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De niño, en mi casa, a pesar de que lo recomendaban nueve de
cada diez dentistas en la tele, nunca comprábamos Colgate porque era más caro
que otras marcas del badulaque. Pero el slogan era cojonudo, desde luego, y se
quedó en el habla popular porque encierra una gran verdad: que el mundo no se
divide en mitades cuando hablamos de gustos y preferencias -estos lo uno, y
aquellos lo otro- sino en un 90 por ciento de adeptos y un 10 de renegados, o
viceversa.
De chaval -que es cuando yo empecé a escuchar la música de Prince con el Purple Rain sonando en Los 40 Principales-, nueve de
cada diez escolares éramos del Madrid y sólo uno del Barça, el bicho raro que
hablaba catalán en la intimidad. Nueve de cada diez críos preferíamos el balón
a la lectura, el chorizo a la verdura, los juegos de hostias a los juegos de
mesa. Poco después, ya entrados en la adolescencia, nueve de cada diez amigos nos
decantamos por las mujeres, y entre ellos, nueve de cada diez por las que eran rubias o pelirrojas. Nueve de cada diez socios del videoclub del barrio -antes de evolucionar como personas- preferíamos
las películas de Rambo a las comedias de Billy Wilder. Es muy grave, lo
sé...
Yo, no sé cómo, supongo que por seguidismo social, o por
simpleza mental, siempre me las apañaba para estar en el 90% de los adeptos a
cualquier cosa. Justo al revés que ahora, que voy a la contra de casi todo. Yo
sólo me quedaba en minoría defendiendo a Prince -que luego fue el artista antes
conocido como Prince-, enfrentándome al rodillo parlamentario de los que trataban a Michael Jackson como a un rey. Pero al final teníamos razón: la música de Prince iba treinta años
por delante, y ahora estamos recogiendo la cosecha. Prince no era un bailarín como el señor Jackson, pero
era un verdadero saltimbanqui sobre el escenario. Y un genio musical. Un sobreexcitado en
todos los sentidos: en el muscular, porque no paraba, y en el instrumental,
porque lo tocaba todo, y en el sexual, porque sus letras, a veces, eran de un
porno soft que rompía la monotonía del “te quiero” y del “me dejaste”... Y a
mí, las indecencias, tocadas a ritmo de funky-rock, me turulaban las entrañas. ¿He
dicho Purple Rain? No. La canción perfecta se titula Kiss. No sale en el
concierto de Sign “o” the Times, pero da igual. Salen otras cojonudas.
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