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Heat

🌟🌟🌟🌟

Tengo la sensación de que ya no se perpetran atracos como los de antes. Ninguno, desde luego, como éste de “Heat”. Ni tampoco como aquellos que perpetraban Makinavaja y Popeye en las páginas de “El Jueves”, pura artesanía de viejos chorizos. 

Necesitaría, de todos modos, un dato estadístico para confirmar mis sospechas, porque cuando leo la prensa casi nunca me detengo en las páginas de sucesos, a no ser que hayan pillado a un futbolista con alguna señorita involuntaria. Estas conductas, además de ser un asco censurable y a veces delictivo, son cruciales para el devenir de la liga de fútbol. Y es justamente eso, la liga de fútbol, y las majaderías de Isabel Natividad, lo que más me preocupa cada mañana cuando sostengo el móvil y desayuno. 

En el siglo XXI, los atracadores como Robert de Niro ya no salen de los barrios chungos, sino de las universidades donde se enseñan los trucos económicos. Ya no hace falta presentarse en la sucursal con una máscara y una lupara: basta con teclear maldades numéricas en un ordenador. Treinta años después de “Heat” sólo los muy adictos a la testosterona arriesgan el tipo para que su cuenta bancaria luzca muchos ceros y seduzca a mujeres muy sofisticadas. 

Digo esto porque en “Heat" hay muchas mujeres bellísimas que beben los vientos por sus golfos apandadores. Mientras caiga la pasta y el tío vista bien no les importa el origen del monetario. En eso son igualitas a Carmela Soprano, que es la madre superiora de la orden. Yo mismo, en otra escala social, tuve una novia que era un poco así: admiradora del Che pero siempre arrimada a “ingenieros financieros” que le sufragaban noches en hotelazos y botellas de vino de 100 napos para arriba. Los amaba hasta que empezaban a administrase, claro. Yo fui la excepción extraña y cutre de su vida...

En la famosa escena de la cafetería, Al Pacino y Robert de Niro no pierden mucho tiempo hablando de sus oficios contrapuestos y venerables. El rato de conversación se les va en hablar de sus mujeres: de cuánto les aman, de cuánto les exigen, de qué poco les comprenden en realidad. Es la triste confesión de dos cajeros automáticos condenados a matarse al final de la película, pero que durante diez minutos de tregua se reconocen cofrades de la misma fatalidad.



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Tombstone

🌟🌟

El otro día, en el podcast, Fox y Codón afirmaron que “Tombstone” era un western injustamente olvidado. Una película maldita que había que reivindicar a toda costa. “Cojonuda”, dijeron... Con lo otro parafraseo, pero lo de “cojonuda” no se me ha olvidado. Aun así, yo les hice caso omiso porque no hay nada más aburrido que un western de tiroteos en OK Corral. Forasteros, forajidos, forúnculos sociales... Duelos al amanecer y tal. Tiros por la espalda cuando los borrachos salen del saloon... Un puro bostezo.

Días después, en el otro podcast que comparten, y como si se tratara de una campaña orquestada, dijeron exactamente lo mismo: que “Tombstone” era la hostia, la pera limonera, el western peor tratado por la crítica en los últimos tiempos... Parafraseo también, pero por ahí iban los tiros. Los del Colt, claro. "Y ándele, cuate, que aquí en México no rige el pinche estado ni aparece la policía". Y en el poblado de Tombstone tres cuartos de lo mismo... La película es un puro disparate. 

Fue ahí, en la segunda recomendación, cuando yo dudé o me hicieron dudar. Porque ése es uno de los putos flacos de mi cinefilia: mi repelús por el western. Más allá de una decena de clásicos del género -que, curiosamente, no siguen las reglas del género- a mí me parece que el western es una cosa para merluzos, con maniqueísmos tontos y desenlaces archisabidos. El género preferido de los fachas, no te digo más. Las joyas de la programación en 13 TV. Un espectáculo apropiado para la simpleza de las mentes más arcaicas y violentas. "Como hoy no puedo salir a pegar tiros a los conejos o a los rojos, pues mira, lo sublimo disparando sobre los hermanos Dalton, que además siempre van desaseados, sin afeitar, como los perroflautas esos de la izquierda".

Por culpa de Fox y Codón me perdí en "Tombstone", me arrepentí, salí a tiempo, me fustigué con el látigo, me cargué de razones y vine aquí a dejar constancia de mi debilidad y de mi fortaleza.





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Top Gun: Maverick

🌟🌟🌟


No pasan los años por Pete Mitchel, el Maverick. Ahí sigue flipando con sus Rayban, con su chupa, con su pelo inmaculado. Con sus andares de chulopiscinas. Es verdad que en el plano corto se le adivina alguna arruga, alguna tirantez en la piel, pero Maverick va demasiado rápido por la vida para que te fijes en esas cosas. Sigue siendo el más intrépido con la moto y el más escurridizo con el caza de combate. Y el que más liga, de lejos, en la cantina militar. Cuando era un niñato se tiraba a todas las niñatas de California, pero ahora, con la edad, ha ampliado su espectro a las divorciadas de buen ver. Hasta Jennifer Connelly, que ya es decir, se pirra por sus huesos de australopiteco. Lo digo sin ofender: ya en la primera película, cuando combatía al comunismo internacional, Maverick era un retaco como nuestros antepasados de la sabana; así que ahora, para su suerte, no se le nota tanto el encorvamiento de la edad. 

Desde 1986 han pasado varios Mavericks por mi vida y ninguno ha dejado gran huella que se diga. Había un tolai en nuestro instituto al que apodábamos “Maverick” porque se parecía mucho a Tom Cruise Tenía la misma sonrisa ahostiable y la misma prepotencia innata. Ya no recuerdo su nombre verdadero, que sería Javier, o Manolo, como todo hijo de vecino. Cada día aparecía por las inmediaciones con una novia diferente y le envidiábamos a dolor, casi sanguinariamente. Luego vino el Maverick de Mel Gibson, que era el truhan de las cartas, y Maverick Viñales, que hacía room-room con la moto, y los Dallas Mavericks, que entonces tenían a Dirk Nowitzki y ahora tienen a "Locura" Doncic. Ellos son los únicos Mavericks que me han conmovido en el sofá...

“Top Gun: Maverick” no me ha conmovido ni la punta del pijo. Ni siquiera cuando sale Val Kilmer arrancándose las palabras. La película es otra oda a estos sicarios de los neocons. El espectáculo aéreo es la hostia, no digo que no, pero jamás pierdo de vista el trasfondo del asunto. Estos aviadores molones llevan varias décadas bombardeando dictaduras espeluznantes, pero también democracias que molestan, sueños de emancipación y proyectos de bienestar. 


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Top Secret

🌟🌟🌟


En el disco duro del ordenador guardo varias películas de Fritz Lang -etapa norteamericana- que no me apetece nada ver, y también unas cuantas pelis de Kurosawa -Rashomon, Kagemusha, todas esas que llevan la “sh” intercalada-, que me apetecen bastante más, pero que son tan largas como las katanas de sus samuráis, o como un día sin arroz, y que justo ahora, paradójicamente, que ando de vacaciones, es cuando peor me encajan en los horarios.

Bajé todo esto hará cosa de un mes, y, conociéndome, pasarán muchos meses hasta que las carpetas queden vacías. Allá por Navidad, con suerte. El lector atento o la lectora atenta dirá: si no las quiere ver, o le producen una pereza mediterránea, ¿para qué narices se las baja? Pues porque -querido lector, y querida lectora- sigo empeñado en sacarme el título de cinéfilo contra viento y marea, y en la universidad presencial, y en la universidad a distancia, ya agoté todas las convocatorias. Allí no se puede llegar a los exámenes y soltar que Dreyer es un peñazo, o que bostezas con Cassavetes, o que sólo en Vértigo encuentra uno el solaz y las cosquillas con don Alfredo. Te suspenden, claro, y te hacen volver en septiembre, y no sé cómo, quizá porque llevan más de un siglo dando la matraca con el cine de postín, te cazan las mentiras si escribes que el cine de Bergman está de rabiosa actualidad, o que Alain Resnais es el gran e injusto olvidado de nuestros días.

También bajé, en aquel mismo arrebato pseudocinéfilo, Top Secret, que es una majadería de la factoría Zucker/Abrahams, con sus chorradas para adolescentes y gentes con un índice pensante inferior a 2 dedos. Fue como ir al supermercado y comprar verdura, pescado blanco y luego, de postre, para joderlo todo, un tazón de profiteroles. El pecado original. El suspenso inmediato en la facultad. Top Secret la tenía por ahí suelta, como una cabra sin apriscar, y hoy la he sacrificado en honor a los dioses, mientras les pedía un aprobado en la Escuela Nocturna de Cinefilia, que es donde ahora me peleo con los profesores.



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Life's too short

🌟🌟🌟🌟🌟

La vida es, en efecto, demasiado corta, sí hablamos de años y de expectativas que cumplir. Pero podría serlo aún más, escasa en centímetros, si hubiéramos nacido con la enfermedad de Warwick Davis, el enano más famoso del mundo actoral hasta que Peter Dinklage encarnara al hijo decente de Tywin Lannister en Juego de Tronos.


    Si hacemos caso de lo que cuentan por internet, Warwick Davis es un tipo felizmente casado, padre de familia, un profesional de éxito que sigue trabajando en las grandes producciones de la ciencia ficción y de la fantasía. No ha parado de maquillarse y de ponerse disfraces desde que en El retorno del Jedi le embutieron en aquel felpudo con patas llamado Wicket. Desde la distancia, Warwick parece instalado en el lado luminoso de la vida, y quizá por eso, en Life's too short, seducido por las artes irónicas de Ricky Gervais y Stephen Merchant, el pequeño gran hombre se presta al juego de mostrar el lado oscuro de su fuerza, interpretando a un alter ego en decadencia, mezquino, sin grandes expectativas en el trabajo ni en el amor. 



    El Warwick Davis virtual regenta una agencia de colocación para actores enanos que lo mismo hacen de duendes en películas de pacotilla que se alquilan como balas humanas para fiestas de borrachos. Este show business de Tercera División no es muy distinto al que rige las grandes ligas del espectáculo, y como sucede con todas las ocurrencias de Gervais y Merchant, Life's too short resulta ser una comedia muy poco generosa con el género humano. Los personajes ficticios son deleznables, y los personajes reales, que se prestan al mismo juego de Warwick Davis, se ríen de sí mismos mostrando la caricatura de sus bajos instintos. 

    En la serie no queda títere con cabeza: todo el mundo va a lo suyo, a rascar el contrato, la inversión, la distinción en un cartel promocional, y la amistad suele ser una molestia para alcanzar tales objetivos. Y cuando por fin, en algún oasis de esta misantropía, aparece alguien que no se deja guiar por el egoísmo, resulta ser un gilipollas de remate, o un incompetente de campeonato, y el humor negro toma otros derroteros, y la gran broma de Warwick Davis y su mundo inventado -o no, o a medias- sigue su curso...





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Kiss kiss bang bang

🌟🌟🌟

Kiss kiss bang bang es una comedia de detectives que juro haber visto hace unos años, pero de la que no recordaba ni un solo argumento, ni un solo fotograma. Picado por el orgullo la he vuelto a ver esta noche, que ha sido, por añadidura, la primera noche del invierno, con el vaho en la ventana y la calefacción puesta a todo trapo. Una ocasión especial que otros años celebraba con una obra maestra, o con una película de postín, para darle la bienvenida a los pijamas gruesos y a las sopas calientes, que son el atrezo básico del buen cinéfilo apoltronado en el sofá. 

    Este año, sin embargo, el frío ha venido de improviso, indetectado por los telediarios, a eso de las nueve y media de la noche, como quien recibe la visita de un familiar que no nos anunció su llegada. He visto Kiss kiss bang bang sin ponerme las mejores galas, ni cocinarme el menú más apropiado, y eso ya me ha dejado algo descolocado. Al final, ha resultado ser una patochada con cierta gracia, nada más. Una de esas moderneces en las que el personaje principal habla directamente con el espectador para preguntarle qué tal le va, a ver si se va coscando de la trama.




            El narrador excéntrico es Robert Downey Jr., que es un tipo de expresividad peculiar que siempre cae bien en cualquier película. Por muy mala que sea la función, siempre está él, subiendo la nota, animando la fiesta, poniendo un mohín de ironía o de cachondeo. La chica de turno es Michelle Monaghan, y yo, incomprensiblemente, no la recordaba, porque mira que es guapa esta mujer. Michelle Monaghan casi me funde la pantalla cuando aparece por primera vez en Kiss kiss bang bang, porque mi televisor es HD, pero no Full HD, que todavía no se habían inventado cuando lo compré, o estaban carísimos por la época, y no tengo píxeles suficientes para recoger tanta hermosura y tanta sonrisa. Mi escuálido ejército de puntitos no daba abasto para configurar su piel y su carne, y por un momento la imagen tembló, y los píxeles titubearon, y Michelle Monaghan casi desapareció de mi vida, en una pérdida irremediable.  Demasiada mujer para tan cavernícola tecnología. 


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