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Alien: Planeta Tierra

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La IA predice que el F. C. Barcelona será campeón de Liga en la temporada 2119/20 con 37 puntos de ventaja sobre el segundo clasificado. También predice que al principio nadie encontrara una explicación razonable porque el dopaje fue erradicado en el año 2094 y los árbitros del siglo XXII -tras la sentencia del caso Negreira- ya serán todos robots infalibles e incorruptibles. Los rivales del Barcelona no tendrán otro remedio que lamerse las heridas mientras los expertos del fútbol escriben mil artículos tratando de analizar y comprender. 

La IA asegura que un equipo de reporteros a sueldo de la caverna descubrirá poco después que los jugadores del Barcelona no eran en realidad seres humanos, sino una mezcla de cíborgs, humanoides sintéticos y extraterrestres secuestrados por la Weyland-Yutani Corporation. El escándalo, por supuesto, será mayúsculo. Arderán las redes y arreciarán los improperios. Al día siguiente, en rueda de prensa, el presidente del Barcelona, Ludwig Laporta, tataranieto de aquel otro famosísimo, acusará a los medios de Madrid de difundir bulos y de enturbiar la competición. No admitirá, por supuesto, preguntas de los periodistas.

Todos los clubs de la Liga -salvo el Atlético de Madrid- denunciarán los hechos ante los tribunales deportivos. Las pruebas llegarán a ser tan abrumadoras que al final, el Barcelona, acorralado, pedirá un recurso de amparo ante el Consejo Superior de Deportes. Allí, como ya es tradición, absolverán al equipo azulgrana para no joder la mayoría parlamentaria en el Congreso. Les impondrán un rezo de tres Padrenuestros y la declaración firmada de no volver a usar aliens ni humanos reforzados. Los dirigentes de la FIFA, mientras tanto, que venían a Barcelona con ganas de cortar cabezas y de dar ejemplo de fair play, serán acallados con bandejas de canapés y prostitutas de gran lujo. Algunas de ellas serán, también, extraterrestres.

(¿La serie?: una cosa ridícula, casi abyecta, pero con un par de capítulos muy entretenidos). 



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El gabinete de curiosidades: El murmullo

🌟🌟🌟


- No existen los fantasmas. El que los ve es que quiere verlos, nada más. 

Eso es lo que le dice el amable casero a la ornitóloga obnubilada. Por no llamarle chalada le dice que bueno, que todo está en la mirada y en el deseo. Que del mismo modo que ella adivina figuras en las formaciones de los pájaros, así confunde también las sombras y los chirridos con los seres del pasado. 

Y es que los fantasmas son como los sueños: representaciones de un deseo profundo. O eso enseñaba el abuelo Sigmund en sus conferencias de Viena. La existencia de los fantasmas garantizaría que hay una vida -o al menos una existencia- después de la muerte. Y esa alucinación es demasiado golosa para que algunas mentes perturbadas o muy necesitadas la pasen por alto.

Los fantasmas solo son proyecciones de la mente. A veces no son más que la persistencia de un recuerdo. Como un olor que nos persigue o una canción que no nos abandona. Después de morir mi padre, yo regresaba a León de vez en cuando y a veces le “sorprendía” en su sillón habitual navegando en el teletexto de TVE, que era su conexión con el mundo antes de los tiempos de internet. Cuando se murió mi perrete, hace años, yo también le “veía” saludándome al volver del trabajo o enredando entre mis piernas a la hora de comer. Estas cosas son habituales y no hay de qué preocuparse. Las procesas y ya está. Pero en un estado alterado de la mente -una psicosis, una depresión, una melopea galopante- yo también los podría haber confundido con fantasmas, y haber montado todo un circo de aparatos para grabar psicofonías y celebrar sesiones de ouija a ver si algún espíritu se manifestaba.

De chaval, yo creía en los fantasmas como creía en la virginidad de María o en la divinidad de Butragueño. Puestos a enredar con los misterios ya no hay una tontería más grande que la otra. Pero cuando dejas de creer en la metafísica y te agarras a las moléculas con espíritu científico, los fantasmas se desvanecen como evaporados por el sol.


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Electric Dreams: Human Is

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En el futuro imaginado por Philip K. Dick en “Human Is”, la humanidad ha cambiado tanto gracias a las presiones evolutivas, que ahora son las mujeres las que piensan a todas horas en el sexo, mientras que los hombres, cuando llega el momento propicio, suelen decir que no, que les duele la cabeza, que no están de humor, que su amante o su esposa no se merecen el polvo por la discusión tonta que tuvieron al mediodía.

    Eso es lo que le sucede al personaje de Bryan Cranston, que no está a lo que está, que descuida su matrimonio, que está más pendiente de luchar contra la raza de los rexorianos que de tener satisfecha sexualmente a su mujer. Ella, suponemos, lleva muchos años padeciendo esta frialdad marital, y cuando empieza el episodio la descubrimos buscando sexo en una catacumba muy turbia, pero muy tecnológica, con hombres y mujeres igual de atractivos que ella, que la verdad es que lo rompe, la muy guapa. No estaba yo muy atento en esa escena por culpa de un accidente doméstico, pero seguramente tuvo que decir “Fidelio” en la puerta de entrada para acceder a la orgía, como Tom Cruise en aquella noche tan loca de su deseo.

    Cuando Bryan Cranston regresa de una misión guerrera convertido en amante solícito y eficaz, siempre dispuesto a satisfacerla con erecciones poderosas, y manos de prestidigitador, Vera, su mujer, empezará a sospechar que ahí hay gato encerrado. O rexoriano encerrado, mejor dicho, porque esos alienígenas tienen la mala costumbre de introducirse en los seres humanos, asesinar su voluntad y utilizar su cuerpo suplantado para ir sobreviviendo de planeta en planeta, errantes y amorfos. El día que Vera disfruta de un orgasmo como hacía años que no disfrutaba, de grito pelado, y manos asiéndose a las sábanas, comprenderá que su marido, el gélido, el frío, el que decía que el sexo “no era lo más importante en una relación”, se ha quedado frito en el planeta de las batallas, y que este rexoriano que lo sustituye, aunque sea un enemigo del Estado, y de la Raza Humana, bien merece el perjurio ante un tribunal, con tal de tenerlo todas las noches metido entre las sábanas.




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Babadook

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Entre los episodios más divertidos de Los Simpson están esos en los que Homer, al borde ya del infarto o de la psicosis, y aconsejado por el socarrón doctor Hibbert, decide contener la ira que le provocan las trastadas de Bart. Éste, que es un hijoputa de mucho cuidado, viendo que su padre ya no puede reaccionar agarrándole del cuello ni soltándole amenazas, redobla sus travesuras hasta que la ira acumulada estalla en formas muy cómicas. 

    Llevado al límite de su paciencia, hemos visto a Homer convertido en La Masa, en La Cosa, en el Jack Torrance de El resplandor. Dentro de unos años, cuando le hagan un guiño cinéfilo a esta película titulada The Babadook, veremos no a Homer, sino a Marge Simpson, transformada en una madre demenciada que ya no aguanta ni un minuto más a su retoño.


            The Babadook, que es el último grito de terror venido de Australia, cuenta la historia de una madre que trajina con un hijo aún más insoportable que Bart Simpson, un auténtico demente de siete años que pega a sus compañeros, escupe a su profesores, fabrica ballestas en el sótano de su casa y dice ver fantasmas horripilantes por todos los sitios. El actor -este niño llamado Noah Wiseman- o es un genio precoz, o en su vida real es igual de ahostiable que en la vida ficticia. Tan inquietante y oscuro como el niño Damien de La Profecía. La madre de Samuel, que además es viuda prematura, y tiene un trabajo de mierda, se pasará media película conteniendo las ganas de ahogarlo en la bañera o despeñarlo por la Roca Tarpeya de Adelaida, hablando consigo misma en tono conciliador y respirando muy despacio y muy profundo. Hasta que una mala noche, sin que nadie lo haya robado o comprado, aparece en la estantería el cuento de Mister Babadook, donde un fantasma peludo con sombrero de copa anuncia su pronta llegada a la casa, con presagios funestos de infanticidios sangrientos, y suicidios arrepentidos. La sombra de la depresión es alargada. Y hasta aquí, queridos amigos y amigas, puedo leer...



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