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Borgen: Reino, poder y gloria

🌟🌟🌟🌟


Algo huele a podrido en Dinamarca. Y esta vez no son los cadáveres de Hamlet. Ni siquiera las aguas residuales del puerto de Copenhague, porque allí las depuran cuatro veces al día y pueden comerse huevos fritos sobre las olas. Lo que huele mal, como en casi todos los sitios, es el mundo de los políticos y los periodistas, que diez años después de "Borgen" ya se parece demasiado al trapicheo de los bárbaros mediterráneos. Y si en Dinamarca huele a podrido, es que aquí estamos de mierda hasta las cejas cuando pensábamos que simplemente chapoteábamos con los pies.

Nos quedaba una heroína de la honradez, Birgitte Nyborg, que en esta cuarta temporada aparece en el gobierno danés como ministra de Asuntos Exteriores. Pero la mirada de Birgitte ya no es la misma. Ni siquiera su sonrisa. Algo ha cambiado en ella y no ha sido para bien. Birgitte tiene ahora 53 años y vive sola en su casa de Copenhague. Sus dos polluelos volaron del nido y su exmarido sexy ya no amenaza con regresar. Y los amantes casuales, a su edad, ya serían más bien un lastre que una solución de convivencia. A partir de cierta edad ya no hay polvo comparable a dormir ocho horas seguidas en una cama sin compartir.

Pero Birgitte, curiosamente, en la flor otoñal de su vida, está muy lejos de alcanzar la paz del espíritu. Ahora que todo le sonríe de pronto se ha vuelto mezquina y retorcida. Birgitte ha caído en el lado oscuro de la Fuerza, que también tiene sucursales en Dinamarca. Si antes le importaba el bien común -esa especie protegida que sólo vive en latitudes muy próximas al Polo Norte- Birgitte ahora sólo mira por el bien de su carrera política. Birgitte se ha vuelto... española, o italiana, y sería capaz de vender a su madre para que no la quiten de su puesto.

Anonadados por la sorpresa, los espectadores tardaremos varios episodios en comprender que Birgitte no se ha vuelto mala del todo y que todavía hay lugar para la esperanza. Sucedía, simplemente, que se aburría mucho en casa.Ya lo dijo el poeta Heine: todos los males del mundo empiezan porque la gente no sabe entretenerse dentro de su hogar.




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Borgen. Temporada 3

🌟🌟🌟

En España tenemos sol, y playa, y cervecita fresca en la terraza. Escaqueo laboral y cachondeo por arrobas. Mientras no haya un gobierno que restrinja estos privilegios nos va a dar igual que nos roben otras cosas fundamentales: el dinero público, o la dignidad. 

La gente de este país, cuando llega el invierno, se conjura para dar un vuelco electoral en las próximas elecciones. Son inviernos casi pre-revolucionarios, como aquellos de la escalinata de Odessa y del acorazado Potemkim. Pero llega la primavera y los mismos que en enero juraban no tener ni un puto duro se acomodan en las terrazas y ya no quieren hablar más de política o de corrupciones. “Como en España, en ningún sitio”, te dicen cuando hace solo dos meses renegaban de su país y del carácter incorregible de nuestra raza. Son los mismos, sí, que hace nada soñaban en voz alta con vivir en los países nórdicos del bienestar, allí donde los políticos dimiten y muchas veces dicen la verdad. El buen tiempo es el aliado natural de nuestros explotadores. El sol es el opio del pueblo.

En Dinamarca, en cambio, tienen frío invernal, y playas chungas, y una cerveza cojonuda pero a unos precios desorbitados. Como el clima es arisco y el café también cuesta varias coronas de más, los daneses se afanan en construir una sociedad que funcione y les aporte felicidad por otros derroteros. 

En el palacio de Christiansborg también hay mucho hijo de puta pululando por los despachos, porque los daneses, hasta que no se demuestre lo contrario, pertenecen a la misma especie que la nuestra. Pero allí el sistema funciona, y los mecanismos punitivos están bien engrasados. Más allá de las ventanas donde los políticos discuten o trapichean, en “Borgen” se adivina una sociedad modélica que uno quisiera copiar en este país. Daría tres salmones ahumados por ser Alicia en un país de las maravillas donde hay impuestos rigurosos, servicios públicos y conciencias ecológicas. Gente que habla inglés con soltura para ser verdaderos ciudadanos del mundo y no unos paletos irrecuperables.





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Borgen. Temporada 2

🌟🌟🌟🌟

Después de ver los episodios de “Borgen” siempre me dan ganas de visitar Copenhague. Es más: puede que lo haga el próximo verano si junto los jayeres necesarios. Pero no puedo aplazarlo mucho más: tarde o temprano el siroco africano alcanzará las costas del Báltico en los meses veraniegos y ya sólo nos quedará el Polo Norte para refugiarnos. 

“Borgen” es una serie de gran calado político que además sirve para vender la Marca Dinamarca al resto del mundo. Porque Dinamarca no es solo balonmano ni Eurocopa 92. No se termina en los juguetes de Lego ni en los cuentos de Hans Christian Andersen. “Borgen”, sobre todo, vende un país donde todo el mundo es guapo y se comporta de manera civilizada. Habrá de todo, como en cualquier viñedo del Señor, pero seguro que allí puedes operarte la fealdad en la Seguridad Social y reeducarte la estulticia mediterránea en una clínica puntera en psicoterapias. 

Copenhague no sale mucho en “Borgen” porque casi todo es trastienda parlamentaria y estudio de televisión, pero cuando los políticos se echan a la calle para estirar las piernas o confabular sin miedo a ser escuchados, se adivina una ciudad bonita y transitable, toda limpia y llena de bicicletas. En “Borgen”, cuando llega el verano, el sol no agrede a la gente con mordiscos y bofetones como hace aquí aprovechando la impunidad de las bajas latitudes. El sol de los nórdicos es un dios amable que te acaricia la piel y te invita a tumbarte en los numerosos parques de la ciudad. Es un sol... eso, civilizado. Danés.

Pero lo mejor de todo es cuando llega el invierno y los políticos de "Borgen" traman sus planes con muchos abrigos encima y exhalando el vaho que aquí en España ya es una especie protegida. El invierno en Dinamarca es infantil y acogedor. Es el invierno perdido de mi niñez. Es un invierno crudo y combatible. Hace cuarenta años, en León, te ponías un abrigo, un gorro y unos guantes y te reías del puto verano haciéndole pedorretas. Echo de menos la nieve, los carámbanos, la sal preventiva en las aceras... Quizá viaje a Dinamarca en invierno, y no en verano, a pesar de las pocas horas de luz. De ese modo también será un viaje en el tiempo.



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