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La quinta temporada de "The Crown" es un desafío a nuestra credulidad. Ver a McNulty disfrazado del
príncipe de Gales produce una disociación cognitiva de tal calibre que ya no
sabes si es que el príncipe está de visita en Baltimore, aprendiendo a colocar
micrófonos en las esquinas, o si es que McNulty, que resultó ser el 38º
aspirante al trono en la línea sucesoria, ha sido investido príncipe porque toda
la Familia Real quedó electrocutada en la toma de una foto oficial, como le
pasaba a John Goodman en “Rafi, un rey
de peso”.
Pero McNulty -o sea, Dominic
West- domina bien el registro principesco, y además sale maqueado que lo dejan como un pincel, así que nuestra credulidad, superado este reto, tiene que enfrentarse
al hecho lamentable de que la princesa Margarita no es que se haya convertido
en una señora mayor: es que no es, ni por asomo, la misma mujeraza que en las
primeras temporadas nos dejaba con la boca abierta, estupefactos ante su
belleza. A esta Margarita le han caído los años, sí, pero también le han
recortado los centímetros -demasiados-, y le han comprimido el cuerpo hasta
resultar irreconocible. Y además es mucho más fea... Uno no entiende que en una
serie tan detallista, tan “british” en todo lo demás, se cometan estos errores
de bulto. No será por actrices para elegir, digo yo, en el elenco de las isleñas.
Y luego está Diana de
Gales, a la que la serie trata con suma condescendencia: la "Princesa del
Pueblo”, y toda esa mierda. Ahora la interpreta una mujeraza de cuerpo mareante
que debe de andar por el metro ochenta de estatura. Cuando Diana llora sentada,
te la crees a pies juntillas, pero cuando se yergue para llorar de pie, sabes
que no es ella, sino Elizabeth Debicki, la que se queja con amargura de vivir como una princesa
millonaria. Es entonces cuando uno se va del personaje, y también un poco de la
serie, y empieza a pensar que “The Crown” -tan fastuosa todavía, tan
interesante a pesar de retratar las vidas de esta gentuza impresentable- empieza
a descuidarse un poquitín, o a confiar demasiado en sus seguidores.
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