Vivir es fácil con los ojos cerrados.
Rapa. Temporada 3
🌟🌟🌟🌟
Corre el rumor de que los hermanos Coira andan buscando localizaciones para rodar una nueva serie de crímenes e intrigas. En la isla de Hierro, tan pequeñita y tan despoblada, ya no les cabían más atrocidades si querían jugar a lo verosímil, y la ciudad del Ferrol, ya despojada de su caudillo, corría el riesgo de ser llamada “la Chicago del Noroeste” entre tanto tráfico de sustancias y tanto asesino esperando su oportunidad. Iba a decir que el Ferrol, en “Rapa”, parece una ciudad sin ley como aquellas del Far West americano, pero la verdad es que aquí los picoletos resuelven los crímenes con mucha eficacia y presteza, también es verdad que ayudados por ese Dr. Strangelove en silla de ruedas que es Javier Cámara desatado.
Yo animaría a los hermanos Coira a que vinieran aquí, a La Pedanía, que además está casi al lado de su Galicia natal. En Ciudad Capital, apenas a cinco kilómetros por la avenida, tienen todos los lujos de la vida moderna para cuando terminen de rodar: buenos hoteles, y gastronomía, y conexiones a internet. La Pedanía es un territorio ancestral muy dado a los conflictos de lindes y a las discusiones por el regadío. Todavía se ven paisanos con boina podando las viñas o recogiendo los tomates. Son ideales para ambientar un crimen con trasfondo agropecuario: rivalidades seculares y honores mancillados. Cuatreros de ganado y robaperas con furgoneta.
Eso sí: los paisanos hablan una mezcla de gallego y castellano que resulta ininteligible de primeras, por lo que habría que subtitular esas escenas en la que los picoletos van preguntando a los lugareños si conocen al asesino de la fotografía.
En La Pedanía, además, se da ahora mismo un conflicto muy chulo entre el pasado y la modernidad. Entre las casas de adobe y los chalets adosados; los tractores de toda la vida y los todoterrenos de los pijos; los católicos de los domingos y los runners obsesionados con el body. Como en “Rapa”, aquí caben dos crímenes por temporada. Y no hay que olvidar que esto es Camino de Santiago, y que por aquí pasan centenares de peregrinos al día, algunos con cara de sospechosos huidos de la justicia. Ya digo que hay materia de sobra.
Rapa. Temporada 2
🌟🌟🌟
La serie se sigue llamando “Rapa” pero ya no rapan a los caballos. De hecho, ya no aparecen ni los caballos. La segunda temporada es pura esencia de Ferrol, siempre mirando al mar. Ahora que el personaje de Javier Cámara ya casi no puede caminar se terminaron las batidas por el monte. Eso, para los picoletos del SEPRONA... La serie ha subido de nivel y ahora todo es rastreo científico y seguimiento con radares. Es el Ferrol, sí, pero parece California. ¿Existirá acaso otro Ferrol en California? ¿Le habrán quitado también lo del "Caudillo”? ¿O ese Ferrol americano nunca lo tuvo?
En las escenas de ambientación aparece un caballo de hierro de vez en cuando, pero el tren, en "Rapa", no tiene ninguna incidencia sobre las tramas. Todo gira alrededor de un coche robado y de un buque de la Armada. El lumpen de las calles y el otro lumpen -mejor vestido y mejor afeitado- de los militares. “Curas, guardias, chorizos y otras gentes de mal vivir”, decía Makinavaja. A mí los milicos siempre me han dado miedo. Los salvapatrias serán todo lo democráticos que tú quieras, pero algunos -varios, muchos- nos fusilarían a los rojos si les dieran la oportunidad. Una vez pasé justo por allí delante, por el arsenal del Ferrol, y parecía exactamente lo que sale en la serie: todo muros, y garitas, y secretismo: un mundo aparte con leyes propias y conspiraciones anticomunistas.
“Rapa”, como thriller policial, sigue siendo un poco carpetovetónica. Hay pistas tontas, trucos sucios, casualidades que sólo pueden producirse en el multiverso. Todo a la vez en todas partes. La serie es ingeniosa pero cutre. Entretiene y poco más. Eso sí: está por encima del producto medio que ofrece Movistar +. La serie se hundiría si no fuera por Javier Cámara y por Mónica López. Ellos sostienen cualquier desaguisado en el guion. Tienen química, presencia, mala hostia... Javier Cámara sí que necesitaba una buena rapa de su barba; Mónica, por su parte, sigue luciendo sin complejos su arrugada madurez. Podrían haber puesto a una tía buena -se me ocurren unas cuantas- pero ya no sería lo mismo.
No me gusta conducir
🌟🌟🌟🌟🌟
No tengo carnet de conducir.
Nunca lo necesité para sobrevivir. Siempre me las apañé para
tener el trabajo a tiro de piedra o a pedal de bicicleta. Supongo que hice de
la necesidad virtud y así me fui conformando. Si por algún revés tuviera que
sacarme ahora el carnet -¡vade retro!- aún tendría cinco años más que el
personaje de Juan Diego Botto, que ya se presenta en la autoescuela con el
arroz pasado y hasta casi socarrado. Lo mío no sería hacer el ridículo, sino lo que
venga después en la escala Fahrenheit.
Ahora mismo, por ejemplo,
en La Pedanía, tengo el colegio a 400 metros, dos supermercados a otros tantos
y la farmacia solo un poquito más allá. Suficiente para ir tirando. Ni los
bares necesito, aunque aquí los haya a decenas. Para eso pago religiosamente el
Movistar +. Luego, si tengo que bajar a Ciudad Capital para ir a los médicos, o para rellenar las burocracias, tengo un autobús cada quince minutos que me deja
allí en otros tantos. Y si no, tiro de la bicicleta, jugándome el pellejo en estas
tierras bárbaras tan distintas de Ámsterdam o de Copenhague.
Cuento todo esto a título informativo, nada más. No para presumir de ecológico o de listillo. Que se lo digan, si no, a mis pobres parejas, que todas llegaron con coche y todas hicieron de chófer para este comodón de la pradera. Sin carnet he ganado calidad de vida por un lado pero la he perdido por el otro. Soy muy consciente de ello. Supongo que son las gasolinas que entran por las que salen.
Solo quería explicar que desde el primer momento me quedé enganchado a esta serie. Mis padecimientos en la autoescuela serían exactamente los mismos que estos de Juan Diego Botto: sus torpezas, sus cabreos, sus comeduras de tarro... Y sobre todo, ese irritante complejo de inferioridad: cómo podemos ser tan listos para unas cosas y luego tan incapaces de llevar un coche como hacen los garrulos de los pueblos y los analfabetos de la ciudad. Es como si ya no pudieras reírte de ellos o mirarles por encima del hombro. Ante el desafío de un volante se tambalearía mi escala de valores. Casi darían ganas de replanteárselo todo. Sería una prueba demasiado exigente.
Una pistola en cada mano
Yo tuve un amigo que de
chaval, cuando veíamos el porno clandestino, se excitaba tanto que mientras se acariciaba el bulto del pantalón exclamaba, con un tono de chiste y de
gran drama personal a la vez: "¡Dios, quién pudiera tener dos
pollas...!" Como si la única que le fue otorgada por Yahvé no le bastara
para dar salida a tanto deseo. Como si le superara el número de mujeres que
veía en pantalla, o le sobrepasara la temperatura de una caldera interior que
necesitaba dos válvulas para aliviar tanta presión acumulada.
He recordado a mi amigo mientras veía “Una
pistola en cada mano”, que es el retrato de varios cuarentones que viven un
poco así, con dos pollas asomando por la bragueta. Una es la polla real, con la
que cometen sus infidelidades o santifican el lecho conyugal según como vengan
los aires del Mediterráneo. Y la otra es la polla virtual, con la que fantasean
sus peripecias en paralelo, proezas de machos que merecen un galardón del
folleteo.
Mi amigo de la adolescencia se hubiera alegrado de saber que los hombres -aunque sea de un modo metafórico- sí venimos al mundo con dos pollas disponibles. Y también con dos inteligencias, y con dos de casi todo, como decía Javier Bardem en “Huevos de oro”. La primera inteligencia es la práctica, que nos ayuda a ubicarnos en el mapa y nos permite hacer cálculos aritméticos. Y la segunda es la inteligencia emocional, esa que ni siquiera sabíamos que existía hasta que un buen día la descubrimos leyendo los suplementos del periódico. Por eso somos tan torpes con ella, y por eso las mujeres nos dan mil vueltas en su manejo. Ellas sabían de su existencia desde los tiempos de Maricastaña y no nos dijeron nada del asunto...
Es por eso que en el mundo real, como en el mundo de la película, los hombres siempre quedamos un poco ridículos cuando hablamos de sentimientos. Balbuceamos, dudamos, nos contradecimos. Se nos ve poco sueltos, poco cómodos, como si hiciéramos pinitos en un idioma desconocido. Pero últimamente lo estamos intentando, y nos esforzamos, y hay mujeres que eso lo valoran mucho. Toca perseverar.
Rapa
🌟🌟🌟
En la escena inicial de “Rapa”,
Javier Cámara pasea por unos acantilados de mucho vértigo envueltos en la
niebla. Y entre eso, y que los creadores de la serie eran los mismos de
“Hierro”, me dio por pensar, absurdamente, que la serie transcurría en Rapa Nui,
en mitad del Océano Pacífico, que es otra isla agreste y solitaria. La idea era
un poco absurda, ya lo sé, pero cosas más raras se han visto en la televisión.
Después de todo, Rapa Nui pertenece a nuestros hermanos chilenos, y Javier
Cámara podría estar allí de expedición científica, o de turista divorciado,
tratando de olvidar a Mari Pepa.
Pero cuando la niebla se
va y aparece la mujer asesinada, en el primer revuelo de personajes ya descubres
que todos hablan con un acento gallego nada propio de la Polinesia. No era
finalmente Rapa-Nui, sino El Ferrol sin Caudillo, el lugar del crimen y el
epicentro de la movida. Pierdes en exotismo, pero ganas en familiaridad.
“Rapa” es una historia de
la España Profunda aunque transcurra al borde del mar. Hay envidias malsanas y
rencores vecinales. Mucha mala hostia en los rostros cejijuntos. Y sobre todo,
una estructura caciquil que resiste el paso del tiempo igual que los moáis:
políticos también imperturbables, con una cara dura que se la pisan, mayormente
de derechas o de extrema derecha, que hacen y deshacen por encima de
constituciones y de órdenes de Bruselas.
La serie no está ni bien
ni mal: está. Le sobra una historia que no voy a desvelar. Es la cuota de
mercado. Cámara es un camaleón que se come cualquier mosca que le echen. Lo que
me extraña es que Movistar + haya autorizado su producción. Desde que el
facherío controla su línea ideológica, no se habían visto unos malotes tan claramente
del PP, engominados según el manual. Hasta el logotipo del partido ficticio
tiene aires blanquiazules. Es, además, cómo hablan, cómo deciden, como
tergiversan... Mafia local de pura cepa. A los censores franquistas se les
escapaban estas cosas porque ellos estaban a la teta y al baile agarrado. Pero
estos fachas de Movistar ya follan como todo quisque, fuera de la Iglesia. No
termino de entender su inacción. Pero se agradece.
Sentimental
🌟🌟🌟🌟
No tener sexo es malo
para la salud. Nueve de cada diez médicos no pertenecientes al Opus Dei aconsejan
su práctica cotidiana. Y con mucha piel al descubierto, siempre que sea
posible.
A según qué edades, el no-sexo
es nefasto para el rendimiento del corazón: el rendimiento cardíaco, y también
el amatorio. El sexo es la certificación notarial de que todo va bien en la
pareja. Porque es sano, y gozoso, y mantiene la relación a la temperatura
indicada en el envase. El sexo alarga la fecha de caducidad. Ratifica los
acuerdos. Firma los armisticios con una fiesta. El sexo nos devuelve la
inocencia del mono y la simplicidad de la vida. El sexo es un argumento
filosófico de primera categoría. Es la prueba del nueve. El algodón que nunca
engaña. La constatación de que aún nos queda cuerda para rato, aunque enfilemos
el declive.
De cualquier modo, lo
peor de no tener sexo es que en el silencio de la noche, si vives en comunidad,
oyes follar a los vecinos y eso multiplica por dos el desamparo. Yo una vez conocí
una pareja que follaba sin ganas, sin quererse, sólo por no oír joder a los de
al lado. “Que no se diga”, decía él. “Que los vecinos no tengan nada que murmurar”,
decía ella.
Quizá no haya parejas más
tristes, más conscientes de su fracaso, que aquellas que no follan mientras
escuchan el jolgorio al otro lado del tabique. O por encima de sus cabezas. Al
otro lado de la felicidad. Y viceversa: quizá no haya parejas más entusiastas,
más entregadas al gozo de jadear, que aquellas que follan sabiendo que al otro
lado hay una pareja que los envidia. Una que desearía intercambiar los papeles.
O que perdida la vergüenza propondría formar un cuarteto de cuerda en la cama
redonda y acogedora.
De todo esto, y de alguna
cosa más, va “Sentimental”, que es sexo oral, jodienda aplazada y pareja
derruida.
Venga Juan
🌟🌟🌟🌟🌟
Tomando las cañas del viernes, el amigo me dice que no le
gusta la trilogía de Juan Carrasco porque lo ve todo inverosímil y astracanoso.
Que sí, que te ríes, y que Javier Cámara borda su papel, pero que él acaba
distanciándose porque ningún político puede ser así: tan estúpido, tan inculto,
tan metepatas. Mi amigo -que es un soñador y un pedazo de pan- está convencido
de que un auténtico berzotas como Carrasco no puede ser elevado sucesivamente a
la categoría de alcalde de Logroño, ministro de Agricultura y vicepresidente
del Gobierno, para luego encontrar acomodo en una empresa energética de esas
que nos roban a manos llenas. Bueno: esto último sí se lo cree. Lo otro no.
Mi amigo es de los que aún piensa que la política es para
hombres buenos o malvados, pero siempre competentes y decididos. Mi amigo no
termina de creerse que los estúpidos viven infiltrados en cualquier puesto de
la administración, o en cualquier puesto de venta de pollos. Que hay tantos
imbéciles dando órdenes como recibiéndolas; tantos anormales ganando elecciones
como anormales que les votan sonriendo.
Yo le digo que la trilogía de Juan Carrasco es una
comedia ejemplar precisamente porque no se aleja del retrato diario que aparece
en los periódicos. De lo que se lee, y de lo que se sobreentiende: esa risión
vergonzosa de gran parte de nuestra clase política. Y he dicho “gran parte”,
que conste, y no “toda”, como afirman los ultracentristas que luego votan a la
derecha, o los fascistas que tratan de socavar la legitimidad de la democracia.
El amigo y yo estamos enzarzados en una agria polémica -es un
decir - cuando llega un tercer amigo para contarnos la tragicómica aventura del
diputado del PP que hoy mismo, en votación telemática, por hallarse enfermo en
su domicilio, confundió el no con el sí, o el sí con el no, y avaló sin querer la
reforma laboral del gobierno social-comunista. Si su peripecia completa -el equívoco,
y las carreras, y las excusas, y su cara de panoli- no son puro Juan Carrasco, puro
“Venga Juan”, que baje el dios de las telecomedias y lo vea.
El olvido que seremos
🌟🌟
Leo en internet que la segunda mitad de “El olvido que
seremos” es mucho mejor que la primera. Pero vamos, muchísimo mejor. Nada que
ver. Como la noche de Bogotá y el día de Medellín, mismamente. Como una
película buena de Fernando Trueba y una película mala de Fernando Trueba, que a
veces parecen dos tipos distintos, con el parche cambiado de ojo y todo.
Insisten, en las páginas de la cinefilia, que sólo hay que tener
un poco de paciencia para atravesar el desierto insufrible de la primera hora. Para
superar este rollo con diálogos de mazapán y músicas del cielo. Esta nostalgia con
filtros donde no salen Óscar Ladoire ni Antonio Resines, ni nadie de la vieja troupe
fernandiana que al menos nos haga sonreír con una boutade o con un chiste
malicioso. Nada, ni las migajas de una comedia.
Todo esto lo leo cuando voy por el minuto 20 de la película y
empiezo a temer que he sintonizado el “Cuéntame” de Medellín por una
interferencia de las ondas, y que si no fuera porque Javier Cámara no suele
estar en esos registros, va a tardar nada y menos en soltar un “Me cagüen la
leche, Merche” o como sea que defequen los colombianos iracundos. El comienzo
de “El olvido que seremos” es -sí, insisto- un rollo patatero, sensiblero,
mainstream que te cagas. Un cursillo sobre el santo Job para aquellos que en
realidad habíamos venido a otra cosa: a ver un episodio más de la lucha de
clases, con este hombre, Héctor Abad Gómez, convertido en héroe y mártir de
nuestra causa. La causa de la justicia social, de la inversión pública, de la
recaudación de impuestos, de que se jodan los ricos aunque sólo sea de vez en
cuando.
Las páginas que consulto dicen que todo eso llegará en la
segunda hora, y que serán saciados de sobra los que mantengan la fe y alimenten
el espíritu. Pero son las doce de la noche y el cansancio ya me pesa como hormigón
sobre la cabeza. Me digo a mí mismo que veré el resto mañana, o sea hoy, pero
sé que no es verdad.
Luego, en la cama, justo ya para coger el sueñito, leeré en internet
la triste historia del doctor Abad. La puta que los parió... O el putero que
los engendró... Ya no sabe uno ni cómo hablar.
Truman
Mientras veo Truman, en el penúltimo frescor de la primavera, lanzo miradas de interrogación a Eddie, mi perrete, que dormita y se estira de vez en cuando en su sofá. ¿A quién se lo encasquetaría yo, si me dijeran que voy a morir dentro de un mes, o de dos, como le dicen a Ricardo Darín en la película? La gran preocupación de su personaje -aparte de la de morirse, claro, y de hacerlo dignamente, y no como yo, que sería un premuerto esperpéntico e insoportable - es a quién dejar a ese perro suyo tan enorme y tan mayor, en el entorno urbano de los pisos angostos, y de las aceras como tallarines de ancho de Madrid.
Vamos Juan
Lo primero que haría Juan Carrasco como ministro de Sanidad sería preguntar si esto del coronavirus no puede tratarse con un antibiótico, que mira que hay muchos, e incluso de amplio espectro, en los stocks de las farmacias, y que mientras llega la vacuna, pues bueno, vamos matando al bicho con amoxicilina, o con lo que sea, para no ir creando hábito o dependencia, que algo de eso ha leído en un suplemento dominical…. Juan Carrasco, además, se haría la pregunta en voz alta, con micrófonos delante, sin haber consultado primero con un asesor, o haberse documentado antes en internet, o en el Libro Gordo de Petete, porque Juan es así, impulsivo, echao p’alante, un hombre del pueblo que no teme hacerse las preguntas del pueblo.
Vota Juan
No me molesta que Vota Juan sea un refrito de Veep cocinado a la española. Bienvenido sea el homenaje ibérico, la traducción al vernáculo. ¿Por qué no? La genialidad de Armando Ianucci puede ser cultivada en cualquier clima donde crezcan políticos de medio pelo, asesores merluzos, estrategas gilipollas, periodistas paniguados y, por supuesto, votantes sin criterio. O lo que es lo mismo: casi en cualquier lugar del mundo.
The New Pope
El dinero y el sexo mueven el mundo. Todo lo demás es un matarratos, un viaje por carreteras secundarias. Una paja mental de los filósofos. Literatura para consolar a los que no tiene pasta, o a los que no tienen el amor que desean. “Dame un atractivo irresistible o una cuenta millonaria y moveré el mundo”, dicen que dijo Arquímedes después de afirmar lo de la palanca y la Tierra. Pero ningún historiador, al parecer, registró aquellas palabras tan sabias, que Arquímedes tal vez solo musitó por temor al ostracismo, que en la Grecia Antigua era una cosa muy seria. Dos mil años más tarde, en el Berlín del protofascismo, Liza Minnelli cantaba “Money makes the world go round” en el cabaret, mientras meneaba el escote con lascivia y Joel Grey, a su lado, le hacía gestos obscenos con la lengua. Bob Fosse, como el Arquímedes de mi imaginación calenturienta, no era ningún tonto cuando se ponía a hacer películas, tan didácticas, y tan poco complacientes…
Muchos de ellos ya ni siquiera creen en Dios, porque hace mucho que dejaron de creer en los hombres, y en las mujeres, tan resabiados ya, y tan cínicos.Tan espirituales como se creían, cuando escucharon la voz de Dios, y en realidad tan atados al instinto, y a la imperfección de la carne.
Fe de etarras
El trabajo más duro para cualquier terrorista profesional, de esos que hacen carrera en el empeño y luego suben puestos en el escalafón, no es apretar el gatillo, ni detonar la bomba, que para eso ya vienen con la psicopatía de serie, y la sociopatía incorporada en el chasis. Lo más jodido de su labor asesina es esperar: pasar un día tras otro de calculada inactividad, esperando instrucciones, repasando el plan, cargándose de razones... Después de cada crimen cometido, con su subidón de adrenalina y su inflamación de las creencias, vienen largos meses de sigilo en el piso franco. Ratos interminables de jugar al trivial o al parchís mientras los telediarios pasan por delante y la vida transcurre.
The Young Pope
The Young Pope no es una serie de televisión. Son dos. La primera consta de seis episodios y basta con ver sus primeros minutos para ya quedar enganchado y recomendársela a todo el mundo. Es como si Paolo Sorrentino no hubiera dejado de rodar La gran belleza, solo que ahora, en vez de seguir las andanzas de Jep Gambardella, traspasa los muros del Vaticano para seguir las aventuras de Lenny Belardo, el cardenal norteamericano que es elegido contra todo pronóstico por el Espíritu Santo. Porque ha sido Él, sin duda, y no el cardenal Voiello, el hacedor de papas que se ha quedado pasmado, quien ha designado a un tipo tan inesperado como contradictorio: guapo, joven, atlético, fumador..., y ultraconservador hasta meter miedo.
Pío XIII -y la elección de este nombre no es, por supuesto, casual- recoge el testigo de San Pedro para cercenar cualquier afán aperturista o reformador. La Iglesia, bajo su mandato, regresará a las posturas beligerantes e intransigentes. Poco a poco irá desandando el camino hasta perderse en los tiempos decimonónicos, cuando la Iglesia todavía era una institución poderosa, de extensos territorios, que acojonaba a sus feligreses con solo levantar un dedo. Belardo ha optado por el camino oscuro para salvar a la Iglesia como un Darth Vader vestido de blanco. Si la gloria estaba en el pasado -piensa Belardo- volvamos a él. A la misa en latín, al papa que no viaja, a las amenazas del infierno.
Ficción
Álex es un guionista en crisis que decide tomarse unos días de respiro en el Pirineo catalán, a ver si allí resulta más reconocible para las musas de la escritura, que al parecer, con tanto tráfico, y tanta polución, y tanto artista creativo como pulula por Barcelona, no acaban de encontrarlo para descender sobre su cabeza.
La vida inesperada
Los amantes pasajeros
Llevado más por la curiosidad que por el convencimiento, asiento mis reales en el sofá para ver Los amantes pasajeros. Meses de críticas negativas me habían preparado para asistir a la peor película de Pedro Almodóvar. Pero nunca, ni en el más pesimista de los augurios, para este disparate...