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Todo este periplo por los psicokillers empezó con Hannibal
Lecter. Al menos para nosotros, el mainstream, el público de provincias que
luego refrescaba las emociones en el videoclub. Contigo empezó todo... Cuando Anthony Hopkins -repeinado,
relamido, con ojos de lunático y ademanes de aristócrata- dijo aquello de que
se había comido el hígado de un fulano acompañado de habas y un buen Chianti,
produjo un terremoto en la platea que todavía andan recogiendo en los sismógrafos.
Los asesinos, de pronto, podían ser tipos cultos, refinados, de trato exquisito,
como aquellos nazis que escuchaban una sonata de Schubert después de enviar trenes
al campo de exterminio.
El doctor Lecter no era un asesino de El Caso, ni un escopetado
de Puerto Urraco. Cuando en la siguiente escena se compadeció de Clarice
Sterling porque ella tenía pesadillas con los corderos, el asesino empezó a
caernos “bien”, para nuestra sorpresa y nuestra vergüenza, y la gente de Hollywood,
que olfatea nuestros instintos confesables, pero mucho más los inconfesables, que
son los que al final compran las entradas o se abonan a las plataformas, descubrió
el filón que treinta años después todavía anima ficciones como Mindhunter
-aunque Mindhunter, curiosamente, esté basada en unos hechos truculentamente
reales y científicos. Nos puede la fascinación por el mal, y la empatía absurda,
y las ganas de entender.
Mindhunter, en realidad, no procede de la estirpe de
Hannibal Lecter, sino de aquel personaje secundario que era el mentor de Clarice
Sterling en el FBI, y que soñaba con ser algo más que su mentor... Jack
Crawford era el estudioso de las mentes perturbadas que se lanzaban a matar. El
especialista en tipos raros que encontraban la satisfacción sexual en el
asesinato compulsivo. La sexualidad humana, por reprimida, es rara de cojones, y
en el extremo del barroquismo están estos monstruos que luego, en el cara a
cara, custodiados por la policía, parecen la mar de salados y razonables. Aquel
Jack Crawford de El silencio de los corderos que le miraba el culo de
reojo a Clarice Sterling podría ser perfectamente el agente de Holden de Mindhunter:
el científico de la perversión, asomado al abismo del ser humano.
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