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La jungla 2: Alerta roja

🌟🌟🌟

Al consultar la ficha de “La jungla 2” en mi perfil de Filmaffinity -sí, soy así de banal y de poco sofisticado- he descubierto avergonzado que la tenía puntuada con un 8. No el 6 raspado que iba a calcarle tras esta revisión, ni el 3 catedralicio que sin duda se merece este pestiño inverosímil, esta americanada que aprovechó el impulso taquillero de “Jungla de cristal”, ésa sí una obra maestra.

Supongo- por buscarme una excusa, por acallar el sentimiento de culpa que casi me ahoga y me derrumba- que hace veinte años me dejé llevar por el entusiasmo juvenil y por el exceso de testosterona, que es el veneno más contaminante que corre por la sangre. No era yo, sino el metabolismo, como dijo Homer Simpson.

También pudo suceder, simplemente, que yo fuera feliz aquel día y que me entregara a la película con la mente limpia de cualquier criterio intelectual: de nuevo un niño con palomitas en el regazo que asistía incrédulo, pero muy divertido, a los múltiples trompazos de John McLane por el aeropuerto de Washington. De nuevo un ser acrítico, acomodado, indistinguible de mis semejantes en las salas de cine, que siempre se lo pasan pipa cuando hay un héroe de acción y vuelen las hostias como panes sobre su cabeza. 

Pero hoy, veinte años más tarde, ya estoy más para abuelete cascarrabias que para niño retornado. Como dicen los aficionados a la tortura de los animales, uno ya lleva varias cornadas en los costados y se ha vuelto muy exigente y criticón. En esta recta final de la cinefilia, con el tiempo ya muy justo para desperdiciarlo, uno viaja embarcado en la búsqueda de la excelencia, de la  trascendencia... de la gilipollez altisonante. 

Las películas que antes entraban como por ósmosis en mi torrente sanguíneo -y dejaban una imagen imborrable o un diálogo mil veces repetido- ahora chocan contra el muro reforzado de mi indiferencia o de mi sospecha. 

¿He madurado o simplemente he perdido la capacidad de disfrutar?





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Tristana

🌟🌟🌟


Ninguna película de Luis Buñuel me parece una obra maestra. “Viridiana”, si acaso, y un poco cogida por los pelos. Siempre hay cosas que se me escapan, o que me irritan: los surrealismos, los onirismos, los chistes particulares que solo don Luis entendía.

Buñuel no dejaba ninguna película diáfana. A ratos le sigues y a ratos te pierdes; a ratos entras en comunión apostólica y a ratos te entran ganas de apostatar. Pero nunca te deja indiferente, y ese es el secreto de su continuo revivir. El motivo de que sus películas nunca desaparezcan de las estanterías o de las plataformas digitales. Dentro de cien años, cuando otros cineastas más académicos, más “entendibles”, ya habiten en el olvido, todavía habrá cinéfilos de provincias y directores de festivales que programen sus viejas trapisondas. Y él, complacido, romperá el silencio de su tumba aporreando un tambor de Calanda.

Buñuel sobrevive porque él entendió lo que otros niegan, o vadean, o consideran una desviación del espíritu: que el sexo es un perfume omnipresente, un pequeño martilleo cotidiano, y que la vida de los hombres, y la civilización que los alberga, se construye sobre su eficaz represión o su total aceptación. Freud dixit. Eros y civilización. La calavera del abuelo Sigmund también sonreía cada vez que Buñuel estrenaba una nueva película. Su cine era... psicoanálisis en acción. Neurosis y psicopatologías. Ansiedades y frustraciones. Felicidades efímeras. Mentes turbadas por el deseo, o perturbadas, o masturbadas en el autoconsuelo. Rara vez satisfechas, porque el sexo es escurridizo, carísimo, rara avis, y cuando por fin se aposenta ya estás temiendo que levante de nuevo el vuelo.

En “Tristana”, el oscuro objeto del deseo es Catherine Deneuve, que rompe todos los corazones y tensiona todas las braguetas. La de su protector, Fernando Rey, que es un viejo verde galdosiano, y la de su amante, el pintor de ojos azules, que comprenderá demasiado tarde que Tristana no quiere a nadie en realidad, porque para ella el sexo es un juego con los hombres, una llave maestra para abrirlos en canal. Una femme fatale con una sola pierna, y toledana, para más señas.





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