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La franquicia

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No sé si habrá sucedido alguna vez en la Iglesia Católica , pero en la Iglesia Laica -que es la nuestra, la única verdadera- se trata de un procedimiento habitual: rebajar un santo a categoría de beato cuando sospechamos que sus milagros fueron más bien producto de la casualidad, o de la inspiración involuntaria de un día irrepetible. 

Siendo verdad lo que predicaba san Chiquito de la Calzada -que una mala tarde la tiene cualquiera- no es menos cierto que un buen día también lo tiene cualquiera, y eso no significa tener hilo directo con los dioses. Hasta el más tonto del barrio ha perpetrado alguna vez un milagro alcohólico o sexual digno de no ser tomado por verdadero y sin embargo tan cierto como que existimos y que la certeza anticlerical nos ilumina. 

Digo todo esto porque Armando Ianucci -Padre de nuestra iglesia y Evangelista de los descojonos- ahora mismo es un santo que está siendo cuestionado por el Alto Comisionado de la Fe. San Armando subió a los altares al obrar dos milagros consecutivos llamados "The thick of it" y “Veep” que todavía nos dejan perplejos a los creyentes. Algunos teólogos un poco exagerados -entre los que yo me encuentro- sostienen que "Veep", con permiso de Larry David, puede ser la mejor comedia de todos los tiempos, tan corrosiva que cuando abres la carcasa del DVD o pinchas su visionado en el televisor temes que te salte un chorro de ácido a la cara. 

Pero ahora, diez años después, san Armando tiembla angustioso en su peana. “La franquicia” es una serie con la que te ríes a ratitos y poco más. No hay tránsitos místicos ni espíritus elevados. A lo sumo, es una ocurrencia. Graciosa. Poco inspirada por el Altísimo. No es mejor ni peor que “Avenue 5”, que ya nos había dejado un poco consternados a los creyentes. Aún no sabemos si san Armando ha perdido sus poderes o se ha juntado con las malas compañías. Seguimos aquí, en el cónclave, discutiéndolo acaloradamente.




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