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Desde que llegó la fibra óptica a La Pedanía -hará cosa de un año- tengo acceso a un montón de documentales cinéfilos que antes, pagando el mismo dineral pero castigado por la tecnología achelense de la parabólica, no podía disfrutar.
Es por eso que ahora, cuando me pongo a comer y no tengo deportes en Movistar + que echarme al coleto, me entretengo buceando en la filmografía de mis estrellas predilectas. Haría cualquier cosa con tal de no poner los telediarios compinchandos con el gran capital. Incluso el telediario de La 1 -redactado al parecer desde Caracas- abjura del socialismo como remedio para los males que nos aquejan: los alquileres, y el precio de la luz, y la fuga de capitales, y el aceite de oliva tan caro como el oro.
Estos días, mientras nutría mi cuerpo, alimentaba mi espíritu con “Friedkin sin censuras”, un documental estrenado hace ya 6 años en el resto del mundo. Es decir: cuando yo aún vivía en el Paleolítico Superior. Por entonces don William aún estaba vivo y se paseaba por los festivales europeos para recibir los últimos homenajes.
Yo pensaba que después de haber rodado “The Devil and Father Amorth” -aquel documental sobre el exorcista del Vaticano que imitaba al padre Merrin- William Friedkin se había vuelto majareta perdido y había entrado en un período nebuloso de la razón, todo ángeles y demonios que le visitaban. Pero no. Estaba equivocado. O don William lo disimula de puta madre... Friedkin, a sus 83 años de entonces, responde con suma lucidez a las preguntas que le formulan. Y no sólo eso: destila mala leche cuando toca, y humor socarrón, y todavía tiene vigor para soltar un par de bofetones dialécticos -y muy bien traídos- a la peña de Hollywood que no le caía demasiado bien.
Mejor así, porque los chalados, al final, siempre cometen un pecado mortal que les cierra las puertas del Cielo. Yahvé es, en eso, un dios implacable. Y William Friedkin se tenía bien ganado el cielo desde que rodó “French Connection” y “El exorcista”. Dos clásicos instantáneos. Dos películas que nunca pasarán de moda y que merecen un altar preferente en la iglesia de nuestras videotecas.
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