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Bellas artes. Temporada 2

🌟🌟🌟🌟

De mayor me gustaría ser como Antonio Dumas, el director del Museo Iberoamericano de Arte Moderno: un madurito interesante y culto, con criterio propio a la hora de expresarse. Su personalidad me atrapa y me lleva por los nuevos episodios de la serie, que ya no son tan brillantes como los primeros, pero que siguen llevando el sello de calidad de Mariano Cohn y los hermanos Duprat. 

Bendigo el día que esta gente apareció en mi vida. Su visión es mi visión; su humor, mi humor; su misantropía, mi apostolado. Me siento como en casa cuando invoco su espíritu desde el sofá. Además de divertidos son muy puñeteros. Son el remanso de mi espíritu. Mis benévolos confesores. 

Antonio Dumas, aunque es muy inteligente, es un señor algo mayor que ya no entiende el mundo moderno. Mal asunto cuando te dedicas a lo suyo. En unos episodios se le ve ojiplático y en otros fuera de contexto. Él es un socialista clásico enfrentado al wokismo contemporáneo. Y ésa es la gracia de la serie: que todo le supera pero tiene que gestionarlo. “Bellas artes” es un retrato de la estupidez humana, pero también de los dramas funcionariales. Yo me identifico mucho con don Antonio porque en mi modesto ecosistema, en mi mundo minúsculo y provincial, también vivo un drama de funcionario arrollado por la vida moderna. Yo también vivo rodeado de modas que ya no entiendo y de valores que nunca me inculcaron. Soy otro socialista atrapado en la ola de lo políticamente correcto. En el tsunami...

Un colegio como el mío no se diferencia mucho de un museo de arte moderno. Aquí también se expone mucha palabrería y se vende humo de colores al por mayor. Por cada artista real y contundente hay diez que viven del paripé. Ya sé que es un tema espinoso y muy poco ficcionable, pero aquí Cohn y Duprat harían maravillas con el personal. No con la chavalada, pobrecicos, si no con los artistas que les rodeamos. Si no renuevan por la tercera temporada de “Bellas artes” -me imagino que sí, porque ese mundo parece una cantera inagotable de soplagaitas- yo les propongo que se pasen por aquí. “Pedagogía Terapéutica”: una serie todavía por hacer. 





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Madres paralelas

🌟🌟


Desde el principio había algo que fallaba estrepitosamente en “Madres paralelas”. Algo indefinido y molesto. Los espectadores movíamos mucho los dedos de los pies, y carraspeábamos como queriendo iniciar una queja de cinéfilos. Pero como no sabíamos definir lo que nos mosqueaba, al final nos quedábamos a media intención, medio mudos, o medio tosidos, según la postura. Quizá, simplemente, es que nos daba miedo criticar a Pedro Almodóvar de buenas a primeras, a quemarropa, sin concederle unos minutos de cortesía. Como si nos doliera señalar la imprevista desnudez de su nuevo emperador.

De pronto, hacia el minuto veinte, en un unísono telepático que nos sacó la risa más tonta del repertorio, giramos las cabezas, nos miramos con cara de Arquímedes gritando ¡eureka! y nos dijimos: “Hablan raro, ¿no?” Y era eso, justamente: que hablaban raro, como atrapados en un teatro para pedantes de la palabra. Como criaturas de un novelista con muy poco oído para el lenguaje coloquial, o con muchas ganas de epatar al personal. Más aún: “Madres paralelas” era un recitativo de actores y actrices que no se creían para nada el texto que declamaban.

-                      - Mejorará -nos dijimos mientras desenredábamos la mirada, pero lo cierto es que “Madres paralelas” ya nunca remontó. Al revés: se fue hundiendo más y más en un fango de frases bobas y de diálogos sin veracidad. Todo muy bien dicho, pero gélido y sin alma. Un compendio de altisonancias sin resonancias, quiero decir.

    Me acordé, de pronto, de aquella entrevista  que le hicieron a Alec Guinness cuando estaba rodando “La guerra de las galaxias” en Inglaterra. Sir Alec vino a decir que no entendía nada de las majaderías que George Lucas adjudicaba al personaje de Obi Wan – “¡Siente la Fuerza, Luke!", y cosas así- pero que él era un profesional como la copa de un pino y que se debía a sus líneas de diálogo y a las indicaciones de su director. Y así es, un poco, o un bastante, “Madres paralelas”: actores y actrices que recorren los caminos de la Fuerza Almodovareña mientras piensan dónde van a cenar cuando acaben de rodar.





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No matarás

🌟🌟🌟


Empiezo la película remolón, poco convencido, pero al descubrir que el personaje de Mario Casas también lleva gafas, y también es un apocado con pinta de pardillo, se me disparan las neuronas espejo, y me identifico -salvando las distancias, claro- con el personaje. Al protagonista de “No matarás” también le cuesta decir que no, contrariar a los presentes, tomar la iniciativa en los asuntos decisivos. Medio tartamudea y esquiva la mirada si le vienen mal dadas. Todos sabemos que por debajo de las gafas de Clark Kent hay un Supermán del atractivo, de la musculatura, que en la vida real vuelve locas a las mujeres más guapas. Pero en una película la realidad queda en suspenso, y aquí Mario Casas no es el fucker de manual, sino Dani Nosequé, el tontolaba de su empresa, el pagafantas de las mujeres.

Decía que me identifico mucho con el personaje, sí, y más todavía cuando se topa con ese morbazo de mujer en la noche barcelonesa, y en vez de seguir el instinto de huida -que más que instinto es razón y clarividencia, pues se ve, se nota, se siente, que a esa mujer tan atractiva le falta un verano y parte del otoño- Dani, el pajillero, el de la vida tan poco excitante, decide seguir el otro instinto de la vara de zahorí, a ver si hay suerte, a ver si la vida le pega un giro radical y, como poco, se lleva el recuerdo de un polvazo reservado a los sementales más significados. Mejor eso que meterse en casa a cenar una ensalada mientras ve el Huesca-Valladolid, o la enésima película repetida o prescindible. Nos ha jodido.

Yo estoy con Dani. Yo soy Dani. Es más: yo he sido Dani. Le entiendo perfectamente. Mi abuela me decía que tiraban más un par de tetas que cien carretas. Me lo decía cuando yo era chiquitín, sin edad para el deseo, pero ella ya barruntaba, vamos que si barruntaba... Aquí, la verdad, teta muy poca, pero bonita y estilizada, eso sí. Suficiente para arrastrarte a la perdición, como en Camino a Perdición, que era otra película.

A orillas del mar, lejos de mi secano, se dice de otra manera lo de mi abuela: ata más pelo de coño que soga de marinero. Pues eso. Ahí lo llevas, Dani.



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