Mostrando entradas con la etiqueta Rupert Graves. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Rupert Graves. Mostrar todas las entradas

Herida

🌟🌟🌟

Perder la cabeza por Juliette Binoche es una cosa natural. Casi un deber inexcusable. Si los ángeles existen y además tienen sexo diferenciado -como defendían algunos teólogos muy barbudos de Constantinopla- Juliette Binoche sin duda nació de un padre inmortal y de una madre de carne y hueso habitante de París. O viceversa. 

Siempre habrá algún mentecato, algún plasta recalcitrante -de hecho yo conozco alguno- que dice que no le gusta su lunar en el cuello, su nariz redondeada, su mirada desangelada... “Me parece una mujer algo fría”, me dijo una vez un imbécil integral. Qué le vamos a hacer: gilipollas los hay en todos los sitios. Soportarlos sin enfadarse es una prueba de santidad. Ellos son los ciegos de la belleza y los daltónicos del encanto. Los estrábicos de lo evidente. Los eternamente equivocados. Los más graves pecadores. Mi Juliette...

Dicen que François Miterrand le tiró los tejos una vez y que Bill Clinton quiso camelársela en una visita que ella hizo a la Casa Blanca. Y que Juliette, con todo el desparpajo de su belleza, los rechazó. Que aprenda Letizia Ortiz, esa vendida al capital... Quizá por eso no nos sorprende que en “Herida” sea el ministro de Economía británico quien caiga postrado ante sus rodillas entreabiertas. Estos tipos son palabras mayores, gente de mucho caché, pero en lo tocante a los instintos son iguales que todos los demás. Lo que pasa es que ellos pueden permitírselos y nosotros no

Es justamente eso, la clase social, lo que me distancia de la película por mucha pasión que los amantes pongan en los polvazos de aquel siglo ya superado. Mi rencor bolchevique me impide sentir empatía por cualquiera de estos personajes. ¿Un ministro a todas luces conservador? ¿Su mujer, acaso, que es la hija de lord Nosequé de los Cojones? ¿El hijo de ambos -la supuesta víctima de todo este enredo- que es un pijo recalcitrante que va atronando por todo Londres con su buga descapotable? ¿Juliette, quizá, que es una perturbada emocional que va sembrando la desgracia por donde quiera que va? Bah, qué asco me dan todos...



Leer más...

La locura del rey Jorge

 

🌟🌟🌟🌟

Termino de ver La locura del rey Jorge y saco al perrete a dar su último paseo por La Pedanía. Al fresco de la noche, mientras distingo los astros más notables en el cielo, voy dándole vueltas al tema de la escritura de hoy. Y ya casi desesperado, incapaz de encontrar un argumento al que agarrarme para completar el folio, me da por pensar cuán distintos eran estos reyes de la casa de Hannover que se navajean en la película, de estos otros de la casa de Windsor que ahora ocupan el trono de Inglaterra, y cuyas trapisondas me acompañaron durante el confinamiento en las tres temporadas de The Crown.

    Los últimos reyes y reinas de la casa de Windsor se han ido pasando el trono de Inglaterra como una patata caliente. Casi como si se sentaran sobre una silla eléctrica a punto de ser enchufada. Eduardo VIII prefirió el sexo con Wallis Simpson antes que permanecer en el cargo un solo día más. Su hermano Jorge VI, que tartamudeaba ante los micrófonos, y palidecía ante las muchedumbres, tuvo que coger el relevo con más cara de sufrimiento que de orgullo, y casi podría decirse que murió antes de tiempo por culpa del estrés. Su hija, Isabel II, a tenor de lo que cuentan en The Crown, tampoco brindó con champán, precisamente, cuando se descubrió reina de la noche a la mañana, demasiado joven y demasiado alejada de los entresijos. Y respecto a su hijo Carlos, el Príncipe Eterno de Gales, todos sabemos que él hubiera preferido ser cuarto o quinto hijo en la línea sucesoria, para dedicarse a la pintura, a la música, al teatro, a la beneficencia de los artistas.




    Sin embargo, sus antecesores en el trono, los Hannover, si hacemos caso de lo que cuentan en La locura del rey Jorge, eran unos yonquis auténticos del trono. Unos usurpadores hambrientos, cuando no estaban en él, y unos resistentes contra viento y marea, cuando tenían la chiripa de ocuparlo. Porque en aquellos tiempos sin partos en el hospital, y sin penicilina en las farmacias, de médicos que sólo eran matasanos o matarifes, era una pura chiripa estar allí sentado. Lo mismo podías ser rey coronado que infante en el cementerio. Eran tiempos terribles, muy poco longevos, lo mismo para las sangres rojas que para las sangres azules, y quizá por eso todo el mundo andaba con tantas prisas, y tantas ansias.

Leer más...