El fin de la comedia. Temporada 2
Muchachada Nui (tres temporadas)
🌟🌟🌟🌟
Han pasado quince años desde que terminó el experimento de “Muchachada Nui” en Televisión Española. No recuerdo los datos de audiencia, pero supongo que serían ridículos, apenas cuatro gatos congregados en el Callejón de las Risotadas. España no estaba preparada -ni lo sigue estando- para comprender a unos surrealistas venidos de Albacete. España sigue siendo Joaquín el del Betis y Leo Harlem hablando de cocidos madrileños.
Yo reconozco que tampoco estuve ahí todos los días, al pie del cañón que chananteaba. Cuando llegan las copas de Europa me cierro en un caparazón y ya no atiendo a nada más en televisión. Pero cuando veía el programa me reía tanto que una vez, en las Rebajas de El Corte Inglés, en la sección de Cine que ya ha dejado de existir, compré los DVD para verlos pasado el tiempo y hacer un estudio sociológico.
“Muchachada Nui” ha envejecido en algunas cosas, pero lo bueno sigue siendo muy bueno y al final ha resultado incluso profético. Todos nos hemos convertido, por poner un ejemplo, en Enjuto Mojamuto. La tecnología ha reducido el tamaño de su PC hasta meterlo en un bolsillo y ya nos pasamos la vida conectados a internet y descargando gilipolleces. Joaquín Reyes también predijo que algún día las celebrities hablarían todas con el mismo acento de Albacete. Y es verdad: bajo la supervisión de los community managers todas hablan exactamente igual y todas dicen exactamente lo mismo.
¿Y los garrulos como Marcial Ruiz Escribano? Ahí siguen, reproduciéndose en la España vaciada y silenciosa. Hace veinte años parecían una especie en peligro de extinción y ahora mira tú: cada vez hay más. En La Pedanía, de hecho, ya se autorizan cacerías de paletos para controlar su población. Los garrulos ahora van todos sin boina y con el teléfono pegado a la oreja, pero son la misma especie que un día cruzó los Pirineos huyendo de los cromañones.
Pagafantas
🌟🌟🌟
“ Pagafantas: Se conoce así
a la persona que aspira a llevar una vida de pareja sin darse cuenta de que no
va a acostarse con la otra persona en la vida. Es el que consuela a la chica
cuando ha tenido un desengaño. En el reino animal no se ha catalogado ninguna otra
especie que siga este comportamiento”.
Así se define al pagafantas en la película. Yo conocía el concepto, pero no el vocablo. Antes, a
los tipos como yo les llamábamos gilipollas sin más, en una demostración de
simpleza semántica. Lo de pagafantas, hay que reconocerlo, suena mucho mejor,
menos hiriente. Más eufemístico. Es el mismo imbécil de siempre pero con una
etiqueta que casi lo hace entrañable. Y hasta achuchable.
Sí: yo he sido varias veces un pagafantas. Uno de campeonato, además, de Primera División. Primero fui campeón provincial y luego escalé las posiciones en el ranking. Una vez llegué a jugar la Copa de Europa de los Pagafantas. De hecho, ese chico que en la película ilustra la vida miserable del pagafantas se parece mucho a mí cuando yo era más joven: la misma cara de panoli, las mismas gafas de curilla, la misma expresión de dejarse llevar y no enterarse de casi nada. Una estulticia que no sé si venía de serie o si me la provocó un balón cabeceado en un partidillo. Da igual. El resultado es el mismo. Yo también he consolado a mujeres que me buscaban como amigo, como psicólogo, mientras yo las deseaba en vano, reprimiendo los cuernecillos que me asomaban por el cuero cabelludo. Llegó a dárseme muy bien.
Luego, por supuesto, como la Claudia de la película, ellas
se iban con el tipo menos recomendable del ecosistema. El mismo que habían
jurado no volver a retomar. El tipo de hombre que según ellas solo podía acarrearles
más lloros y desgracias. Aun así, como luciérnagas en la noche, ellas se quemaban
en la bombilla. Y yo me quedaba en el bar pagando las Fantas de naranja, y las
Fantas de limón, que siempre fueron mis preferidas.
El vecino. Temporada 2
🌟🌟🌟🌟
En realidad, si lo piensas bien, El vecino es un remake
a la española de Friends, justo ahora que los americanos preparaban su
vuelta, o ya habían vuelto, no sé, en forma de serie, o de programa especial,
que tampoco me aclaro, la verdad, porque ya me da igual, tan viejuno y tan roussoniano
todo, to er mundo e güeno, y guapo, y todo ese rollo de la propaganda... El
planeta catódico pendiente del regreso de la tonadilla diabólica -I’ll be
there for you, molona la treinta primeras veces y carne de hoguera a partir
de ahí- y vienen estos chicos y chicas de Usera para entregarnos otra ficción
que básicamente transcurre en dos pisos de treintañeros y un terreno neutral que
es el bareto de la esquina, donde protagonistas y secundarios dirimen los
asuntos comunes, y los amores pendientes.
Como esto es Usera, ya digo, y no Nueva York, y mucho menos
el Nueva York de aquellos grandes pijos y aquellas pijas egregias, todo lo que
sale en El vecino es como más cutre, o más aceitoso, pasado por el
filtro de la crisis económica y de los alquileres por las nubes. Las chicas
madrileñas no son feas, pero son bellezas más corrientes, de andar por casa, y
los chicos, en fin, uno es medio lelo y el otro medio paleto, y follan como cien
veces menos que sus emulados de Norteamérica. Y el bar, pues eso: un bar cañí,
nada que ver con el Central Perk de los sofás y los cafés como cuencos soperos:
un bar a la nuestra, con sus cervezas, sus bocatas de tortilla, su tragaperras
en la esquina, sus huesos de aceituna y su borrachuzo al final de la barra, preguntándote
si tú eres Titán y si tienes un euro que te sobre para convidarle.
Un bar de esos de arreglar el mundo a golpe de exabrupto, y de pónme otra, y para una vez, ¡cachis diez!, que un par de parroquianos tienen el poder verdadero de cambiar las cosas, superhéroes de la galaxia y elegidos para la gloria, resulta que se pasan los episodios discutiendo quién tiene la polla más larga, o los ovarios más grandes, gilipollas, merluza, vete a tomar por el culo, te quiero, y yo a ti...
Hechizo de luna
“El gorrino y la mujer, acertar y no escoger”, decía Marcial Ruiz Escribano, que era el garrulo al que daba vida Ernesto Sevilla en Muchachada Nui. Marcial era un cateto fetén, manchego, pero extrapolable a cualquier lugar de nuestra geografía, con su boina, y su chaleco, y su palillo entre los dientes. Y aunque algunos se vistan de Armani y se perfumen con lo nuevo de Christian Dior, en el fondo, enfrentados al espejo, desnudicos con nuestros pelos y nuestras foferas, todos somos unos catetos que sonreímos con la chorraduca de Marcial, porque la intuimos muy cierta, y sabemos que el amor no resiste un análisis racional de pros y contras, de ventajas e inconvenientes, sino que uno se enamora, así, pum, en una mirada, en una cita del Tinder, y que el resto ya queda en manos de la diosa Fortuna.





