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El que esté libre de haber tropezado con una piedra llamada
Nefernefernefer que tire eso, la primera piedra. Todos somos Sinuhé el egipcio.
Je suis Sinuhé. Tendré que poner una bandera de Egipto en la foto de perfil -así,
de trasfondo desvaído- para declarar mi solidaridad con el pobre trepanador
enamorado. Pero no caigamos en el victimismo. Al otro lado del espejo, en el
reverso femenino de la blogosfera, están las mujeres que se quejan de tropezar con
cabronazos con pintas en el lomo, que según mi abuela eran los peores del ecosistema. Si la bella Nefer, por ser triplemente hermosa y malvada, era apodada
Nefernefernefer, ¿cómo se dirá, me pregunto, cabronazo-cabronazo-cabronazo en
egipcio antiguo? ¿Cómo se dibujará su nombre, en los hieráticos jeroglíficos?
Qué le vamos a hacer... La selva del amor es así, plagada de
peligros, y el que no ha sido mordido por una serpiente ha sido golpeado por un
simio desbocado. La gracia está en levantarse, en olvidar, en seguir hacia
delante, buscando el amor verdadero, que los gurús de la autoayuda siempre
anuncian muy próximo, a punto de caer, lo que produce mucha desconfianza en el usuario.
Como le pasó al propio Sinuhé, que luego conoció a dos mujeres maravillosas que
en parte le redimieron, aunque sus tiempos eran tan salvajes, y tan faltos de
penicilina, que ambas se fueron antes de tiempo, cuando el amor ya parecía que
sí, que echaba raíces. Ya al principio del relato, Sinuhé explica que el
significado de su nombre es “el que está solo”. Y solo se queda, efectivamente, en cumplimiento
de la profecía. Me pregunto qué cojones querrá decir Álvaro en germánico primigenio,
mientras miro el paisaje tras la ventana.
La novela de Mika Waltari es una obra maestra. La he releído
estas mismas navidades. No ha perdido ni un ápice de su cinismo. El mundo sigue como estaba, y Sinuhé, viajado en el tiempo, podría llegar más o
menos a las mismas conclusiones. En la película, por añadidura, salen actrices
hermosísimas, del Hollywood clásico e irrecuperable, y aun así, todo es mortalmente
aburrido, ridículo en ocasiones, como era de esperar en un peplum de cartón-piedra. Como
la película está dirigida por Michael Curtiz, uno espera que en algún momento,
para animar el cotarro, aparezca Humphrey Bogart regentando una taberna donde se toque el arpa y se practique el juego ilegal. El Amenofis’s Café, quizá.
Pero no.
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