Mostrando entradas con la etiqueta Ben Miles. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Ben Miles. Mostrar todas las entradas

Douglas is Cancelled

🌟🌟🌟

El otro día le recomendé a un internauta de confianza que viera “Douglas is Cancelled”. Tras hacerle una sinopsis no le vi muy convencido y tuve que insistirle.

- Hazme caso -le dije- garantizándole el éxito de la empresa.

Craso error. En el manual del seriéfilo -artículo 33, párrafo 2º- se aconseja no recomendar jamás una serie vista a medias. Pero ya llevábamos dos cervezas virtuales y la charla se había vuelto muy animada. Me vi con fuerzas tras ver solamente dos episodios y la cagué. Me suele pasar. El amigo seguirá ahí el día de mañana -o eso creo- pero hay mujeres que dejan de quererte por fallos tan catastróficos como éste. Una serie fallida es todo lo que algunas necesitan para verte un punto negro y descartarte. Hoy en día recomendar una serie es como desnudar el alma, o como confesarte ante el sacerdote. Como escribir un blog abierto al público en internet.

Pintaba bien, la verdad, “Douglas is Cancelled”, con su tono de comedia, sus maldades soterradas, sus diálogos viperinos. La guerra de los sexos llevada por caminos que hacía años que no transitábamos.  La intención argumental es la misma de siempre -si no no estaría en el catálogo de SkyShowtime ni en ningún otro- pero aquí, al menos, aunque sean todos unos cerdos patriarcales, los hombres parecían en el fondo inofensivos. Hombres que han aprendido a sentirse culpables cada vez que hacen un chiste entre amigotes o alaban la belleza de una mujer antes de mencionar sus cualidades profesionales. Cosas así, indignantes e impropias, pero no especialmente destructivas.

Pero a partir del tercer episodio, ay, Irene Montero, que sólo resistía porque una colaborada le había dicho “espera y verás”, empezó a  aplaudir desde su sofá de Bruselas o de Estrasburgo, y yo, por decencia, por pura coherencia con mi recomendación, tuve que seguir hasta el final. El giro dramático es, cuanto menos, inesperado. No es que estas cosas no sucedan: sigue habiendo mucho Harvey Weinstein por ahí. Mi problema con “Douglas is Cancelled” tiene que ver con el mainstream calculado, con el algoritmo del éxito que lo convierte todo en el mismo argumento mil veces clonado y olvidable.



Leer más...

Napoleón

🌟🌟🌟🌟

“Napoleón”, si no lo he entendido mal, se parece mucho a “La red social”. Las dos películas cuentan la historia de un fulano que creó un imperio sólo para impresionar a una mujer. Napoleón, uno terrenal para conquistar a Vanessa Kirby, y Mark Zuckerberg, uno digital para convencer a Rooney Mara de que regresara. Nos ha jodido... Yo mismo cabalgué una vez hasta Vladivostok espada en mano, a ver si me nombraban Zar de Todas las Rusias y dejaba impresionada a Natalie Portman. Pero no hubo manera. Donde Napo y Mark triunfaron, yo fracasé. Mi hazaña frustrada salió en la prensa local -la de aquí, y la de Vladivostok- pero como no transcendió al “New York Times” me quedé compuesto y sin emperatriz.

Antes del #Metoo se decía mucho aquello de “ese culo bien vale un imperio”, y no era una simple metáfora. Ha habido hombres a lo largo de la historia que por un buen culo, o por una cara bonita, han reclutado ejércitos para conquistar los campos de Europa o colonizar los ordenadores de la peña informatizada. Si es verdad que Josefina de Beauharnais se parecía un poco a Vanessa Kirby, no me extraña que Napoleón se pasara la vida en campaña solo para merecerla. Puede que él, en el fondo, no fuera un traidor a la República Francesa ni un criminal de guerra engalanado, sino, simplemente, un hombre enamorado. 

Yo mismo, el verano pasado, en Los Inválidos, rumiaba estas cosas ante la mismísima tumba del susodicho. Había que estar allí, por supuesto, pero no rendirle homenaje ni pleitesía. Por mucho que el polvo de su sarcófago sea polvo enamorado... Napoleón -como se nos recuerda al final de la película- condujo al matadero a miles de chavales con una edad parecida a la de mi hijo. Es como si ahora nos gobernara, yo qué sé, el amigo de Pablo Motos, Santi Abascal, y se le metiera en la mollera reverdecer las glorias hispanas en Marruecos, y llamara a filas a mi retoño solo para que cuatro hijos de puta se forren abriendo mercados y depredando recursos naturales. Por mucho que el plan inconfesable fuera seducir -por poner un ejemplo- a Cayetana Álvarez de Toledo, a Santi no le íbamos a reír la puñetera gracia.






Leer más...

Tetris

🌟🌟🌟

En segundo de BUP me hicieron un test de inteligencia y salí señalado como deficiente mental. Ligero, eso sí. Un “borderline” que decíamos entonces, antes de que los eufemismos convirtieran el retraso mental casi en un superpoder, como dice Paco Calavera. 

Y no voy a decir que se equivocaron con el diagnóstico o que los test de CI no sirven para nada. Yo creo sobre todo en la ciencia y en el progreso. Lo que pasa es que nunca he sido muy listo y a las pruebas me remito... Pero disimulo muy bien, y en cuestiones de verborrea tengo cierta facilidad. Aquella mañana del test, además, yo venía casi sin dormir porque había preparado unos exámenes muy exigentes que nos esperaban tras la encerrona. Sirva de atenuante.

Como llevaba años medrando en el ecosistema escolar, me sabía los trucos y sacaba sobresalientes en casi todo, pero en cuestiones de inteligencia visoespacial -como el test puñetero atestiguaba- mi intelecto solo podía rivalizar con los loros que trajinan con formas geométricas. Ellos con sus picos y yo con mis dedos, podríamos disputar un torneo interespecies si alguien nos cronometrara y luego pusiera nuestro desafío en el YouTube.

Cuento todo esto para explicar que yo de chaval apenas jugué al Tetris. Primero porque no tenía Game Boy; segundo porque mis padres no me daban dinero para ir a las salas recreativas y no podían sufragarme la compra de un ordenador; y tercero -y lo más importante- porque la rara vez que podía jugar yo veía caer las piezas del cielo y me entraba un sudor frío de incomprensión. “¡Pero dónde coño va esta pieza! Esto es imposible...” Mi cerebro no acertaba a girar las formas en el espacio, así que todas caían a plomo, como Dios las había diseñado, y solo de puta chiripa, al llegar al suelo, formaban una bonita línea sin huecos y se desintegraban.

Pero si yo, ay, hubiera sabido entonces que el Tetris era la invención de un ingeniero soviético, y que fueron los cerdos capitalistas quienes se llevaron la fama del invento y los millones de sus derechos, hubiera perseverado en su práctica solo para hacer honor al esfuerzo de aquel camarada ninguneado por la historia.



Leer más...

The Crown. Temporada 1

🌟🌟🌟🌟🌟

Desde que mis conocidos saben que estoy viendo The Crown -porque me llaman para que les recomiende una ficción que entretenga su encierro y yo me pongo a darles la paliza con que si The Crown es cojonuda y no pueden perdérsela, y que vaya diálogos, y que vaya actuaciones, y que menuda producción a lo grande, y termino por aburrirles con mi entusiasmo que es casi pueril y enfermizo- recibo, decía, muchos mensajes que me dicen que voy a volverme monárquico de tanto alabar la serie, de tanto mirar por la mirilla de Buckingham Palace a ver qué se cuece en la familia de los Windsor. Me lo dicen, claro -ahí está el chiste- porque siempre he sido un republicano acérrimo, de los de bandera tricolor decorando la intimidad del hogar. Un recalcitrante que descorcha una botella de sidra cada vez que llega el 14 de abril para celebrar que otra España es posible, desborbonizada, que será más o menos la misma, no me engaño, pero sin ese residuo que nos hace menos modernos y más medievales.



    Me dicen los amigos que como siga con esta coronamanía me va a entrar un síndrome de Estocolmo que me va a romper los esquemas. O un síndrome de Londres, mejor dicho, porque de tanto vivir entre los Windsor voy a traspasar la frontera que separa al plebeyo del monarca, al populacho de Sus Altezas. Y que al final los voy a tomar por seres humanos igualicos que nosotros, cuando se desnudan ante el espejo. El riesgo existe, es cierto, porque sé de gentes férreas como yo que han visto la serie y se han quedado boquiabiertas, abducidas, y que luego escriben o te comentan.: “Si es que al final somos todos iguales, y aquí cada cuál lleva su pena, y su frustración, y su conflicto de lealtades…”.  Los Windsor como los Rodríguez, no te jode, o los Churchill como los García, hay que joderse, porque la serie no sólo va de los estropicios familiares de la casa de los Windsor, sino también de la alta política que todas las semanas pasa consulta con la reina, el señor Winstorn apoyado en un bastón y coronado por un bombín.

    Yo, de momento, tranquilizo a mis médicos y les digo que todavía no he notado los primeros síntomas de la conversión. Sólo ahora, que me tocaba escribir esta crítica, voy a confesar que he rematado con una lágrima el último episodio de la primera temporada, porque hay una declaración de amor de la princesa Margarita a su amado Peter que jolín, qué quieren que les diga, vale lo mismo para una princesa británica que para una poligonera de Orcasitas, o para una vecina de esta pedanía mía que ande con desamores Sólo ahí, en las cuitas del amor, me reconozco sensible e identificado con estos sangreazulados que si no pertenecen a otra especie, hacen todo lo posible por parecerlo.


Leer más...