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El candidato

🌟🌟🌟🌟

Si hacemos caso de lo que se cuenta en “El candidato”, Gary Hart habría ganado de calle a George Bush en las elecciones celebradas en 1988. Es política ficción, claro, pero soñar es gratis y a veces alivia los síntomas de una distopía cotidiana. 

Si no hubiera sido por el antropoide interior de Gary Hart -siempre dispuesto a anteponer el instinto sexual sobre el cálculo político- puede que jamás hubiéramos conocido a George Bush hijo, el heredero defectuoso. Y lo más importante de todo: jamás hubiéramos visto al presídente "Ánsar" haciendo el ridículo con unas piernas estiradas sobre una mesa de café. El antropoide, la mariposa, el tornado...

Gary Hart era un político joven, simpático, guapetón. Arrollador. Un tipo con lecturas y con un discurso chispeante ante los ataques de la prensa. Un parto bien aprovechado que lo mismo te talaba un árbol que te echaba un discurso muy profundo sobre el estado de la economía. Pero los candidatos demócratas, ay, tienen una habilidad especial para pegarse un tiro en el pie con el Winchester 73 o con el Colt 45. Incluso con la propia minga, cuando se bajan el calzoncillo de sopetón frente a la amante de turno. 

Gary Hart ejercía el mismo poder de seducción sobre el electorado que sobre las chicas guapas que se le acercaban al terminar los mítines para ofrecer su colaboración entusiasta en la campaña. Y Gary, por supuesto, como cualquiera de nosotros, no estaba hecho de piedra, sino de una carne más bien débil que ya había dormido muchas veces en el sofá cuando la señora Hart tenía conocimiento de su devaneo.

Quién sabe: puede que al final Gary Hart no se acostara realmente con Donna Rice, la chica que al decir de ambos sólo le salivaba los sobres de propaganda. Pero llovía sobre mojado y  nadie le creyó. En España, sin embargo, Gary Hart habría subido quince puntos en las encuestas. A este lado del charco no nos importa mucho la ejemplaridad matrimonial ni la integridad de los políticos -que ya damos por perdida de antemano. Aquí Gary Hart habría alcanzado la mayoría absoluta tras su devaneo sexual porque lo que se lleva es la envidia cochina y la palmadita admirativa: 

- Jo, macho, qué suerte tienes. Quién pudiera...




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Bill Burr: Paper Tiger

🌟🌟🌟🌟


Hace años, cuando el señor Facebook todavía no había entrado en coma profundo, el amigo de una amiga me preguntó allí por la razón de que yo escribiera con tanto ahínco y obcecación, casi un post a diario. Antes de responderle me abrió su corazón y me confesó que él escribía para aportarle belleza al mundo y para hacer terapia del espíritu con sus palabras. El rollo habitual, vamos. El discurso canónico. El clásico autoengaño. Si al menos me hubiera dicho que escribía porque soñaba con la gloria y con los dineros... Porque yo eso lo entiendo.

Juro que iba a contarle una mentira que estuviese a la altura de su impostura –“escribo para entenderme mejor”, “para crear arte  con el pensamiento”, “para aportarle al mundo mi visión particular de las cosas”- pero decidí soltarle la cruda y la pura verdad: que yo sólo escribo para llamar la atención de las mujeres. Que al no ser guapo, ni rico, ni especialmente gracioso ni ocurrente, la escritura es mi último recurso para distinguirme un poco entre la multitud. Mi clavo ardiendo. Mi escritura -le expliqué- es el anzuelo que yo lanzo al río para que pique algún pez despistado. Le recalqué que si yo hubiera nacido con los ojos azules no habría escrito una puñetera palabra en mi vida. ¿Qué sentido tendría entonces este esfuerzo, esta desazón, esta comedura de tarro, si solo con entrar en el bareto las tías ya posarían en mí su mirada?

(El tipo, por supuesto, jamás me respondió. Al día siguiente me retiró su amistad y se disolvió para siempre en el mar de la literatura. Debió de pensar que yo le vacilaba. Ay, criatura mía...).

Cuento esto para explicar que he visto “Tiger Paper” y que no quiero meterme en demasiadas profundidades. Conocía a este cómico llamado Bill Burr por referencias impecables y me picaba mucho la curiosidad. Ahora ya me he rascado a gusto. Y joder, con el gachó... Y decíamos que Ricky Gervais se pasaba tres pueblos... Solo voy a decir que... no, mejor no digo nada. No quiero que los peces se asusten o me malinterpreten. Sólo una cosa: Bill Burr no ha votado a Irene Montero en las elecciones europeas de la semana pasada. Además no podría, porque él es norteamericano.





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