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Su majestad

🌟🌟🌟🌟


Esperaba otra cosa, la verdad. Un cachondeo padre o una sátira despiadada. Un ajuste de cuentas con la Monarquía que no dejara títere con cabeza. Es solo una metáfora, desde luego.

Los republicanos veníamos a “Su majestad” para cargarnos de razones y luego soltarlas en los contubernios, y mearnos de la risa. Pero no: Cobeaga y San José apenas se han molestado en jugar a la parodia. “Su majestad” es un sainete, sí, pero tan anclado a la realidad que parece indistinguible de esos publirreportajes que nos endilgan en los telediarios, con el rey inaugurando cosas, y la reina sosteniendo el bolso, y la infantita vestida de militar para comandar los futuros ejércitos que lucharán contra Vladimir. Es tan carpetovetónico todo que da un poco de grima y bastante repelús. Qué pena que se nos muriera tan pronto Ivá, el dibujante de “El Jueves”, para retratar a doña Leonor en nuevas historias de la puta mili junto al sargento Arensivia.

He tardado cinco episodios- de siete en total- en comprender que estos personajes de la realeza ya son tan ridículos de por sí, tan impresentables aunque vivan precisamente de presentarse en los sitios, que basta con mostrarlos como son para para despertar la burla y el escarnio. No hay que forzar mucho la máquina. 

La infanta Pilar de “Su majestad” es un espécimen vomitivo a medio camino entre la nietísima y la Hija de la Fruta. Con eso está todo dicho. Mi amigo dice que no, pero yo creo que Anna Castillo plancha esa manera entre cayetana y chulapa de dirigirse a la gente, ese desdén hacia las formas de vida inferiores llamadas súbditos o votantes. Esa indiferencia por el populacho que viene inscrita en los genes y sería imposible de reeducar. Yo sigo las aventuras de doña Pilar por la Villa y Corte con una sonrisa permanente en los labios, pero también con una pequeña congoja en el corazón. 

Lo que no les perdono a Cobeaga y a San José es que en los dos últimos episodios nos presenten a la infanta madura y espabilada, cuando había quedado claro que era una tonta del bote y una amoral sin solución. La vida misma. ¿Una concesión innecesaria o un prurito de compasión?





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Celeste

🌟🌟🌟🌟🌟


Mi historia con “Celeste”:

1. Allá por el mes de noviembre descubro en la parrilla de Movistar “otra” serie protagonizada por Carmen Machi. Esta mujer no descansa jamás y no puede ser por casualidad. Seguramente es una actriz eficaz y todoterreno, pero a mí no termina de convencerme. Reconozco que es un sentimiento irracional y maniático. Muy injusto también. Pero no lo puedo controlar. En su día me perdí el fenómeno “Aída” y desde entonces siempre ando a remolque con esta mujer. 

El que diga que no tiene prejuicios parecidos con otros actores u otras actrices que tire la primera piedra.

2. El amigo, en La Pedanía, me dice que soy un prejuicioso y que el primer episodio de la serie anuncia grandes emociones. “Enorme, Carmen Machi”, me asegura. Le prometo que le daré una oportunidad a “Celeste”. No creo demasiado en mis buenos propósitos.

3. Pocos días después, en la radio, Javier del Pino entrevista a un inspector de Hacienda que ha ejercido de consultor para los guionistas de la serie. Cuenta anécdotas muy jugosas sobre la labor detectivesca de los funcionarios. Sobre todo cuando se enfrentan a millonarios protegidos por un ejército de asesores y abogados. 

Descubro que Celeste, en “Celeste”, no es Carmen Machi, sino la cantante mexicana a la que ella intenta sacar las vergüenzas. Celeste es el trasunto poco disimulado de la ex novia de Piqué. El tema me empieza a interesar.

Además, cuando se habla de pagar impuestos, me sale una vena bolchevique que late muy fuerte y bombea sangre muy envenenada. Leña al mono. Todo el poder para el soviet.

4. En las vacaciones de Navidad me pongo a ver “Celeste” aprovechando los muchos trayectos en el tren. El primer episodio me engancha; los demás son igual de buenos. Descubro, tonto de mí, que el creador de la serie era Diego San José. Este tipo es el creador de la saga de Juan Carrasco, el político de Logroño. Tres jodidas obras maestras. No me extraña lo de “Celeste”. 

5. A la vuelta de vacaciones le cuento al amigo que me ha encantado la serie. “Pues para mí, decepción total”, me suelta. Es el girito final. 




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Aupa Josu

🌟🌟🌟🌟

Antes de Juan Carrasco existió Josu Zabaleta. Si el tontolaba de Juan era Ministro de Agricultura en Madrid y nos partíamos el culo con él, nuestro Josu -no menos ahostiable y achuchable- es Consejero de Agricultura en Euskadi y también nos partimos la caja de la risa. 

No sé qué tienen Juan Cavestany y Diego San José contra los departamentos de agricultura... Será que les vienen de perlas porque nadie es capaz de nombrar a estos tipos, o a estas tipas, en una encuesta callejera:

- ¿Conoce usted el nombre de la Ministra de Agricultura, Pesca y Alimentación?

- Ni puta idea, oiga.

Puede que ese anonimato ancestral- que es siempre el mismo gobierne quien gobierne- tenga que ver con que las cosas del campo siempre dependen de los meteoros o de Bruselas, que son dos agentes caprichosos e incognoscibles. El primero porque está sujeto al caos atmosférico que gobierna los cielos, y el segundo porque depende de que treinta países se pongan de acuerdo en la producción del pepino. Así que podrían sentarme a mí en el escaño del ministerio o de la consejería que daría un poco igual. Un asesor de imagen y un subsecretario que administre el día a día, y hala, p’alante, a codearse con los ministros importantes, los que llevan la sanidad, y la educación, y la cosa de los pepinos explosivos, más decisivos y acojonantes que los pepinos de la huerta.

Josu Zabaleta es la mediocridad hecha carne con bigotón. Otro político berzotas, medio listo y medio lelo, que fuera de la estrecha pecera de su partido se ahogaría en cuestión de veinte segundos. Yo ni siquiera sabía que “Aupa Josu” existía hasta que el otro día me dio por bucear en la filmografía -y seriografía- de Borja Cobeaga. Allí apareció este episodio piloto de una serie que nunca se llegó a rodar. Dicen que es porque el tema de ETA aún era espinoso y urticante. Yo creo que el escándalo estaba en retratar a los políticos como Francisco de Goya retrató a los Borbones: con esa cara de memos tan risible pero dramática.






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Venga Juan

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Tomando las cañas del viernes, el amigo me dice que no le gusta la trilogía de Juan Carrasco porque lo ve todo inverosímil y astracanoso. Que sí, que te ríes, y que Javier Cámara borda su papel, pero que él acaba distanciándose porque ningún político puede ser así: tan estúpido, tan inculto, tan metepatas. Mi amigo -que es un soñador y un pedazo de pan- está convencido de que un auténtico berzotas como Carrasco no puede ser elevado sucesivamente a la categoría de alcalde de Logroño, ministro de Agricultura y vicepresidente del Gobierno, para luego encontrar acomodo en una empresa energética de esas que nos roban a manos llenas. Bueno: esto último sí se lo cree. Lo otro no.

Mi amigo es de los que aún piensa que la política es para hombres buenos o malvados, pero siempre competentes y decididos. Mi amigo no termina de creerse que los estúpidos viven infiltrados en cualquier puesto de la administración, o en cualquier puesto de venta de pollos. Que hay tantos imbéciles dando órdenes como recibiéndolas; tantos anormales ganando elecciones como anormales que les votan sonriendo.

Yo le  digo  que la trilogía de Juan Carrasco es una comedia ejemplar precisamente porque no se aleja del retrato diario que aparece en los periódicos. De lo que se lee, y de lo que se sobreentiende: esa risión vergonzosa de gran parte de nuestra clase política. Y he dicho “gran parte”, que conste, y no “toda”, como afirman los ultracentristas que luego votan a la derecha, o los fascistas que tratan de socavar la legitimidad de la democracia.

El amigo y yo estamos enzarzados en una agria polémica -es un decir - cuando llega un tercer amigo para contarnos la tragicómica aventura del diputado del PP que hoy mismo, en votación telemática, por hallarse enfermo en su domicilio, confundió el no con el sí, o el sí con el no, y avaló sin querer la reforma laboral del gobierno social-comunista. Si su peripecia completa -el equívoco, y las carreras, y las excusas, y su cara de panoli- no son puro Juan Carrasco, puro “Venga Juan”, que baje el dios de las telecomedias y lo vea.





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Vota Juan

🌟🌟🌟🌟🌟

No me molesta que Vota Juan sea un refrito de Veep cocinado a la española. Bienvenido sea el homenaje ibérico, la traducción al vernáculo. ¿Por qué no? La genialidad de Armando Ianucci puede ser cultivada en cualquier clima donde crezcan políticos de medio pelo, asesores merluzos, estrategas gilipollas, periodistas paniguados y, por supuesto, votantes sin criterio. O lo que es lo mismo: casi en cualquier lugar del mundo.



    Vota Juan retoma la idea genial del político tontolaba que va superando escollos contra todo pronóstico, le pone un sofrito de ajo y cebolla, unos choricitos picantes, un plato de buen jamón extremeño para acompañar, y por supuesto, para beber, un buen vino de Rioja, que es la patria natal de Juan Carrasco, el Juan del título, un político que ya no es de medio pelo, sino de pelo ninguno. Ni de listo ni de tonto. Un animal político, que se dice, de esos que nunca sabes si es que no llegan o es que se pasan. Un CI imposible de calcular, que lo mismo le pones un test y te sale un deficiente profundo que un genio incomprendido. Sólo tenemos que encender el ordenador o poner el telediario cada día -y más ahora, en estos tiempos tan excepcionales- para encontrarnos con varios Juan Carrasco que en realidad sólo saben de aparatos internos, de trapicheos de partido, de estrategias caciquiles, y que carecen de la inteligencia necesaria para conjugar el bien propio con el bien común. O eso, o que son más inteligentes de lo que pensamos…

    Supongo que en los países serios -los nórdicos, los canadienses, y poco más- , una serie como Vota Juan no puede hacer mucha gracia porque no conciben que un tipo como éste pueda gestionar los asuntos del bien común, y que nosotros, además, le dejemos hacerlo con nuestro voto. Y donde ellos, los rubios del Norte, sólo verían a un inútil que va causando vergüenza ajena, nosotros, los que padecemos esta lacra social, nos descojonamos de lo lindo en el sofá, porque estos impresentables de la serie son tan veraces, tan palpables, que casi dan miedo, y nuestra carcajada sirve para sublimar la inquietud profunda que nos provocan.



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Superlópez

🌟🌟

Con la excepción de Superlópez, todos los superhéroes de nuestra infancia fueron americanos porque allí es donde los científicos se dedicaban a hacer el tonto con la radioactividad, y a veces, en el laboratorio de la Universidad, o en el sótano de su casa, la cosa se les iba de las manos y se producía un escape de partículas que al no matarlos alteraba su estructura genética para hacerlos más fuertes, o más rápidos, o más imbéciles, según. 

    El único gran superhéroe que consiguió la nacionalidad americana sin nacer allí, de pura chiripa, fue Superman. El cohete que trajo a Kal-el desde el planeta Kripton lo mismo pudo haber caído en un maizal de Kansas que en un secarral de Castilla, y con esa premisa geográfica, Jan, que era un dibujante nacido en una comarca tan hispánica como El Bierzo, parió a un superhéroe lamado Superlópez que llevaba el esquijama siempre mal planchado y lucía un bigote tupido a lo Alfredo Landa, que era la moda nacional por aquellos tiempos. Superlópez era un torpe entrañable, un metepatas de manual, pero los que leíamos sus cómics, y al mismo tiempo éramos del Real Madrid, teníamos un miedo cerval a que en cualquier aventura tonta Juan López fichara por el F. C. Parchelona para convertirlo en campéon de España, y de Europa, y luego del Mundo. A ver qué Camacho cojonudo o qué Stielike bigotudo  iba a ser capaz de parar a ese alienígena medio idiota en sus regates. Los madridistas leíamos a Superlópez con un mohín de desconfianza, porque el tipo era muy simpático, muy infortunado en amores, pero era del Barsa, y cualquier día se iba a meter a futbolista para joder la marrana, y no queríamos ver a nuestro equipo humillado ni en la ficción de los cómics.

    Años más tarde, otra nave espacial venida del planeta Chitón -pero ésta muy real- cayó en la Pampa argentina trayendo a un niño que con el tiempo acabó jugando precisamente en el Parchelona. Años después, regate a regate, gol a gol, terminó desvelando su verdadera naturaleza de superhéroe, de alienígena tramposo: el Supermessi de los cojones, por mucho que siga disimulando su naturaleza con su hablar insulso, y su jeta de panoli.


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