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Mi querida señorita

🌟🌟🌟🌟


No hizo falta que llegara la democracia -este régimen atado y bien atado que supervisa atentamente el IBEX 35- para que Jaime de Armiñán y José Luis Borau se atrevieran a contar la historia de una mujer sin deseo sexual -o más bien con aversión sexual- que tuvo que ir a un médico para descubrir que en realidad era un hombre. Todo son preguntas: ¿Adela Castro, además de afeitarse la barba y de patear el balón como si fuera Pirri en pretemporada, tenía un pene malformado, un clítoris atrofiado...? ¿Tenía una pareja de cromosomas XY que se puso a construir una mujer sin hacer caso de los planos? Nunca lo sabremos. En 1972 no se podía ir mucho más allá. Los Javis, hoy en día, nos contarían pelos y señales sobre el asunto: lo que hubo que cortar, lo que hubo que añadir, lo que se reconstruyó y luego se recosió... Un lujo de detalles que en el fondo nos da igual. Nos quedamos con la copla y seguimos avanzando. 

“Mi querida señorita” es una película muy arriesgada. Tanto que a Mónica Randall se le ve un pezón cuando va a enseñarle a José Luis López Vázquez cómo se hace eso de follar. Es un detalle subrepticio, casi de darle al pause como hicimos con el DVD de “Instinto básico”. Lo dejo apuntado para los nostálgicos del destape y para los enamorados de doña Mónica -que jo, qué mujer. 

Por cierto: entre “Mi querida señorita” e “Instinto básico”, que parecen películas rodadas en dos eras geológicas diferentes, sólo transcurrieron 20 años. Entre “Instinto básico” y cualquier proyecto en marcha de los Javis han pasado más de 30. El paso del tiempo es un bulldozer que va arrasando los años como árboles en la selva.

Sobre la actuación de José Luis Vázquez ya está todo dicho. No quiero ser redundante. La idea de Armiñán era rompedora pero también muy arriesgada. Del drama conmovedor al número de vodevil no hay más distancia que una ceja bien puesta o que una mirada convincente.





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Tristana

🌟🌟🌟


Ninguna película de Luis Buñuel me parece una obra maestra. “Viridiana”, si acaso, y un poco cogida por los pelos. Siempre hay cosas que se me escapan, o que me irritan: los surrealismos, los onirismos, los chistes particulares que solo don Luis entendía.

Buñuel no dejaba ninguna película diáfana. A ratos le sigues y a ratos te pierdes; a ratos entras en comunión apostólica y a ratos te entran ganas de apostatar. Pero nunca te deja indiferente, y ese es el secreto de su continuo revivir. El motivo de que sus películas nunca desaparezcan de las estanterías o de las plataformas digitales. Dentro de cien años, cuando otros cineastas más académicos, más “entendibles”, ya habiten en el olvido, todavía habrá cinéfilos de provincias y directores de festivales que programen sus viejas trapisondas. Y él, complacido, romperá el silencio de su tumba aporreando un tambor de Calanda.

Buñuel sobrevive porque él entendió lo que otros niegan, o vadean, o consideran una desviación del espíritu: que el sexo es un perfume omnipresente, un pequeño martilleo cotidiano, y que la vida de los hombres, y la civilización que los alberga, se construye sobre su eficaz represión o su total aceptación. Freud dixit. Eros y civilización. La calavera del abuelo Sigmund también sonreía cada vez que Buñuel estrenaba una nueva película. Su cine era... psicoanálisis en acción. Neurosis y psicopatologías. Ansiedades y frustraciones. Felicidades efímeras. Mentes turbadas por el deseo, o perturbadas, o masturbadas en el autoconsuelo. Rara vez satisfechas, porque el sexo es escurridizo, carísimo, rara avis, y cuando por fin se aposenta ya estás temiendo que levante de nuevo el vuelo.

En “Tristana”, el oscuro objeto del deseo es Catherine Deneuve, que rompe todos los corazones y tensiona todas las braguetas. La de su protector, Fernando Rey, que es un viejo verde galdosiano, y la de su amante, el pintor de ojos azules, que comprenderá demasiado tarde que Tristana no quiere a nadie en realidad, porque para ella el sexo es un juego con los hombres, una llave maestra para abrirlos en canal. Una femme fatale con una sola pierna, y toledana, para más señas.





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