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Michael Collins

🌟🌟🌟


Me pongo a ver “Michael Collins” cuatro días antes de emprender el viaje a Irlanda porque había leído que sale mucho Dublín en las escenas y quería ir cogiéndole el tono al panorama. Para estos menesteres hay centenares de vídeos en Youtube: jóvenes que han ido hace nada y te señalan con mucho rigor pero mucha marcha los lugares fundamentales para visitar. Pero yo, que ya voy para viejo, prefiero ver las cosas en las películas porque así mato dos pájaros de un tiro: el paisaje y la trama, la inmersión y la cinefilia.

Luego, la verdad, no sé si por falta de presupuesto o porque el resto de la ciudad está demasiado remendada, en "Michael Collins" siempre sale la misma calle repetida en las algaradas y luego dos panorámicas del Four Courts cuando lo bombardean desde el otro lado del río. Poca cosa, la verdad. Por no salir, casi no sale ni Irlanda, si quitamos un paseo por la playa y el paisaje rural donde Michael Collins fue asesinado por los que antes eran sus amigos y soldados. La historia de estos años convulsos de Irlanda es toda así: facciones, subfacciones, renegados y arrepentidos... Pistoleros del IRA y del contra-IRA que van vestidos como los Peaky Blinders y se disparan a bocajarro desde los Ford-T a punto de derrapar. El Frente Nacional Irlandés y el Frente Nacionalista de Irlanda... Los Monty Python puede que se inspiraran en sus vecinos para crear su chiste inmortal sobre los izquierdistas de Judea. 

La película no está mal. Aprendes cosas de historia y Liam Neeson -antes de convertirse en el ángel vengador y cansino de las pantallas- borda su papel de revolucionario romántico destinado al sacrificio. Un Che Guevara de la verde Irlanda que no quería extender su revolución por el mundo: sólo emborracharse en el pub de la esquina sin que la bandera británica ondeara en 400 kilómetros a la redonda. El problema de “Michael Collins” es el otro romanticismo: el de los penes y las vaginas. El personaje de Julia Roberts está metido con calzador y estropea mucha parte del metraje.  La culpa no es de Julia, por supuesto, que cuando sonríe ilumina mi cocina americana, sino del guionista, tan torpe y tan pesetero, que quiso jugar con nuestros más bajos instintos.





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