador inmobiliario. No un lunático, ni un fanático, ni siquiera un loco como el Joker que sólo quiere ver el mundo arder. No: un simple especulador como estos de nuestra patria. Un personaje que podría haber sido el dueño de las grúas en la novela "Crematorio"

- Recordé también a Jerry Seinfeld en el “Monk’s Café”, explicándole a George Costanza que si Supermán es superfuerte y superrápido, no había ninguna razón biológica para que no sea también supergracioso. ¿Por qué -insistía Jerry, ante la negación tozuda de su amigo- esa parte de su cerebro no tendría que verse afectada por el sol de la Tierra?

- Recordé a Carlos Pumares en la madrugada de Antena 3 radio, riéndose de “Supermán” porque no acababa de entender que Clark Kent llevara siempre puesto el esquijama. ¿Pero es que los poderes dependen del esquijama o qué?- se quejaba Pumares con su inquina habitual-. ¿No puede volar desnudo? ¿No puede dejar el traje en una mochila y cambiarse a hipervelocidad? ¿Y si un día le da un vahído y le aflojan el primer botón de la camisa y descubren quién es?




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Lenny

🌟🌟🌟🌟

Una polla es una polla, y un pene, un pene. Dos órganos distintos y uno solo verdadero, como en una Santísima Dualidad. Cuando vamos al médico, a la revisión, a la molestia urinaria, tenemos un pene, pero cuando vamos a acostarnos con nuestra señora, o con nuestra respectiva, tenemos una polla. Y no pasa nada por decirlo: polla es una palabra inocua, sonora, para nada despectiva, y sí, en cambio, pícara y festiva. Como de celebración de la vida y del amor, una polla, eso es, y no un órgano de libro de texto, de manual de medicina, que eso es un pene, la cosa aburrida que no tiene erecciones y sólo sirve para mear.

    Eso es, grosso modo, lo que venía a decir Lenny Bruce en sus monólogos: que a las cosas sexuales había que llamarlas por su nombre, el cotidiano, el coloquial, lo mismo en el dormitorio conyugal que en el stand-up del club nocturno, entre humos y música de jazz, donde todos los clientes eran adultos y no había ningún gilipollas en la materia, ningún sorprendido del significado exacto de las palabras.



    Lenny Bruce hacía escarnio de la damisela que dice pompis, o del señor que dice miembro, hasta que cayó sobre él la Ley de Maricastaña, una que también vino flotando en el Mayflower y prohibía -entre otras muchas- usar la palabra chupapollas en público, ante una audiencia congregada, porque la ley presuponía que el humorista no estaba describiendo, no estaba haciendo chanza, sino incitando a la práctica, allí mismo quizá, o en la intimidad de los dormitorios, donde tal vez chupar pollas no fuera ni siquiera legal, y en todo caso siempre una guarrada, una cochinez de gente que en realidad no se ama como Dios manda. Chupapollas… A  Lenny Bruce empezaron a joderle la vida por ahí, y terminaron arruinándole la carrera, y la salud, y el alma misma. El personaje que aparece en La maravillosa Sra. Maisel todavía es un humorista travieso y risueño; el que sale en Lenny, la película de Bob Fosse, ya es el Lenny jodido, drogadicto, enfrascado en una cruzada semántica que finalmente no pudo ganar.




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