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Toda la vida pensando que mis historias son lamentables -las
amorosas, las laborales, las del ocio y tiempo libre-, todo tan tragicómico y
tan largo de explicar, tan descacharrado que yo creo que mis amigos no lo son
por amistad verdadera, sino por simple curiosidad, porque nunca conocerán a nadie
con este relato de las mil gilipolleces y las mil alcantarillas abiertas, y de
pronto, en Navidad, cuando todo se vuelve más lamentable todavía, en contraste
con la felicidad que desborda las mascarillas de la gente, porque se nota, la
guay, incluso tras el disimulo de lo textil, descubro esta película de Javier
Fesser titulada “Historias lamentables” y en una transformación como de Gregorio
Samsa a la leonesa me convierto en una luciérnaga atraída por el fanal. Caer en
ella ha sido algo imperativo e irremediable.
Si en el mundo real existe alguna historia lamentable al
estilo de Javier Fesser -me digo-, yo las tengo a pares, a decenas incluso, si
hiciera un buen ejercicio de memoria. Toda mi vida es así, al completo, un
lisérgico tebeo de Bruguera. Tanto los leí, de chaval, que ahora ya ves: todo
se me pegó. Podría haber leído los cómics de “El gran Follarín”, que era un
fanzine muy de moda por la época, y yo ahora no estaría aquí lamentándome de
todo. Si de Javier Fesser hablamos, está “El milagro de P. Tinto” por un lado y
“El despelote de A. Rodríguez” por el otro. Está mi tontuna consustancial, mi mala
pata, mi don bíblico de la oportunidad, y también, claro, porque no va a ser
todo yo, todo endógeno y cromosómico, la estupidez reinante en el medio
ambiente. Y la maldad, claro, porque al final no existen las “Historias
lamentables”, así, en abstracto, ni las de Fesser ni las mías, sino gente
lamentable que las crea. Y la gilipollez, cuando entra en contacto con la
ruindad, produce una reacción química de la hostia. Un cóctel explosivo. Pasa
en la película, y pasa en la vida real.
Un par de conocidos que me conocen muy poco me han dicho: “Vaya
imaginación que tiene el Fesser, con las historias lamentables de su película”.
Ay, si yo les contara...
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