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Al terminar la película estuve a punto de entrar en Wikipedia para saber qué emperador romano vino después de Caracalla. Porque “Gladiator II” termina con una supuesta reinstauración de la República que en realidad nunca se produjo.
Ya tenía el teléfono en la mano cuando de pronto me vi ridículo y desistí. Qué más daba: lo iba a aprender hoy y lo iba a olvidar mañana. Y además: quería despojarme cuanto antes del influjo de la película. No entrar en su juego perverso de realidades y falsedades. Fingir que no la había visto y continuar mi vida como si nada. “Gladiator II” es un espectáculo pensado para otras sensibilidades. A mí también me molan las batallas y los duelos, pero no así, no para esto.
En uno de sus interminables interludios ya había leído las críticas más crueles y divertidas en internet. Suficiente para mí. Así que cerré la app de la Wikipedia, puse la otra de la radio FM -porque soy un señor mayor que todavía escucha la radio deportiva por las noches- le puse el arnés a mi perrito Eddie y nos fuimos a disfrutar del viento nocturno y de la lluvia refrescante. Y aunque es verdad que todos los caminos llevan a Roma, incluidos estos que recorren La Pedanía, mis caminos mentales rápidamente me llevaron a los goles de Mbappé y a la crisis profunda de nuestro juego.
“... y no nos dejes caer en la tentación, mas líbranos del mal, amén”, decía el Padrenuestro que rezábamos en mi infancia, ya no sé el de ahora. Pero yo caí en la tentación, padre, incluso sabiendo que “Gladiator II” era materia de burla y hasta de escarnio en los foros del Imperio. Pero era domingo, y no había fútbol decente en Movistar, y en la NBA daban un partido entre segundones, y enfrentado al abismo de las horas muertas apareció el diablo para aprovecharse de mi ánimo tristón y de mi ausencia de energías. Y me dijo:
- “Gladiator II” es una película tan boba y tan tóxica que amenaza con corroerte el disco duro del ordenador si no la sacas pronto de ahí.
Y tenía más razón que un santo, el puto diablo: verla no ha sido un placer, sino una obligación. Un ver para opinar. Más bien un trabajo y una condena. Un remar de galeotes o un sobrevivir de gladiador.