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La infiltrada

🌟🌟🌟🌟

El sentimiento básico que recorre mi barriga mientras veo “La infiltrada” no es la incertidumbre, pues ya venía uno informado a la pelicula, sino la admiración infinita por esa mujer, y por esa actriz que la recrea. La persona y el personaje.

Lo digo porque yo, de infiltrado en ETA, no hubiese durado más de 36 horas. Pero no porque de repente me viera superado por la tensión y les hubiera pedido a mis superiores que me sacaran de allí cagando leches. Lo digo porque ni siquiera me habría dado tiempo a llegar esa conclusión de cobardía. Antes habría cometido un error fatal que hubiera dado con mis huesos y con mi poca sesera en una cuneta: confundirme de nombre al ser preguntado, o liarme con una llamada de teléfono al superior, o traerme un libro de casa con un marcapáginas en el que pusiera “Viva la Policía Nacional”. No sé, cosas así, entre ridículas y muy tontas.  

Me conozco y sé de lo que hablo. Habría sido el infiltrado de más corta duración dentro de la banda terrorista. También estaría en los anales del Cuerpo, como El Lobo, o como Arantxa Berradre, pero en el otro extremo de la orden de méritos, para equilibrar las energías del universo. 

También es verdad que yo -jamás, ni harto de vino- me hubiese metido a ejercer de Policía Nacional. “Policía ni en broma”, como cantaba Sabina. O picoleto, o milico, o cualquier cosa que lleve una metralleta y un uniforme autoritario. De no haber sido funcionario -disfuncional- de Educación, hubiera sido funcionario de Correos, o de Hacienda, o de cualquier otra institución al servicio del ciudadano. Tengo el alma acomodaticia de los funcionarios, qué le vamos a hacer, pero policía... Ni siquiera para dar de comer a mis hijos. No los hubiera tenido y en paz. 

No es nada personal. Only business. Es puro recelo instintivo. Es verdad que la Policía hace una gran labor social, como la de la ONCE gracias al cupón, pero no es menos cierto que se interponen con demasiada fiereza entre nosotros y los palacios de nuestros negreros. 





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Bellas artes. Temporada 2

🌟🌟🌟🌟

De mayor me gustaría ser como Antonio Dumas, el director del Museo Iberoamericano de Arte Moderno: un madurito interesante y culto, con criterio propio a la hora de expresarse. Su personalidad me atrapa y me lleva por los nuevos episodios de la serie, que ya no son tan brillantes como los primeros, pero que siguen llevando el sello de calidad de Mariano Cohn y los hermanos Duprat. 

Bendigo el día que esta gente apareció en mi vida. Su visión es mi visión; su humor, mi humor; su misantropía, mi apostolado. Me siento como en casa cuando invoco su espíritu desde el sofá. Además de divertidos son muy puñeteros. Son el remanso de mi espíritu. Mis benévolos confesores. 

Antonio Dumas, aunque es muy inteligente, es un señor algo mayor que ya no entiende el mundo moderno. Mal asunto cuando te dedicas a lo suyo. En unos episodios se le ve ojiplático y en otros fuera de contexto. Él es un socialista clásico enfrentado al wokismo contemporáneo. Y ésa es la gracia de la serie: que todo le supera pero tiene que gestionarlo. “Bellas artes” es un retrato de la estupidez humana, pero también de los dramas funcionariales. Yo me identifico mucho con don Antonio porque en mi modesto ecosistema, en mi mundo minúsculo y provincial, también vivo un drama de funcionario arrollado por la vida moderna. Yo también vivo rodeado de modas que ya no entiendo y de valores que nunca me inculcaron. Soy otro socialista atrapado en la ola de lo políticamente correcto. En el tsunami...

Un colegio como el mío no se diferencia mucho de un museo de arte moderno. Aquí también se expone mucha palabrería y se vende humo de colores al por mayor. Por cada artista real y contundente hay diez que viven del paripé. Ya sé que es un tema espinoso y muy poco ficcionable, pero aquí Cohn y Duprat harían maravillas con el personal. No con la chavalada, pobrecicos, si no con los artistas que les rodeamos. Si no renuevan por la tercera temporada de “Bellas artes” -me imagino que sí, porque ese mundo parece una cantera inagotable de soplagaitas- yo les propongo que se pasen por aquí. “Pedagogía Terapéutica”: una serie todavía por hacer. 





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Rapa. Temporada 3

🌟🌟🌟🌟


Corre el rumor de que los hermanos Coira andan buscando localizaciones para rodar una nueva serie de crímenes e intrigas. En la isla de Hierro, tan pequeñita y tan despoblada, ya no les cabían más atrocidades si querían jugar a lo verosímil, y la ciudad del Ferrol, ya despojada de su caudillo, corría el riesgo de ser llamada “la Chicago del Noroeste” entre tanto tráfico de sustancias y tanto asesino esperando su oportunidad. Iba a decir que el Ferrol, en “Rapa”, parece una ciudad sin ley como aquellas del Far West americano, pero la verdad es que aquí los picoletos resuelven los crímenes con mucha eficacia y presteza, también es verdad que ayudados por ese Dr. Strangelove en silla de ruedas que es Javier Cámara desatado. 

Yo animaría a los hermanos Coira a que vinieran aquí, a La Pedanía, que además está casi al lado de su Galicia natal. En Ciudad Capital, apenas a cinco kilómetros por la avenida, tienen todos los lujos de la vida moderna para cuando terminen de rodar: buenos hoteles, y gastronomía, y conexiones a internet. La Pedanía es un territorio ancestral muy dado a los conflictos de lindes y a las discusiones por el regadío. Todavía se ven paisanos con boina podando las viñas o recogiendo los tomates. Son ideales para ambientar un crimen con trasfondo agropecuario: rivalidades seculares y honores mancillados. Cuatreros de ganado y robaperas con furgoneta. 

Eso sí: los paisanos hablan una mezcla de gallego y castellano que resulta ininteligible de primeras, por lo que habría que subtitular esas escenas en la que los picoletos van preguntando a los lugareños si conocen al asesino de la fotografía. 

En La Pedanía, además, se da ahora mismo un conflicto muy chulo entre el pasado y la modernidad. Entre las casas de adobe y los chalets adosados; los tractores de toda la vida y los todoterrenos de los pijos; los católicos de los domingos y los runners obsesionados con el body. Como en “Rapa”, aquí caben dos crímenes por temporada. Y no hay que olvidar que esto es Camino de Santiago, y que por aquí pasan centenares de peregrinos al día, algunos con cara de sospechosos huidos de la justicia. Ya digo que hay materia de sobra. 




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As bestas

 🌟🌟🌟🌟

“As bestas” ha sido el acontecimiento del año en La Pedanía. Más aún: yo diría que ha sido el acontecimiento de la década, e incluso del siglo, porque hay gente que ha visto la película y que no pisaba un cine desde el estreno de “Titanic”, allá por el año 98.

Aquí, la verdad, el cine no suele interesar gran cosa, y mucho menos el cine nacional. Las salas de Ponferrada solo hacen negocio con los adolescentes granulosos y con las hordas familiares. Más allá de las pelis de Marvel, de Santiago Segura o de dibujos animados, el resto pasa sin pena ni gloria o directamente ya no se estrena. Así que el espectador con “pretensiones” se ha refugiado en la paz del hogar y en la oferta de las plataformas, donde hay incluso gente rara, casi toda de la capital, que le pone subtítulos a las películas extranjeras con lo fácil que es escucharlas en cristiano.

“As bestas”, sin embargo, ha logrado el milagro de llevar al cine a todos mis vecinos. Por una vez en la vida -y yo vivo aquí, precisamente, desde que se hundió la maqueta del “Titanic”- he sido el último en asistir al acontecimiento. “¿Pero todavía no la has visto...?”, me preguntaban un poco perplejos. Yo esperaba, no sé, una confluencia de los astros, pero al final la he visto en mi casa, en el sofá, junto a T., en un acto de protesta contra esos cines que solo ahora se han acordado del espectador cultureta. Además, la copia ilegal que he pescado es cojonuda, para nada un screener o una mangurriada.  

El éxito local de “As bestas” se debe a que gran parte de su metraje se rodó cerca de aquí, en las lindes con Galicia, en una aldea unipoblacional donde solo vivía un paisano con su rebaño de cabras. A su rodaje se presentó tanta gente para participar de figurantes que hasta yo mismo, que vivo en mi burbuja, conozco a varios que lo intentaron con suerte dispar . Al chico de la bicicleta, por ejemplo, no le conozco personalmente, pero sí de oídas. No lo hace mal. Queda muy natural ante la cámara. A partir de mañana voy a decir en La Pedanía no solo que ya he visto la película, sino que además soy amigo, casi íntimo, fíjate, de uno de sus actores.





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